Usted está aquí: domingo 5 de agosto de 2007 Opinión La pérdida

Carlos Bonfil

La pérdida

En su primer largometraje, La pérdida (Des plumes dans la tête, 2003), el joven realizador belga Thomas de Thier captura de modo fantasioso y en una narración fragmentada una intensa experiencia de duelo. Al describir en las primeras escenas la vida cotidiana de Blanche y Jean Pierre Charlier, joven matrimonio del pueblo de Gennapes, en la provincia valona, el director y guionista del filme explora la personalidad de la esposa, sus veladas fantasías eróticas, la insatisfacción que crece a medida que se desdibuja el personaje del marido, un hombre físicamente atractivo, pero de carisma muy limitado.

Escenas paralelas muestran a un adolescente, estudiante de ornitología, que ensaya en sus vagabundeos por el campo diversas pruebas de resistencia física, afecto al voyeurismo y a los placeres solitarios. Cuando el pequeño Arthur, de cinco años, hijo único de la pareja, desaparece misteriosamente, ahogado tal vez en un pantano, Blanche inicia un proceso de desintegración sicológica. Procura por todos los medios encontrar de nuevo a su hijo, y en el colmo de la desesperación lo imagina a lado suyo compartiendo sus rutinas y paseos, excluyendo por completo al padre en apariencia indiferente, hasta vivir con un Arthur imaginario una renovada relación idílica que semeja una regresión a su propia infancia. Arthur y Blanche, con el rostro cruzado de tinta, simulan así ser indios en la pradera y llevan plumas en la cabeza, como reza el título original de la cinta.

Lo interesante es la manera en que el director consigue recrear el duelo de la madre mediante una continua fantasía visual. Son numerosas las referencias al mundo de la naturaleza y al poderío de los instintos animales, como el arranque del relato donde un ave se zambulle en el agua para atrapar un pez, imagen tomada desde el interior de un lago, metáfora tal vez muy obvia de la desaparición próxima del niño y del acto sexual de sus padres, una de sus últimas vivencias.

Otra imagen fuerte es el contraste entre la madre delirante, que imagina a su hijo jugando en un supermercado, y la mirada atónita y fría de los clientes del lugar, una comunidad casi deshumanizada.

La pérdida no tiene la sobriedad y fuerza dramática de otra cinta belga El niño (L'enfant), de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, filmada dos años más tarde. Le sobran demasiados simbolismos, metáforas y extravagancias musicales, como la intervención un tanto gratuita de los tres integrantes de un coro masculino que, sin mayor justificación o encanto, acompañan algunos momentos dramáticos de la película. Con todo, Thomas de Thier recrea una atmósfera bucólica a ratos tan opresiva como la de las cintas de su compatriota Bruno Dumont (La vida de Jesús, La humanidad), mientras la actriz Sophie Museur expresa, con la sonrisa más absurda imaginable, el drama que la consume día a día y el estado anímico que amenaza con destruir su matrimonio. Ese estado mental cercano al autismo, que utiliza el sexo y la fantasía como salidas apenas satisfactorias, lo mostró de modo insuperable Charlotte Rampling en otra película sobre la desaparición del ser amado y el duelo insoportable, Bajo la arena (Sous le sable, 2000), de Francois Ozon.

Al elegir el director belga la representación paralela de la naturaleza, con su violencia animal y sus ciclos regeneradores, su perspectiva del duelo se vuelve una alegoría muy contrastada y sonriente, valiosa más por el lirismo de sus imágenes que por la trivialidad de su mensaje.

La pérdida se exhibe en Cinemex Masaryk, Cinépolis Diana, Lumiere Reforma y la Cineteca Nacional.

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