Usted está aquí: miércoles 22 de agosto de 2007 Opinión La luz de la estrella de madera

Javier Aranda Luna

La luz de la estrella de madera

La historia parece sencilla: cómo un niño, que habita en un bosque, descubre las estrellas. Particularmente la suya, cuyo fuego lo alumbra y lo consume.

Algunos de los símbolos más antiguos creados por el hombre provienen de su contemplación de la bóveda celeste. De la minuciosa observación de los astros que iluminan la noche también proviene uno de los textos más hermosos de la literatura: La estrella de madera, de Marcel Schwob.

Escribí texto porque La estrella de madera en realidad resulta inclasificable. Nos cuenta una historia, es cierto, pero con los recursos de la poesía. Con la música oculta de las palabras Schwob crea arquitecturas sonoras llenas de imágenes, mundos, ambientes en constante expansión. ¿Prosa lírica? ¿Poesía narrativa? Da igual, simplemente es un texto capaz de disparar la imaginación del lector, de leerse en sus líneas, de habitar y completar el mundo que el escritor nos propone.

Para este escritor nacido en Chaville, el 23 de agosto de hace 140 años, el arte era lo opuesto de las ideas generales: "sólo describe lo individual, sólo propende a lo único. En vez de clasificar, desclasifica". Seguramente por eso sus libros y su propuesta literaria misma resultan inclasificables. Ninguna corriente lo define, ninguna prospectiva literaria lo puede etiquetar.

Lector de Poe, Stevenson, Whitman, Shakespeare, Keats, Verne, Villon y Hugo, Schwob vivió regido por la estrella de la melancolía. También fue un gran lector del griego, del latín, del sánscrito y un asiduo visitante de los Archivos Nacionales de Francia. Uno de sus libros más conocidos fue, es, Vidas imaginarias, falsas biografías, tan reales y con mayor peso, y volumen que el bronce con el que no pocos mortales se quieren perpetuar.

Para algunos lectores El libro de Monelle es su mejor obra. Para otros, La cruzada de los niños. Pese a su brevedad, La estrella de madera es, para mí, una pequeña obra maestra en que la forma, la manera de contar las cosas, es parte del contenido. Asombra cómo, por ejemplo, Schwob nos hace habitar un bosque de cuerpo verde y amistoso para después transformar a todo ese cúmulo de fuerza hidráulica en un ejército inmóvil que aprisiona, alto y oscuro, como cárcel.

Descubrir el cielo y sus constelaciones no es cualquier cosa, es un milagro, como dice Schwob, que se estremece de destellos. En pocos textos he encontrado una descripción tan exacta sobre la hostilidad de las ciudades: cerradas y hoscas, apiñadas y maledicientes. Tampoco de los rostros de las mujeres gastados por la ternura. En ninguno, la descripción de una estrella oscura de seis rayos cruzados sobre otros seis, mellada por el tiempo, vieja y agrietada, que en unos segundos fue crepitación de chispas, bola de fuego, resplandor en el corazón de la noche como en el texto de Schwob.

Si la literatura es tradición, formas que se heredan para continuar o romperlas, Marcel Schwob es uno de sus más claros ejemplos. Abrevó con profundidad, como pocos, en varias tradiciones y exhumó del pasado la materia viva. Con él el pasado cuenta. Sus historias son verdaderas. La estrella de Marcel Shwob con su pequeña luz, vacilante para el gran público, no ha sucumbido a la oscuridad del olvido en más de un siglo. Ya no lo hará.

 
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