Usted está aquí: jueves 2 de agosto de 2007 Opinión Premio Rómulo Gallegos

Elena Poniatowska/ I

Premio Rómulo Gallegos

En la edición de Domingo Miliani de Doña Bárbara, leí que en 1905, don Rómulo Gallegos ''ingresó a trabajar en el Ferrocarril Central de Venezuela como jefe de estación", y mi gusto fue grande porque la novela ganadora del premio con su nombre rinde tributo a los ferrocarrileros mexicanos.

El tren está ligado al destino de México, pero también al de Venezuela y al de nuestros países latinoamericanos. Las vías, los rieles, son nuestros paralelos y nuestros meridianos. Cubren la gran llanura de América Latina, como antes la marcaron las pequeñas huellas de los pies en los códices prehispánicos. Para muchos ferrocarrileros, el mundo es el interior de una locomotora y la fuerza de ésta lo es todo: su amor, su actitud ante la vida, su política. En México decimos: ''Se le fue el tren", cuando un hombre fracasa. Aquí en Caracas, confirmo que a don Rómulo Gallegos no se le fue el tren.

¿Estarían contentos Rómulo Gallegos y Mariano Picón Salas al ver que ahora la novela El tren pasa primero recibe el Premio Rómulo Gallegos? Tuve el privilegio de entrevistarlos durante su exilio mexicano. A Mariano Picón Salas en el Centro Médico, unos días antes de su salida del hospital, y a Rómulo Gallegos en su casa de Polanco, días antes de su regreso a Venezuela, en 1958, después de un largo exilio mexicano.

En otra ocasión hablaré de Mariano Picón Salas, pero ahora quisiera contarles de un señor escondido tras su periódico. Cuando la sirvienta de su casa le anunció mi presencia su rostro surgió tras de las hojas, huraño, hosco. Se levantó del sillón donde estaba doblado y se irguió alto, tan alto como su alta talla intelectual, estiró una mano de dedos más largos aún y me saludó sombrío, con severidad.

Recordé al director del Liceo que nos mandaba llamar para castigarnos y se lo conté. De repente, don Rómulo mostró una inesperada sonrisa y perdió su aspereza. Aunque desconfiaba de los periodistas, le sonreía a mi juventud. Escuché su voz que parecía surgir del centro de su tiempo, oscura, breve y profunda, porque Rómulo Gallegos era hombre de pocas palabras, aunque su voz estuviera puesta al servicio del beneficio colectivo. Para lograr entrevistarlo lo vi tres veces y en cada visita, don Rómulo creció.

En 1959, Rómulo Gallegos tenía que ir al aeropuerto a despedir a los exiliados venezolanos, así que cada tercer día, como un padre de familia, acompañaba a los refugiados que regresaban a su patria con sus niños vestidos de charros -niños mexicanizados-, que gritaban al ver los aviones: ''¡Qué padre, manito!'', en vez de ''Mira tú, chico".

Los periodistas lo asediaban con preguntas acerca de su propio regreso e inquirían una y otra vez: ''¿Volverá a ser presidente de la República, como en 1948?" ''Yo cumplí mi deber cuando mi pueblo depositó en mí su confianza, pero ahora le tocará a otro venezolano elegido por el pueblo, cumplir ese deber".

Claro que yo también le pregunté por la época en que fue primero presidente fundador del Partido de Acción Democrática y después presidente de la República, y me respondió irónico:

-Sí, ser presidente es otra de las cosas raras y distintas que he hecho.

-Gracias a esa rareza lo tuvimos nosotros aquí en México.

Nadie mejor que Rómulo Gallegos ha demostrado que la pluma puede erguirse al lado de la espada. El New York Times publicó en 1948:

''(...) Han elegido como presidente de su país no otro rudo y despótico general sino un civil, un novelista de alta reputación, un guerrero de la pluma, el señor Rómulo Gallegos, una de cuyas novelas, Doña Bárbara, lo ha convertido en líder de la literatura contemporánea de su país y le ha dado renombre donde quiera que se habla español. En esta elección, la voz de Venezuela ha sonado alta y clara; ha sido como si esos centenares de millares de votantes venezolanos hubieran querido proclamar ante el mundo que en Venezuela, por fin, la espada ya no es más poderosa que la pluma. Quienes creen en la verdadera democracia se felicitarán."

Rómulo Gallegos resultó presidente en 1948 por la elección popular más extraordinaria que se ha dado en América, y su talla moral equivale a la de José Martí. Como él, también conoció el destierro y la ingratitud. Y mientras unas botas militares pateaban tercamente Venezuela, un hombre herido escogía Morelia, en México, para su exilio, sin pensar que, años más tarde, el pueblo asumiría su actitud, porque la de Rómulo Gallegos era, en 1959, la actitud de todo un pueblo.

''Venezuela -dice Rómulo Gallegos- se ha conquistado el derecho de hacerse respetar. Las sublevaciones ocurridas en mi país últimamente no fueron por hambre. ¿Cómo puede darse una revolución habiendo dinero, obreros bien pagados y un aparente bienestar? No sólo de pan vive el hombre y la revolución se hizo por reservas morales. He visto fotogra-fías de muchachos de 15 y 16 años con picos, piedras y botellas en contra de armas de fuego. Todos participaron. Las mujeres tiraron macetas y pedazos de madera y hasta los niños aventaron sus juguetes al paso de las botas militares, pero lo más extraordinario es que la gente dejó su trabajo el viernes para ir a la reconquista de sus derechos y el lunes todo el mundo estaba en su puesto listo para seguir adelante en su labor cotidiana como si nada hubiera pasado.

''La actitud de mi pueblo es realmente alentadora. La situación se ha esclarecido y tengo la esperanza de que nuestro país volverá a la vida institucional; tener un gobierno legal.''

-¿Se trata ahora de un duelo a muerte de los pueblos en contra de sus malos gobiernos?

(Rómulo Gallegos asintió y aumentó el temblor de sus manos).

-De todos modos, yo tengo una gran inquietud por la situación de Venezuela.

-¿Es cierto que se va usted de México el día 20, don Rómulo?

-Partiré a final de mes.

Así como lo dijo Bolívar: ''Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desamparada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas". Juan Vicente Gómez no fue un tiranuelo imperceptible, sino uno de los más feroces caudillos que ha tenido Venezuela. ¡Y ni hablar de Marcos Pérez Jiménez!

Juan Vicente Gómez, el benemérito, ejerció la dictadura 32 años. A lo largo de 70 años en Venezuela, Joseph Barthelemy contó 104 revoluciones importantes sin hablar de las simples sublevaciones.

Don Rómulo me explicó: ''Cuando era joven, para escribir Doña Bárbara, publicada en 1929 después de La Coronela, recorrí el llano. Fui al hato de La Candelaria y a otros en el llano de Apure. Teníamos una revista, Actualidades, que fue de Aldo Baroni y en la que publiqué varios cuentos. Quise dedicar un número a cada uno de los estados de la República y fui a Las Delicias para tomar notas para el reportaje sobre el estado de Aragua. Cuando llegué, el dictador Juan Vicente Gómez veía ordeñar a las vacas en compañía de sus amigos. Fue muy campesino. ¡Siquiera tuvo ese mérito! Una de sus distracciones era ver la ordeña en su finca de Maracay. Cuando me llamaron para que lo saludara no pude dar un paso. La tierra venezolana echó sus raíces y me impidió moverme. Me quedé alejado... No pasé la tranquera".

Juan Vicente Gómez -quien tenía el rencor de los mediocres- no olvidó jamás el desaire.

 
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