Usted está aquí: lunes 27 de agosto de 2007 Espectáculos Oscar Chávez llena de dignidad zapatista el Auditorio Nacional

“Nos vemos el año que viene, si el sexenio nos lo permite”, se despidió del público

Oscar Chávez llena de dignidad zapatista el Auditorio Nacional

La otra guitarra llevó al foro de Reforma al México ancestral, negado y discriminado

arturo cruz barcenas

Ampliar la imagen Oscar Chávez no hizo concesiones en el repertorio de su concierto. Imagen de la conferencia en que anunció su recital Oscar Chávez no hizo concesiones en el repertorio de su concierto. Imagen de la conferencia en que anunció su recital Foto: José Antonio López

“No sé si es política… ¿cómo llamarle?… ¡Es por dignidad!”, expresó El caifán mayor, Oscar Chávez, respecto del porqué apoya decididamente a los zapatistas de Chiapas, durante su concierto del sábado en el Auditorio Nacional, en el que en tres pantallas se proyectaron imágenes de los indígenas en los Montes Azules, en la tarde, cuando baja la niebla y ellos aparecen, para reunirse y tratar asuntos importantes para sus comunidades.

Un sonoro aplauso para El Estilos, de Los Caifanes, quien dedicó sus canciones al movimiento zapatista, en el recital titulado La otra guitarra, en referencia a una pequeña lira que le regalaron los indios del sureste, como muestra de agradecimiento por la ayuda y la actitud solidaria de Chávez y el trío Los Morales, sus incansables compañeros en múltiples escenarios. Las regalías del disco Chiapas son para los zapatistas, para los niños, para que coman, al menos, un huevo al día.

En las pantallas, el lenguaje de la dignidad detrás de un pasamontañas, los ojos a lo Emiliano Zapata, rasgados y fijos, de indio pensativo. El orden cerrado de las bases zapatistas, su disciplina. La Escuela Secundaria Primero de Enero, en Oventic, con los honores a las banderas nacional y zapatista. Los himnos nacional y zapatista.

El concierto se llama La otra guitarra, que es como decir la otra campaña, la otra mirada. Ese México ancestral y olvidado, negado y discriminado, traído al foro de Reforma, para que 10 mil asistentes digan, comuniquen que los zapatistas siguen en sus cerros y selvas. En espera.

A las 20:15 comenzó el concierto, uno más de los que cada año, de manera ritual, da Chávez en el Auditorio Nacional. El romance de Román Castillo marcó la noche, en la que alternadamente a las imágenes de los zapatistas se sucedieron las de Pancho Villa, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y del propio Zapata; se escucharon los nombres de los hermanos Flores Magón, esa ala radical de la Revolución Mexicana.

La valona del preso, la mordaz Traicionera, La rana (que inició una larga serie de “canciones infantiles, de cuando los niños eran más inteligentes y no andaban con eso de Timbiriche”, acotó Chávez), La media muerte, Soldadito (durante ésta se proyectaron fotos de la represión en Atenco y paredes con pintas de “Oaxaca no se rinde”).

La guitarra de Pepe Ordaz acompañó a Chávez, con precisión y sentimiento. Otra serie fue con un grupo de cinco músicos dirigidos por Jorge García, guitarrista y segunda voz en varias rolas de Oscar: Manuel Guarneros, guitarra; Ernesto Anaya, violín; Jorge Velasco, bajo; Mónica del Aguila, chelo, y Juan Luis González, percusiones.

Concierto duro y triste

El Caifán tiene sus fans, y aunque reacio y parco a desplantes tipo rockstar, responde a los “¡papacito!” con frases como “¡espérate, mujer!” o “¡no sabía que fuera tan prolífico!”

El tono de la tocada, comparada con las de otros años, es duro y hasta triste. Voces en el auditorio le piden unas más alegres, pero el programa será a lo Chávez, sin concesiones.

Ante los gritos que le pedían algunas piezas de las más famosas, respondió: “Para la otra hago play back”. Palmas con “cui-cui cantaba la rana”. A moverse en el reducido espacio del asiento cuando los sones jarochos, como El coco, se escucharon en todo su esplendor y alegría, arpa de por medio, para un zapateado coordinado.

La canción popular e histórica pesó toda la noche, con composiciones de Ignacio Cárdenas, mentor que sabe de las gestas de los sectores invisibles para la historia oficial, esa abstracción plasmada en libros de texto.

La ciudad de no sé dónde, Andando yo paseando, Cuchito (el que mató a su mujer con un cuchillito de su tamaño –machete–), Ciudad Madera, Los Dorados de Villa, La bola suriana, El jarabe loco, para cerrar una primera parte con Siempre me alza la danza, que trata del incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar por parte del gobierno federal.

Se nos va el Metro

La segunda parte se fue volando, con La lloroncita, Duérmete, niña bonita, Noche buena, El marrano (“que se la íbamos a dedicar al secretario de Hacienda, pero superó todas las expectativas”, bromeó), Cinco siglos, Los maestros, Virgen de Guadalupe (“contra los miserables curas que andan medrando con la imagen de la Virgen”), de la que se proyectó una imagen. El discurso visual fue responsabilidad de Rafael López Castro, quien ha hecho algunas de las portadas de los discos de Chávez.

Así siguió la noche, con alusiones a la matanza del 68, con una sentida Alta traición, poema musicalizado de José Emilio Pacheco.

“¡Se nos va el Metro!” O sea, que hay que apurarle, aconseja El caifán consciente. Cerró como siempre: Hasta siempre… comandante Che Guevara, Por ti, Macondo, Perdón y Un año más sin ti. A las 22:50 dijo a modo de despedida: “Nos vemos el año que entra, si el sexenio nos lo permite”.

 
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