Usted está aquí: martes 4 de septiembre de 2007 Opinión Itacate

Itacate

Marco Buenrostro y Cristina Barros
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La chía en las crónicas

En las poblaciones que rodean el lago de Pátzcuaro se les da el nombre de chías a tres semillas de distintos colores: blancas, rojas, y negras o prietas. En la clasificación occidental las chías blancas y las negras son del género de los amarantos; la planta que da la chía roja pertenece al género de los quenopodios.

Estas chías se consumieron desde la época prehispánica. Diversas relaciones de Michoacán, documentos que describen esa zona del país tal como era en la época colonial, se refieren a su uso como alimento, pero muy especialmente como ofrenda.

En la Relación de Michoacán, de Jerónimo de Alcalá, se reproduce un diálogo entre los tarascos de la orilla de la laguna y los de las islas; los de Curinguaro los invitan a unirse diciéndoles: “aquí se hacen muy buenos maizales y semillas de bledos y mucho ají (chile) que se hace por los campos: aquí pudieran tener pescado que ofreceríamos a nuestro dios Urendequauecara y ellos en su tiempo llevarán mazorcas de maíz y semillas de bledos y frijoles y ají para ofrecer a su dios Acuizacatapame”. Ponían estas ofrendas junto con pan de bledos y vino de maguey en tazones.

Las chías que los cronistas llaman bledos estaban presentes en la alimentación diaria. De acuerdo con una relación anónima del siglo XVI, cuando una mujer se casaba, el marido tenía listo el “pan de boda”. Éste consistía en “tamales muy grandes, llenos de frijoles molidos y jícaras, y mantas, y cántaros, y ollas, y maíz, y ají, y semillas de bledos y frijoles en sus trojes…” También se usaba la chía como bastimento: “Y haré pan de bledos y vino de maguey para que beba a la vuelta porque hace calor y tienen sed los caminantes”.

Llama la atención, en ese mismo documento, la referencia a una de las fiestas de los antiguos tarascos; para esta celebración se hacía pan de bledos en forma de venados llamados tuysen; seguramente después los sustituyeron con caballos; simulaban las crines con cabellos postizos. Quizá sean el antecedente de los caballos de pan que hoy se cuelgan al hombro los mayordomos en algunas festividades.

Pero tal vez el texto más explicativo en relación con las chías de la región sea el de Pablo de la Purísima Concepción Beaumont, que forma parte de la selección de Crónicas de Michoacán publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahí se explican varios usos de la chía como alimento.

Se hacía, escribe, un atole “tostando semillas de quelites, que se muelen con el maíz y se deshacen en agua, en tal proporción que no se espese demasiado, y echando de punto el dicho atole, echan por encima un poco de miel de maguey. Es mantenimiento muy usado entre los indios”.

Los tarascos, al igual que los habitantes del centro de México, bebían también el yzquiatolli; se elaboraba mezclando frijoles cocidos con chileatole y masa de maíz; lo condimentaban con epazote. Pero más interesante aún es saber por el cronista que preparaban un atole con bledos colorados; lo llamaban chucuhatolli y se hacía, escribe para mayor confusión, de la “planta que llaman michiyauhtli que es un género de bledos pintados”.

 
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