Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de septiembre de 2007 Num: 653

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Cuatro décadas del Premio de Poesía Aguascalientes
Introducción de
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Aguascalientes:
ciudad de poesía

CLAUDIA SANTA-ANA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Los baņos

Si el espacio poético no es sino la revelación sublimada del espacio íntimo, siguiendo la estela de Bachelard, hay mucho que pensar a partir de lo que proyecta Los baños , la puesta más reciente de Por Piedad Producciones. Basado en la obra del autor irlandés Paul Walker, el montaje dirigido por Enrique Singer ha invadido el área de sanitarios del Teatro El Granero a lo largo de una temporada que, como pocas, sugiere el análisis del uso y tratamiento del espacio escénico en un medio teatral como el nuestro, poco proclive a salirse del convencionalismo perenne de la sala teatral.

La dramaturgia de Walker, y lo que de ella potencia el equipo creativo de la producción mexicana, es mucho más interesante por lo que sugiere a nivel de evocación fenomenológica que por el relato en sí, un retrato fugaz de una intriga de alcoba en clave de thriller . La apuesta por irrumpir en una atmósfera tradicionalmente vinculada al cotidiano de una cierta extraña manera: un ambiente destinado a la descarga íntima que, sin embargo, también es compartido y que por tales efectos se convierte en idóneo para el ejercicio del voyeur y del espía, en la cancha perfecta para el combate paradójico entre las políticas de la privacidad y los efectos colaterales de vivir en sociedad. La contaminación de estas dos nociones, complementarias y excluyentes, soporta y da sentido a la experiencia de inmiscuirse en una ficción, en este sentido, absolutamente radical.

Y decimos que el desbalance entre la historia y la experiencia es notorio y favorable claramente a la segunda, porque el entramado narrativo de Walker es endeble: su apuesta por retrotraer ciertos códigos noir es, cuando mucho, una evocación tímida de sus rasgos estéticos. Asistimos, los espectadores, a la microfábula de una vendetta situada en la Irlanda de los cincuenta: la que urden Billy (Antonio Vega) y el Señor x (Roberto Soto) en contra del matrimonio Watson (Arturo Ríos y Ana Graham), culpándolos de orillar al suicidio a un importante político, padre del primero y hermano del segundo. Se nos convida de la ejecución del plan en unos baños públicos, y se bifurca la narración de tal manera que observamos por separado la venganza concreta en contra de la mujer, una prostituta nívea y sensible, en el baño de damas, y la cooptación del marido en el baño de hombres. Tal división del relato en dos actos, presentados a cada mitad de la audiencia tras un intermedio, poco condiciona la receptividad de la fábula y poco aporta a la creación del aura de suspenso típica de los referentes con los que la obra quiere emparentarse: cierta precipitación tramática y alguna irregularidad estructural disipan el misterio y vuelven predecible al evento de ficción.

Pero, ya lo hemos dicho, todo ello importa poco, porque la experiencia convivial es formidable, al permitirnos escudriñar casi epidérmicamente los mecanismos interpretativos de un elenco que no rehuye las implicaciones de actuar a centímetros de distancia de los veinticuatro espectadores permitidos por función. En un close up de cuarenta minutos, los actores se sobreponen a la distancia de una pieza dramática deleznable y a una traducción (debida a Antonio Vega y a Ana Graham) que no consigue resolver con limpieza ciertos giros idiomáticos ni cierta estructuración sintáctica, y crean una poética vertiginosa y adrenalínica, remarcada desde luego por la proximidad física. La disposición espacial, que hace de la incomodidad del espectador un rasgo que se incorpora plenamente a la ficción; se vive la progresión emotiva casi a la par de los actores, se respira su propio aire enrarecido y arrebatado. Allí la virtud central del montaje: la de exacerbar nuestra percepción sin efectismos, sino como una alternativa para complejizar la teatralidad orgánicamente.

No todos los actores sobreviven indemnes al experimento: algunos, como Soto y Vega, se escudan en constructos formales como escudo. Arturo Ríos pareciera un tanto sobreestimulado, tendiente a la estridencia. Quienes parecen haber entendido mejor las particularidades interpretativas que las condiciones de la representación demanda son Joaquín Cosío, crepuscular pero chispeante como El Extraño, y Ana Graham como Emily Watson, de cuyo trabajo, pleno de matices y sutilezas, no puede sino decirse que verifica un crecimiento interpretativo innegable. En suma, Los baños nos recuerda toda la gama de ventajas de sacar al teatro de la sala de teatro.