Usted está aquí: miércoles 29 de agosto de 2007 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

Desde el taller

Quienes se acercan a la escritura de poesía tienden con frecuencia más a la escritura que a la poesía. ¿Cómo apartarlos de aquélla para acercarlos a ésta? Uno de los modos es llevarlos al habla. “Tradúzcame en palabras habladas lo que quiso decir en palabras escritas”. Puede ocurrir que por ejemplo alguien que escribió: “Con sonrisas relleno los espacios/ fandango que prohíbe la melancolía”, se pregunte, un poco renegando de la tarea: “¿Qué hace una persona que espera en una silla?/ Rellena con sonrisas los espacios”. Al decir esto, curiosamente, no es de esperar que lo poético de la frase llame la atención de quien la emite. En parte porque no está la frase, digámoslo así, hecha o pensada para durar (de alguna manera es impensada), pero dura, dura al menos, cuando menos, más que la otra, que la escrita. En buena medida, contra lo que suele creerse, la poesía prescinde de la intención de durar –pero no de la duración.

Uno de los ejercicios que gusto de dejar en los talleres de poesía (no siempre son de poesía y de todos modos dejo el ejercicio) es el de la máscara. Se trata de hacer una, de cualquier material, pero hacerla en serio, con frescura o con rigor, pero en serio. Y que pueda ponerse (esto tan sólo porque una vez me llevaron, sobre una tabla, una de plastilina, acaso el modelo para un vaciado en tela y yeso). De imaginar, cuando terminada esté, que la máscara habla, y escribir un texto (versos, página de diario, relato, en fin) llamado Lo que dice la máscara, El cuento de la máscara, El poema de la máscara… No siempre sucede a pie juntillas, pero es usual que, a más de que los textos tienden a ser imaginativos, lo que la máscara dice indicios, de manera simbólica, dé de lo que en apariencia o no quiere o no puede o sabe decir su autor.

“La fuente de la voz” titulamos la columna anterior. No dijimos que ese es el nombre de otro de los ejercicios del taller, y que en él nos basamos para redactarla. Complejo sería indicar en este espacio (en vivo, por lo demás, es como realmente funciona) describirlo. Apuntemos que se trata de, en una especie de coro, intentar no sobresalir, sino encajar, entrar en el espacio en el que se cabe y nada más. Se puede hacer silencio, pero no guardarlo, sino emitirlo. De ese ejercicio derivamos muchas observaciones que lo hacen para nosotros fundamental. Pero acaso dos de las principales sean el descubrimiento (la comprobación) de que en efecto todo mundo puede cantar, nadie es desentonado y (¿lo mismo?) mala voz no hay, y que toda creación es diálogo, apertura del propio lenguaje a los (demás) lenguajes.

Confieso que escribo de esto porque no sabía de qué escribir. Y que mi timidez para hablar al respecto por poco y me obliga a sólo emitir silencio, mas la invitación a la apertura del propio lenguaje (el mío es el del taller) convocaba asimismo con fuerza si no imperante al menos suficiente; aunque insistir debo en que el taller tiene lo suyo de performance y que la mera información no suple a la experiencia. (¿Timing, tempo? Yo le llamaría así: tiempo en la escena del tiempo.)

 
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