Usted está aquí: domingo 5 de agosto de 2007 Capital La mirada del anticuario

Angeles González Gamio

La mirada del anticuario

Las mansiones de los nobles que vivían en la ciudad de México durante el virreinato estaban adornadas suntuosamente con fino mobiliario y objetos decorativos, frecuentemente traídos de Europa o de Oriente, a través de la Nao de China. Muchas de esas piezas de arte fueron copiadas aquí por los magníficos artesanos, herederos de la maestría de los indígenas originales de estas tierras, que realizaron las extraordinarias obras que aún podemos apreciar en vestigios arqueológicos y museos.

Hablamos de esculturas, arcones de marquetería, porcelanas, tibores, estofados, biombos, platería, pinturas, cristales e infinidad de lujosos objetos utilitarios de carácter suntuario. Entonces, igual que en el siglo XIX, en que queríamos ser franceses y copiamos su decoración, esas piezas eran de uso cotidiano y evidentemente no se consideraban antigüedades, como sucedió en el siglo XX, en que particularmente, después de la revolución, se desarrolló un especial interés por ese tipo de bienes y comenzaron a surgir coleccionistas.

Para satisfacer ese afán comenzaron a aparecer los anticuarios, que compraban objetos de arte, tanto del virrreinato como decimonónicos y de principios del siglo XX, y los revendían a esas personas que llegaron a formar valiosas colecciones, una de ellas fue la del alemán Franz Mayer, que tuvo la generosidad de donar su impresionante acervo al pueblo de México, y ahora podemos disfrutar del extraordinario museo que lleva su nombre.

Uno de los anticuarios más famosos fue el asturiano Francisco González de la Fuente, quien creo un rincón del paraíso para los amantes del arte del pasado, con sus Galerías La Granja, que ocupaban un local de cerca de mil metros cuadrados en la calle de Bolívar.

Desde estos días hasta el mes de septiembre, el suntuoso Palacio de Iturbide, ubicado en la avenida Madero 17, le rinde un homenaje a los anticuarios mexicanos, por medio de la personalidad del célebre asturiano, que era conocido como "don Paco de la Granja", en una exposición titulada La mirada del anticuario.

La muestra consta de seis núcleos temáticos: arte europeo, arte del virreinato de la nueva España, arte de Asia, viajeros en México, pintura del siglo XIX y arte del siglo XX. El recorrido muestra una rica selección de obras de diferentes orígenes y épocas, la mayoría de ellas procedentes de las Galerías La Granja, o fueron vendidas por ella.

Al recorrer la exposición es inevitable solazarse con la belleza del palacete que la aloja, e imaginarlo decorado con objetos como los que estamos admirando. Recordemos brevemente su historia y el de la opulenta familia que lo construyó; él era don Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués de Jaral, que se casó con Ana María de la Campa y Coss, condesa de san Mateo Valparaíso, quienes contrataron a Francisco Guerrero y Torres, uno de los más notables arquitectos del siglo XVIII, para que les construyera un soberbio palacio barroco en la esquina de Isabel la Católica y Venustiano Carranza, del que hablaremos a detalle en otra crónica, pues hoy recordaremos algunos datos del conocido como Palacio de Iturbide, que en esta ocasión nos ocupa.

Este lo mandaron construir en 1779 los marqueses-condes, al mismo arquitecto, como regalo de bodas para su hija, la marquesa de Moncada y Villafont, que se casaba con un noble italiano.

La fachada de la imponente mansión, en tezontle y cantera, luce una ornamentación lujosa y vibrante, conformada con molduras de diversos diseños, que armonizan con pequeños relieves de temas mitológicos y escudos con blasones. Dos hércules de piedra, deidades protectoras de los moradores, sostienen el balcón superior.

En el interior sólo se conservó el primer patio, muy semejante al del Palacio Real de Palermo, ciudad de origen del novio italiano, que solicitó al arquitecto tal capricho. Sobresalen las esbeltas arcadas de doble altura, decoradas en las enjutas con medallones clásicos, las llamativas gárgolas, los marcos de los vanos, primorosamente labrados, y la ornamentación de la escalera.

Solamente 15 años ocuparon el palacio los jóvenes esposos, que se fueron a vivir a Europa a fines del siglo XIX, cuando comenzaron a sonar los rumores independentistas. En 1821 se lo prestaron a Agustín de Iturbide, quien salió del lujoso recinto el 21 de julio de 1822 para ser coronado emperador de México, y de ahí se le quedó el nombre de Palacio de Iturbide.

Ya que estamos en el rumbo, hace tiempo que no vamos al Centro Castellano, en Uruguay 16, a saborear excelente comida española. Para abrir diente, unos pimientos del piquillo rellenos de bacalao; imprescindibles, la fabada y el lechón, cocinado en el gran horno de leña. Si le queda espacio, una leche quemada de postre, con un café y un brandy o un pacharán de digestivos.

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