Usted está aquí: viernes 17 de agosto de 2007 Opinión Marginalidad y derechos humanos

José Cueli

Marginalidad y derechos humanos

Las familias marginadas son, en su mayoría, de un solo padre; se encuentran en condiciones precarias de desarrollo y excluidas del sistema productivo del país. El hecho fundamental es que estos mexicanos no comparten la simbología de la ciudad ni de sus vecinos provenientes de otras partes de nuestra geografía y, por ello, quedan excluidos. Su mundo es individual y anárquico, sin posibilidades de agrupamiento.

Están excluidos de posibles relaciones con instituciones por lo que prácticamente nunca se integran a ellas y eso los conduce a la aceptación de los empleos eventuales, por supuesto, mal remunerados y sin garantía de ninguna especie, sin posibilidades de permanencia y pertenencia. Cada día se ven obligados a desempeñar un nuevo papel que no conocen, generándose así una sensación de permanente fracaso.

En cuanto a las condiciones de vivienda, las familias marginadas viven inmersas en el hacinamiento, el ruido y el desorden. Los altos niveles de ruido acompañan a lo largo de su vida (camiones, Metro, en la cárcel, en la calle, en las fiestas). La cantidad de espacio de que disponen es escaso en grado extremo, de ahí que sea un factor más generador de ansiedad. En el ámbito de los valores presentan una seria conflictiva: por una parte, la emigración de los habitantes del campo a la ciudad produce una excesiva carga para quienes se desplazan, pues desconocen los papeles y, sobre todo, la simbología de las grandes urbes, la mayoría de ellos en contradicción con los papeles que desempeñaban en el medio rural, con la consecuente exclusión que padecen en las sociedades urbanas.

Las consecuencias de dicha exclusión son el aislamiento, la desesperación y la inmersión cada vez más profunda en su mundo interno ya de suyo caótico. En lo familiar, su principal preocupación es la sobrevivencia día con día. La muerte es una realidad que se hace presente a cada momento, ya sea por falta de alimentación, por enfermedad o por la violencia cotidiana que se incrementa de manera alarmante a lo largo y ancho del país.

La experiencia familiar se vive como un medio para alcanzar seguridad y, cuando la aspiración de mejoramiento se ve frustrada, la energía se vuelca a una nueva generación, que inmersa en los mismos duelos y carencias no viene sino a empeorar las condiciones precarias y angustiosas en que viven.

La gran ciudad con sus enormes problemas sin solución ha modificado la vida de las familias marginadas, las que en búsqueda de alimento dejaron atrás sus tierras, su espacio, sus costumbres y sus símbolos. Todo esto junto con su bajo nivel de escolaridad ocasiona que se realicen actividades ocupacionales no relevantes para el sistema, que sean víctimas de la mayor explotación, generándose así más rabia e insatisfacción con la concomitante elevación en los niveles de ansiedad, frustración y depresión.

Existe una irritabilidad aumentada que puede asociarse a explosiones esporádicas e imprevisibles de conducta agresiva aun ante mínimas provocaciones o sin ellas. La situación traumática crónica en que viven los conduce a presentar evitaciones fóbicas de las situaciones o actividades que recuerdan el trauma original dando lugar a una incapacitación laboral o recreativa; la ''anestesia síquica" interfiere y matiza todas las relaciones interpersonales de la pareja, así como con los demás integrantes de la familia; la labilidad emocional, la depresión y los sentimientos de culpa hacen que surjan conductas de autorreproche o intentos suicidas, homicidas y adicciones de toda índole.

En estas condiciones crecen miles y miles de mexicanos y las cifras se incrementan de modo preocupante, debido a las condiciones socioeconómicas y políticas que todos conocemos.

Los marginados hoy día se cuentan por millones y lo grave, gravísimo, es que no cuentan con los beneficios de los más elementales derechos humanos. Tenemos un grave problema y no podemos, no debemos seguir con los ojos cerrados.

 
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