Usted está aquí: domingo 26 de agosto de 2007 Cultura Mimbre blanco

Bárbara Jacobs

Mimbre blanco

Antes de que las dos amigas se dieran cuenta, anoté lo más fidedignamente que pude un fragmento de su conversación. Nos encontrábamos a mediodía en el solario de una casa de reposo a la que yo había llegado en busca de información. El jardín frente a la docena de mesas y sillas ocupadas por hombres y mujeres residentes y uno que otro visitante endomingado era grande y se veía bien atendido, con una fuente redonda en el centro por la que daba vueltas en agua limpia una pareja chillona de patos. Mientras esperaba, en una banca contra la pared de un pasillo por el que, atentas a lo que pudiera ofrecerse, iban y venían pausadamente varias cuidadoras de uniforme blanco, yo observaba al par de internas sentadas más cerca de mí.

–¿Me avisas cuando empiece a estar, cómo se dice, senil? –preguntó una a la otra, la más delgada a la más gruesa, la de pelo más escaso y más blanco, la más lánguida de las dos. Pero a la otra, La Fuerte, digamos, la petición no le gustó.

–¿En qué consiste estar senil? –le devolvió a su compañera, en tono de amenaza. La inmediatez de su respuesta interrogante; la firmeza de la voz con la que la emitió, terminante, carente de sentimentalismo; la inclinación del cuerpo hacia delante con la que acompañó sus palabras, me indicaron que ella no se daría por vencida y que, aquí y ahora, invitaba, por no decir que obligaba, a su interlocutora a adoptar esta mismísima actitud.

La otra hizo caso omiso de la fortaleza de carácter y aún de la posible llamada de atención implícitas en la pregunta de su amiga y más bien contestó con candidez y lo mejor que pudo.

–En repetir algo muchas veces; en decir algo que no viene al caso.

–Ya estamos viejas –condescendió a comentar La Fuerte. Y añadió que cuando un joven las veía sin duda imaginaba que, por viejas, ellas pensarían de otro modo y sentirían de manera diferente, pero que la realidad era que ellas seguían actuando como cuando eran jóvenes. “Bueno, salvo al cambiarme de silla para que no tuvieras que torcerte tanto para verme”, pretendió bromear; “¡Ya ves que hoy perdí el control y me caí!”

–Ay, pues no te hubieras cambiado de silla.

–¿Eso me dices?

Satisfechas de haberse atacado y contratacado, finalmente en confianza dentro de su indefensión, intercambiaron relatos de sus dolencias, de su insomnio, de su fatiga.

–¿Vienen por ti? ¿Vas a salir? –quiso saber La Débil, a la vez que elogiaba la blusa que su compañera llevaba puesta.

–No; pero sí quiero verme bien. ¡Y mi blusa tiene 18 años!

–No se ha desgastado. ¡Parece nueva!

Sobre la mesa alrededor de la que platicaban había una pequeña planta de hojas tupidas y largas en una maceta de barro. La Fuerte la señaló y comentó que, en su tierra, a esa planta la llamaban “areca”.

–Es una palmita muy cariñosa y muy fiel.

–En la mesa de al lado hay una “pata de elefante” y, en la de atrás una “cuna de moisés”; huelen rico –añadió La Fuerte.

–Desde aquí no me doy cuenta, ¡y no pienso acercarme!

–Hay que regarlas mucho; no vale la pena. El último jardinero que tuve en mi casa no sabía hacer otra cosa que barrer.

–¿Qué hora será? ¿Cuándo nos van a dar de comer? Ya quiero hacer la siesta.

–A mí ya no me da hambre. Comí tanto en mis 86 años que ya no tengo apetito.

–Yo tampoco; todo me sabe igual. ¿Supiste que murió Lucía? Se la llevaron temprano en la mañana.

–Bueno, ya tenía 93 años.

–Le pido a Dios que a mí no me dé tanta vida.

–Anoche la oí llorar y la vi estremecerse.

Una empleada de la residencia por fin se me acercó y, tras pedirme retórica pero amablemente permiso, se sentó a mi derecha y me tendió un manojo de folletos. Mostrándomelos, los hojeaba y me iba exponiendo los detalles de su organización, las ventajas, los requisitos.

A pesar de que sólo admitieran a personas que se bastaran a sí mismas, y de que la lista de espera fuera tan larga que, si al apuntarse uno cumplía con el requisito, lo más probable era que cuando le llegara el turno de ser admitido ya no calificara, por arriesgada, pero igualmente por previsora, yo me apunté.

 
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