Usted está aquí: domingo 9 de septiembre de 2007 Opinión La descendencia y qué hacer con ella

Leonardo García Tsao
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La descendencia y qué hacer con ella

Toronto. Por casualidad, las proyecciones que uno ha escogido en el Festival de Toronto han seguido un patrón asociado con el tema de la paternidad o maternidad en diferentes acepciones. Si bien la rumana Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu, presenta con crudeza lo que sucede cuando una joven desea abortar en una sociedad donde eso está prohibido, la versión opuesta es descrita en Juno, segundo largometraje de Jason Reitman, que sigue el modelo de comedias excéntricas a lo Wes Anderson o Alexander Payne, y su mirada semisatírica.

Juno es el nombre de la precoz preparatoriana (Ellen Page) que queda embarazada en su primer escarceo amoroso con su sope novio (Michael Cera). La chica se niega a abortar y decide donar a su bebé en adopción a una linda pareja suburbana (Jennifer Garner, Jason Bateman), que parece ideal. El guión se debe a Diablo Cody, la ocurrente escritora que adoptó ese seudónimo cuando dejó su trabajo de oficinista para volverse bailarina exótica. Obviamente, ella se identifica con su protagonista, pero le otorga el discurso y la actitud de una stripper cínica y treintona. Eso la vuelve totalmente inverosímil y un poco sangroncita. En cambio, los actores adultos si encuentran el tono justo en ese realismo exagerado.

En su último tercio el guión deja de esforzarse por ser chistoso y se atreve a explorar las contradictorias emociones de sus personajes, desmintiendo la caricatura inicial de la pareja yuppie o la chica alivianada. Juno finalmente consigue su equilibrio y Reitman confirma la intuición visual de su debut, Gracias por no fumar (2005), rebasando así como cineasta a su chambón papá Ivan.

Por su parte, el niño héroe (Adrián Alonso) de Bajo la misma luna, el eficaz melodrama fronterizo de la mexicana Patricia Riggen, se lanza en busca de su mamá (Kate del Castillo), empleada ilegal en Los Ángeles, porque se siente abandonado tras al muerte de su abuela. Más asombroso que las proezas realizadas por madre e hijo para rencontrarse, es el esfuerzo de la realizadora por controlar a actores tan maleados por la televisión como la propia Del Castillo, Eugenio Derbez y Carmen Salinas.

Mientras que la producción islandesa Myrin (Ciudad de frascos) es un inquietante thriller sobre la responsabilidad genética. Toda la intriga derivada de un asesinato, se revela motivada por genes defectuosos, transmitidos en relaciones ilícitas. A su vez, el inspector encargado del caso trata de recuperar a su hija drogadicta, ahora embarazada tras múltiples acostones. El director Baltasar Kormákur ha logrado una especie de episodio nórdico de la serie C.S.I., con abundante humor negro y una tendencia por asociar la comida con elementos repugnantes.

Sin embargo, el mejor testimonio de una paternidad (ir)responsable se dio a final de la función de medianoche de The Mother of Tears (Madre de las lágrimas), el sanguinolento fin de la trilogía del italiano Dario Argento antecedida por Alarido e Infierno. Se reporta que en el posterior encuentro con el público, la inefable Asia Argento, actriz principal y, claro, hija del director, tomó el micrófono para decir: “Gracias, papá, a ti te debo ser una freak.”

 
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