Usted está aquí: sábado 4 de agosto de 2007 Opinión ¿Puede sobrevivir Musharraf?

Immanuel Wallerstein

¿Puede sobrevivir Musharraf?

¡Pobre Pervez Musharraf! No es muy popular y está presionado por prácticamente todos. No obstante sigue trabajando duro, buscando mantener su equilibrio y su poder, mientras se sienta en la cima de un volcán a punto de hacer erupción. De hecho, lo ha hecho mejor de lo que uno hubiera pensado.

Para empezar la historia por el principio, debemos recordar los orígenes del Estado de Pakistán. El principal movimiento nacionalista de la India colonial era el Congreso Nacional Indio, encabezado por Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru. Mohammed Ali Jinnah, un abogado laico de origen musulmán, era miembro activo. Pero fue sintiendo más y más que los musulmanes como grupo (uno podría decir, como grupo étnico) eran relegados a una ciudadanía de segunda clase. Se unió entonces a la Liga Musulmana, un movimiento que buscaba la autonomía/independencia para una región "musulmana". En 1934, Jinnah se volvió su presidente, y en las negociaciones finales con los británicos por la independencia de India logró obtener un estatus independiente y separado para Pakistán.

El 14 de agosto de 1947, cuando Pakistán se convirtió en Estado independiente, constaba de varias provincias en el noroeste de la India colonial y una provincia bengalí en el noreste, muy distante del sector occidental. El 11 de agosto de ese año, Jinnah hizo un discurso inaugural ante el que habría de ser el cuerpo legislativo de Pakistán, y llamó a construir "una democracia incluyente y pluralista", que garantizara derechos iguales para todos sus ciudadanos de cualquier religión o grupo étnico. La Liga Musulmana no sólo era esencialmente un movimiento laico, nacionalista y modernista, sino que las fuerzas armadas que se establecerían extrajeron su personal de las antiguas fuerzas militares británicas en India, y su cuerpo de oficiales fue igualmente laico en su mayor parte.

Como sabemos, la independencia de India y de Pakistán resultó de inmediato en una terrible violencia intergrupal y, entre otras cosas, en una lucha por el control de Cachemira. El resultado neto de aquella lucha inicial no fue sólo una partición de facto (disputada hasta el día de hoy) de Cachemira sino también una transferencia de poblaciones, de modo tal que Pakistán se volvió abrumadoramente musulmán. En 2007, su población suma 165 millones, que hacen de Pakistán el sexto Estado más poblado del mundo y uno de los que tiene la tasa de natalidad más alta. Esta población es 97 por ciento musulmana, de la cual 20 por ciento es chiíta.

La historia política de Pakistán ha sido tumultuosa. Sus relaciones con su principal vecino, India, siempre han sido frágiles y conflictivas. La parte oriental de Pakistán se separó en 1971, con impulso de India, y se convirtió en el Estado de Bangladesh. El primer golpe militar ocurrió en 1958. No fue sino hasta 1972 que se restauró el régimen civil, bajo el partido urbano en gran medida laico encabezado por Zulfikar Ali Bhutto, sólo para ser derrocado de nuevo cinco años después. El golpe fue conducido por el general Zia ul-Haq, que era un musulmán bastante piadoso que instaló la sharia como ley en el país. Incluso rebautizó el país como República Islámica de Pakistán. El régimen civil se restauró años más tarde bajo la égida de la hija de Bhutto, Benazir Bhutto, quien luego le cedió su sitio a Nawaz Sharif. En 1999, Sharif buscó arrestar al jefe de su guardia, un tal general Pervez Musharraf, quien logró arrestar a Sharif en cambio y situarse a sí mismo como jefe de gobierno. En 2001, fue proclamado presidente y elegido para dicho puesto en 2002.

Para hacer sentido de estos vaivenes, debemos identificar los principales actores políticos dentro de Pakistán y sus alianzas geopolíticas. Para empezar con estas últimas, la mayor preocupación de Pakistán ha sido siempre India, y como tal es lógico que haya buscado el respaldo de dos estados cuyas relaciones fueron reservadas hacia India a todo lo largo de la guerra fría: Estados Unidos y China. Ambos estados consideraban la política exterior de India muy cercana a la Unión Soviética. Los conflictos militares entre Pakistán e India hicieron que ambos rehusaran firmar el tratado de no proliferación de armas nucleares y que desarrollaran estas armas para gran mortificación de Estados Unidos.

Internamente, la situación en 2007 es bastante diferente de la de 1947. El islamismo como fuerza política se ha vuelto extremadamente fuerte y permea grandes sectores de las fuerzas armadas. A los islamitas no les gustan los vínculos de Pakistán con Estados Unidos, especialmente estos últimos cinco años. A las fuerzas urbanas, laicas, les gustaría sacar a Musharraf (así como a las fuerzas armadas) del poder político, y recientemente mostraron su fuerza al respaldar con éxito al magistrado presidente de la Suprema Corte de Justicia, a quien Musharraf había intentado correr. Las fuerzas armadas, aunque islamitas, no quieren en realidad ceder su papel a elementos jihadistas como Al Qaeda y como tal intentan jugar un papel de puente, apaciguando y a la vez intentando contener a las fuerzas jihadistas.

Cuando Estados Unidos respaldaba a los jihadistas en Afganistán en la década de 1980, su aliado principal era Pakistán, en particular las unidades de inteligencia de sus fuerzas armadas, la ISI. En los años 90, la ISI ayudó a los talibanes a llegar al poder en Afganistán. Por tanto, la ISI se molestó mucho cuando Estados Unidos derrocó a los talibanes y no ha sido muy cooperativa con respecto a Afganistán, algo de lo que el actual presidente afgano, Hamid Karzai, se queja hasta la fecha.

Parece claro que cuando Osama Bin Laden lanzó su ataque contra Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001, uno de sus objetivos importantes, si no el principal, era derribar los regímenes de Pakistán y Arabia Saudita. ¿Por qué y cómo? Bin Laden consideraba que detrás del ambiguo lenguaje sobre el islamismo, ambos regímenes eran demasiado acomodaticios con Estados Unidos. Esperó que Estados Unidos le pusiera presión al régimen de Musharraf para que combatiera totalmente a sus propios islamitas. La teoría de Bin Laden era que, si hacía esto, el régimen de Musharraf se derrumbaría.

Musharraf ha resistido esta presión (al igual que Arabia Saudita) concordando con Bin Laden en que era políticamente suicida hacer lo que Estados Unidos quería que hiciera. Por otro lado, tenía que mantener relativamente contento a Estados Unidos en aras de que Pakistán no perdiera el crucial respaldo económico y militar que ese país le brinda. Así, de vez en cuando le avienta un hueso a Estados Unidos, como en el reciente asalto de la Mezquita Roja, bastión de los islamitas. Pero es lo suficientemente cauteloso de no ir más allá.

Esta contradicción nos trae a la situación actual. Los jihadistas están bien instalados en las llamadas áreas fronterizas del noroeste (que de facto siempre han sido autónomas) y Musharraf no se atreve a emprender acciones reales contra ellos. Los jihadistas denuncian a Musharraf por ser muy pro estadunidense. Estados Unidos, por el otro lado, lo considera demasiado acomodaticio con los jihadistas y se la pasa mascullando acerca de emprender una acción directa. Pero Washington no puede lanzarse del todo contra Musharraf, puesto que podría sucederlo un régimen aun peor. Entre tanto, las clases urbanas, laicas, presionan al debilitado Musharraf a que se retire y dé paso a un régimen verdaderamente civil.

El respaldo clave de Pervez Musharraf, de hecho su único respaldo, sigue siendo el ejército. Pero mientras continúen las guerras de Afganistán e Irak, la fuerza política islamita seguirá creciendo. Y Pakistán tiene muchas armas nucleares. Si los islamitas llegaran a contar con poder irrestricto, esto implicaría una real amenaza geopolítica para Estados Unidos, a diferencia de aquella de Saddam Hussein que era inventada.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

 
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