Usted está aquí: martes 11 de septiembre de 2007 Economist Intelligence Unit Fuera de la mente, pero no del cuerpo

Avances médicos

Fuera de la mente, pero no del cuerpo

Fuente: EIU

Ampliar la imagen Las gafas de realidad virtual, esenciales en el experimento del doctor Blanke sobre autopercepción Las gafas de realidad virtual, esenciales en el experimento del doctor Blanke sobre autopercepción Foto: Archivo

“Espero convencerlos de que ha llegado la hora de plantearse la conciencia como un problema estrictamente biológico.” Esta frase resonó en la conferencia inaugural de la reunión anual de 1902 de la Asociación Estadunidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés). Sin embargo, Charles Sedgwick Minot, el anatomista que profirió esas palabras, arrancó antes de tiempo. La conciencia es todavía un enigma. Los científicos están de acuerdo en que se crea dentro del cerebro. Y también en que es el problema intelectual más atractivo de la biología. Pero qué es y cómo encontrarla sigue siendo incierto. Por esa razón, y a pesar de la aspiración de Minot, su estudio continúa siendo relegado a los enmarañados capítulos finales de los libros de texto sobre ciencia cognoscitiva y sigue siendo bagatela para aquellos que están al oscuro término de sus distinguidas carreras científicas. Pocos se han atrevido a abordarlo sin un cargo vitalicio en su haber y la medalla de Premio Nobel alrededor del cuello.

Sin embargo, recientemente dos jóvenes biólogos sin premios Nobel lo han hecho. Trabajando por separado, Henrik Ehrsson, del Instituto Karolinska, de Estocolmo, y Olaf Blanke, del Hospital Universitario de Ginebra, han investigado sobre la noción de conciencia corporal, parte importante de la experiencia consciente.

La autopercepción es lo que hace a una persona diferente de su entorno y de las otras personas que están en él. Es también algo sobre lo cual parecen descansar complejas capas de conciencia. Los doctores Ehrsson y Blanke tratan de divorciar la percepción del yo del cuerpo de quien lo percibe; en otras palabras, crear ese fenómeno tan deseado por los místicos: la experiencia extracorporal. Y reseñan sus resultados más recientes en dos artículos publicados en la edición de esta semana de la revista Science.

La realidad es una ilusión

Experimentos anteriores del doctor Ehrsson han utilizado la denominada “ilusión de la mano de goma”. Con ésta se cambia la sensación de pertenencia del cuerpo de un voluntario trasladándola, de su verdadera mano, a una prótesis. Funciona al permitir a la persona ver sólo la mano de goma mientras ambas, esa y su verdadera mano, son acariciadas de manera sincrónica con otra. Esa coincidencia es suficiente para engañar a la parte del cerebro que integra la información proveniente de los diferentes sentidos. El resultado consiste en redirigir su autopercepción de su verdadera mano a la mano de goma en una manera análoga al redireccionamiento que realiza un ventrílocuo cuando hace “hablar” a su muñeco.

En contraste, el doctor Blanke trabaja con epilépticos. De vez en cuando, las personas que sufren de epilepsia reportan haber tenido el tipo más común de experiencias extracorporales: aquellas en las cuales un individuo se observa a sí mismo desde arriba. Hace cinco años Blanke encontró que podía inducir esas experiencias a voluntad en una mujer al estimular una región especial del cerebro –girus angular derecho– con un impulso eléctrico. Una pequeña corriente la hizo sentir como si se hundiera en la cama; un poco más la hizo tener la sensación de estar flotando cerca del techo o ver sus piernas pateando su cara.

Una vez más, la región del cerebro en cuestión parece estar implicada en la integración de información proveniente de diferentes sentidos. Si esta área es sobrestimulada durante la tormenta eléctrica cerebral que es un ataque epiléptico, la consecuencia es una experiencia extracorporal.

Con estos resultados en mente, tanto Ehrsson como Blanke se preguntaban si podían diseñar experimentos para inducir experiencias extracorporales en voluntarios sanos. La respuesta, en ambos casos, fue que podían hacerlo.

Ehrsson lo hizo obligando a sus voluntarios a mirarse a sí mismos desde atrás. Los sentó en una silla y les pidió usar gafas de realidad virtual, las cuales proyectaban una imagen enfrente de cada ojo. Detrás de la silla había dos videocámaras ajustadas de modo que estuvieran al nivel de los ojos del voluntario. La cámara izquierda enviaba imágenes al ojo izquierdo de las gafas; la derecha las enviaba al ojo derecho. Así, los sujetos tenían una visión estereoscópica de su propia espalda, desde la perspectiva de alguien sentado detrás de ellos.

Ehrsson probó cómo se combina el tocamiento con la visión para ubicarse a sí mismo. Cuando tocaba a sus voluntarios en el pecho al mismo tiempo que tocaba el aire a la altura del pecho debajo de las cámaras, los voluntarios reportaron sentir que el centro de su identidad radicaba en la posición de la cámara. Estaban, en otras palabras, fuera de sus propios cuerpos, y consideraban a sus verdaderas personalidades –percibidas a través de las gafas– como otra persona. Sin embargo, cuando Ehrsson golpeó el pecho y el aire en tiempos diferentes, la ilusión se diluyó de inmediato.

Para asegurarse de que sus voluntarios decían la verdad, Ehrsson los sorprendía, después de dos minutos de tocamiento, balanceando un martillo hacia la cámara. Mientras hacía esto, su aparato medía el nivel de sudor en la piel del voluntario. Puesto que la gente suda como respuesta a una amenaza, ese nivel es un buen indicador de lo que alguien siente. Los niveles de sudor confirmaron que los voluntarios realmente se sintieron amenazados cuando el lugar en el que ellos percibían estar –el sitio de la cámara– era atacado.

El doctor Blanke también pidió a sus voluntarios usar gafas de realidad virtual. Pero en su caso el voluntario estaba de pie y lo que veía era una de tres cosas. La primera era un “avatar” tridimensional de su propio cuerpo visto desde atrás, como en el experimento de Ehrsson. La segunda era el avatar de un maniquí humanoide, otra vez visto desde atrás. La tercera era un ortoedro de tamaño humano.

En vez de tocar a sus voluntarios, Blanke los acariciaba con una brocha mientras la computadora “acariciaba” al avatar con un cepillo virtual. A veces las caricias estaban en sincronía, a veces no.

Después de cada vista las gafas protectoras se oscurecían, de modo que el voluntario no podía ver en absoluto. Entonces era conducido unos pasos atrás y se le pedía volver a su posición original. Si el avatar que había observado era un ortoedro, resultaba fácil. Era también fácil si el avatar era humanoide (representara o no al voluntario) y el golpeteo no había sido sincrónico. Pero si el avatar había sido un humanoide y el golpeteo sincrónico, entonces el voluntario caminaba siempre al lugar donde el avatar habría estado si hubiera sido real. En otras palabras, el voluntario identificó la anterior ubicación del avatar como si hubiera sido la suya.

Este no es un viaje astral. Pero es la demostración de que un aspecto de la conciencia puede ser modificado de modo reproducible. Y puede ser la llave que abra la bóveda. Ya que, si los métodos que idearon los doctores Ehrsson y Blanke pueden reproducirse en un encefalógrafo, será posible estudiar entonces la complicada red neurológica. Es probable que esto incluya el girus angular derecho. Pero otros componentes, aún desconocidos, podrían estar implicados.

Esto ayudará a concebir la conciencia como un tema central que los no veteranos podrán estudiar sin recibir miradas burlonas de sus colegas. Y, quién sabe, podría ser que algún día el doctor Ehrsson, el doctor Blanke o alguien más a quien ellos hayan inspirado consigan llevar alrededor del cuello una de esas medallas Nobel.

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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