Usted está aquí: miércoles 8 de agosto de 2007 Opinión Sobreinversión: la cara oculta de la crisis

Alejandro Nadal

Sobreinversión: la cara oculta de la crisis

La economía estadunidense comenzó su ascenso como potencia hegemónica alrededor de 1873. Por esos años Inglaterra terminaba de salir de una recesión que anunciaba la terminación de su gestión como organizadora de la economía global. En cambio, Estados Unidos había superado airoso una guerra civil y podía acceder a un espacio de rentabilidad y de expansión del capital que se ofrecía a pocos países en Europa.

La única potencia europea que podía competir con él, y que enfrentaba una coyuntura similar de poder ascendente, era Alemania, porque había completado su unificación y derrotado a los franceses en la guerra franco-prusiana. A fines del siglo XIX estos dos países eran los candidatos a suceder a Inglaterra como centro hegemónico de la economía capitalista a escala global. Era natural que tuvieran que enfrentarse para dirimir quién sería el heredero del Reino Unido. Las dos guerras mundiales del siglo XX pueden ser vistas como una sola, de la que emergió Estados Unidos como el claro ganador en 1945.

Entre 1945 y 1970 la economía capitalista mundial experimentó una era dorada de expansión. Pero a partir de 1970, las principales economías capitalistas comenzaron a sufrir un descenso en la rentabilidad de las ramas no financieras y su tasa de crecimiento comenzó a desacelerarse. En Estados Unidos el déficit fiscal se expandió como resultado de un enorme gasto militar y social. Al mismo tiempo, se agravó su déficit en cuenta corriente debido a la competencia de sus antiguos enemigos: Japón y Alemania.

En 1971 Nixon ordenó la terminación de la convertibilidad del dólar, desconoció los compromisos derivados de los acuerdos de Bretton Woods, desencadenó una fuerte devaluación de la moneda estadunidense y arrojó el costo del ajuste sobre sus principales competidores. Sin embargo, no se consiguió recuperar la tasa de rentabilidad del periodo 1950-1970 y se inauguró así una larga etapa de crecimiento mediocre y estancamiento de la economía mundial.

Las causas profundas de este proceso se encuentran en un viejo problema de las economías capitalistas: la crisis de sobreinversión. En tiempos de estabilidad y orden financiero, la inversión productiva puede acompañar de manera estable a la expansión de la demanda. La tasa de rentabilidad puede mantenerse en niveles aceptables porque la utilización de la capacidad instalada permite sacarle jugo a las economías de escala y reducir los costos unitarios.

Pero frecuentemente sobreviene un gran desorden en las perspectivas de inversión debido a expectativas exageradamente optimistas sobre la demanda futura, o por innovaciones técnicas que encienden el entusiasmo y el apetito de los inversionistas olvidando la prudencia. El resultado es un episodio de expansión desorbitada de la inversión fija, más allá del crecimiento de la demanda agregada. A veces, ni siquiera el duro contraste entre las excesivas ganancias en la bolsa de valores y las pérdidas en los sectores reales de la economía (en los que la sobreinversión afecta la tasa de rentabilidad) es suficiente para alertar a los inversionistas. Sobreviene entonces un aletargamiento de la economía y un ajuste que puede ser más o menos costoso. Es el tiempo de la crisis.

El exceso de inversión (y su contrapartida, la capacidad instalada ociosa) llega hoy a niveles extravagantes en las principales industrias del mundo: electrónica, acero, aluminio, automotriz, telecomunicaciones, y muchas más. Por ejemplo, se estima que la capacidad instalada en la industria automotriz será 80 por ciento más grande que la demanda mundial en 2010. Desde la industria química (plásticos y PVC), hasta las especialidades, como la refinación de cobalto, el síndrome del exceso de capacidad instalada anuncia severos problemas para el futuro.

China ha contribuido al exceso de capacidad instalada (al forzar a la inversión extranjera a establecer fábricas completas y no sólo instalaciones maquiladoras, como hizo México). El caso del acero es revelador: a pesar de ser el primer consumidor de acero del mundo, en 2006 el exceso de producción rebasó la capacidad total de Japón. Tarde o temprano China incrementará sus exportaciones (en serio), agravando la evolución de la tasa de rentabilidad a escala mundial.

Esta vez, Estados Unidos no podrá trasladar los costos del ajuste sobre China (como hizo sobre Japón a través del Acuerdo del Plaza en 1985) porque el gigante asiático no tolerará una manipulación cambiaria que frene su crecimiento. Así que Estados Unidos tendrá que enfrentar el espectro de una fuerte recesión. El ajuste en sus mercados inmobiliario y bursátil afecta las perspectivas de consumo e inversión y los pronósticos son desalentadores. Para muchos analistas, el problema se terminará con un ajuste más o menos brusco en el sector financiero de la economía. Esta visión es simplista e ignora la presencia del problema estructural central, el exceso de capacidad instalada. Ninguna euforia bursátil podrá maquillar las tensiones en la tasa de ganancia del sector industrial a escala mundial. El ajuste será doloroso. Lo más probable es que las cosas van a empeorar antes de comenzar a corregirse.

 
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