Usted está aquí: viernes 17 de agosto de 2007 Capital Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez
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El PRD, un huevo de Pascua

Un partido que no acaba de nacer

La pugna de los colaboracionistas

A decir verdad el PRD se dividió hace mucho tiempo, se rompió porque a muy pocos les importa como partido, aunque todos reconozcan en él el vehículo idóneo para transitar por las rutas electorales hacia la meta del poder.

El PRD nació como huevo de pascua, adornado por fuera, pero vacío, puro cascarón. El acuerdo entonces, en su nacimiento, era la simple lucha en contra del poder priísta que para aquellas fechas, penúltima década del siglo pasado, no soltaba un ápice de gobierno ni, desde luego, de presupuesto.

Enemigos fraternos, comunistas y reformistas socialdemócratas, priístas y anarquistas se daban la mano para formalizar un pacto en el que se aseguraba la supervivencia de cada grupo, mediante el reparto de los dineros que obtuviera el PRD, es decir, todo para todos, nada para el partido.

Y es que solos, los grupos de izquierda, incluido el Partido Comunista Mexicano, y menos aún los priístas disidentes, podían lograr la fuerza electoral requerida para construir la puerta de salida del priísmo aferrado al poder ni alcanzarían con su esfuerzo solitario para pagar los requerimientos económicos que exigían los políticos profesionales que copaban su dirigencia.

Así, la pugna enfermiza por alcanzar las más altas esferas partidistas fue, cómodamente, diluyéndose y obviando las anclas ideológicas para resumir el poder partidista en la lucha por alcanzar la administración de los bienes que permitiera engrosar las filas de las diferentes tribus, con simpatizantes comprados.

Por eso cuando el ahora secretario del Trabajo del gobierno de la ciudad, Benito Mirón Lince, habla sobre la recomposición ideológica de los grupos de izquierda, suena para muchos como idioma extraterreno, y el punto no cabe en la discusión de ese organismo político.

Entonces nadie puede decir que la hora del PRD ha llegado con el congreso que se celebra desde ayer, porque el PRD aún no acaba de nacer, aunque no puede negar su intenso olor a pasado, y para acabar de llegar a la vida le hace falta, eso sí, la definición ideológica que vaya más allá del discurso sobado y masticado con el que se ubican a la izquierda.

Porque esa izquierda “moderna” y cómplice que se coló a ese partido como el hollín que carcome día con día las ideologías con el supuesto aquel de que no importa si el gato es blanco o pardo, con tal de que cace ratones, no tendría cabida en la restructuración, o el advenimiento, real de un partido que tuviera como fin la justicia social, y por ello la lucha contra los dictados del mercadeo salvaje que proclama el gobierno actual.

La capital del país, el Distrito Federal, como centro político del PRD, mantiene la pugna entre las tribus que no permite que esas siglas se conviertan en la bandera ideológica que identifique su lucha, y lo mantiene nada más como el boleto que les da entrada al juego electoral.

Por eso nadie puede decir que el PRD se divide. Cuando mucho se podrá hablar del divorcio efectivo de las llamadas corrientes. La separación necesaria entre los colaboracionistas y quienes mantienen la idea de que el poder no se regala ni se entrega, y continúan, desde la trinchera ideológica, su lucha por cambiar a México.

Lo que es verdad es que el PRD no puede continuar quieto en su circunstancia, en espera de que el poder lo compre. Así como se halla pierde elecciones y mengua su fuerza, pero no hay que olvidar que en ese mismo PRD se ha sembrado un semilla diferente.

Hay muchos que si no han votado en las elecciones más recientes, sí permanecen en espera del llamado que desde la voz indicada marque el momento del despegue. Por eso más vale entender que la complicidad que plantea la moderna izquierda, no es el método que da esperanza al cambio. Eso, los perredistas y los no perredistas lo tienen bien claro, por más que se trate de ocultar.

 
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