Usted está aquí: domingo 2 de septiembre de 2007 Opinión Los ausentes

Soledad Loaeza

Los ausentes

Un dramaturgo francés del siglo XVIII, Philippe Néricault, escribió un verso que bien deberían aprender de memoria los legisladores del PRD: “Los ausentes siempre se equivocan.” La forma que eligieron para protestar por la presencia en el Congreso del presidente Felipe Calderón puso en evidencia hasta dónde los intereses del partido, y más concretamente los de su jefe máximo, Andrés Manuel López Obrador, los coloca al margen de la vida nacional. Esta posición es muy sorprendente, primero, porque son miembros de pleno derecho de la vida institucional del país; pero, luego, porque al arrinconarse de esa manera le dejaron el campo libre a su adversario: Felipe Calderón. Fue, además, una lástima que retiraran a Ruth Zavaleta de la tribuna. Ella que cuando inició la sesión toda vestida de rojo, llena de seriedad y emoción, se parecía tanto a la mujer de blanco que empuña la bandera nacional en la primera edición de los libros de texto gratuito, y que ofrecía en su momento una imagen de fuerza, de determinación y de claridad en el rumbo que nada tiene que ver con la que proyectan hoy en día nuestros líderes y partidos.

A diferencia de los perredistas ausentes, el Presidente de la República pudo anotarse una indiscutible victoria cuando llegó tranquilamente hasta el Congreso de la Unión, atravesó el vestíbulo sin contratiempos, subió a la tribuna y cumplió con lo ordenado por la Constitución en materia de informe al Congreso. Si el poder es en buena medida un asunto de símbolos, ayer el presidente Calderón dio muestra de que tiene en sus manos la simbología presidencial y con ella el poder. De la misma manera que la imagen de la diputada Zavaleta fue un símbolo del tipo de partido que puede llegar a ser el PRD, bajo el efecto civilizador del orden constitucional. El valor del acto y de los gestos perfectamente civilizados de la brevísima ceremonia que se desarrolló en San Lázaro el día de ayer es, desde este punto de vista, enorme, porque si se le compara con las penosas escenas que protagonizó Vicente Fox en septiembre de 2006, cuando la figura presidencial fue prácticamente estrellada contra los vidrios del vestíbulo del Congreso por furibundos legisladores perredistas que le impidieron la entrada, da prueba de una recuperación de la institución presidencial tan disminuida el sexenio pasado. Esa escena es inolvidable porque representó la erosión de la autoridad del Poder Ejecutivo frente a los ensoberbecidos partidos políticos, en particular el PRD. En cambio, la presencia del presidente Calderón en el salón de plenos de la Cámara el día de ayer fue un doble triunfo para todos, incluso para los perredistas, que tienen que empezar a pensar en el futuro: primero, dio prueba del restablecimiento de la dignidad de la figura presidencial que tan despostillada dejaron Vicente y Marta, entre otros, y, en segundo lugar, se impuso el orden constitucional a las estrategias partidistas. Todavía el 31 de agosto el diputado González Garza insistió en que no permitirían el acceso del presidente Calderón a la tribuna camaral porque daban prioridad al resolutivo del congreso nacional extraordinario de su partido, frente al ordenamiento constitucional. (La Jornada, 31/08/07)

Si miramos la ceremonia del 1 de septiembre de 2007 desde la perspectiva de los equilibrios institucionales, lo ocurrido el día de ayer fue un importante tropiezo para la partidocracia que en los años recientes ha dominado el debate político y hasta los procesos de toma de decisión en las políticas de gobierno.

La ausencia de los perredistas del pleno de la Cámara en el momento en que el presidente Calderón hizo entrega del informe al diputado presidente, fue también una muestra de que pese a gritos y sombrerazos –sobre todo los del siempre indescriptible e insuperable Fernández Noroña– el PRD no cuenta por sí solo con el poder para bloquear los procesos institucionales, a menos de que recurra a la violencia, como lo hizo hace un año, y, luego, cuando intentó impedir la toma de posesión en diciembre siguiente. Es cierto que la ceremonia fue posible porque los perredistas lo permitieron, y así nos lo hicieron saber durante las largas semanas en que nos mantuvieron en la incertidumbre. También el gobierno de la ciudad demostró su poder, pues no hay ninguna otra explicación a la tranquilidad de las calles, sino su capacidad de control y de manipulación de grupos que en otras circunstancias se han manifestado contra los adversarios políticos del PRD. Las garantías que seguramente las autoridades dieron a sus compañeros de partido en el Congreso también explican que en esta ocasión el despliegue de fuerzas policiacas o del Estado Mayor Presidencial haya sido mucho menor. Sin embargo, no hay en esto nada de que enorgullecerse, y tampoco nada que agradecer ni a los legisladores del PRD ni al gobierno de la ciudad. Hacerlo sería igual que aplaudir al secuestrador que se abstiene de actuar.

 
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