Usted está aquí: jueves 19 de julio de 2007 Opinión Los usos de la violencia

Adolfo Sánchez Rebolledo

Los usos de la violencia

La sorpresiva reaparición del PDRP-EPR (no confundir con la TD-EPR o alguno de los "comandos" que lo integran) ha puesto en marcha los viejos mecanismos de rechazo y justificación que estos actos suelen desatar. Por un lado persiste la más absoluta incredulidad, la sospecha de que "detrás" de los autores no están los que dicen serlo. Por el otro, la voladura de los ductos de Pemex pretende ser la expresión simbólica de que "ya no hay salidas", la prueba -evidente por si misma-, de que los caminos de la acción legal han sido clausurados.

Para los primeros es inútil -y peligroso- hablar de terrorismo por cuanto estaríamos ante un acto inducido, diversionista, cuyo objetivo es confundir a la gente sobre los verdaderos problemas del país. Para los segundos, en cambio, dicha calificación eludiría decir que el sabotaje es una respuesta a la violencia creada por el Estado, en particular a la desaparición denunciada de dos miembros de la organización clandestina en Oaxaca, ubicando a la actual "campaña de hostigamiento" como un capítulo separado en la ya muy antigua historia de esas organizaciones.

El gobierno, como ya viene siendo costumbre, oculta los hechos, los manipula. Prefiere la visión de una empresa nacional al borde de la catástrofe, saqueada y sin mantenimiento adecuado, que afrontar la realidad de un desafío violento, que no es nuevo, pero añade un ingrediente peligroso al incierto clima de inseguridad prevaleciente, ahondando aún más la notoria crisis de credibilidad del régimen. Y, lo peor, sigue sin responder por los "desaparecidos", como si nada hubiera cambiado en México.

En cualquier caso, los "usos" de la violencia son múltiples, pues en nuestro medio la facturación inmediata de los costos políticos suplanta al examen de los hechos y su real significado. Por lo pronto, la derecha echa a rodar el fantasma de la izquierda violenta bajo un clima enrarecido, con la idea nada subliminal de poner a la defensiva a quienes cuestionan la legitimidad del gobierno. Peligrosa apuesta.

De otra parte, hay quienes consideran como un grave error hablar de terrorismo para referirse a estas acciones, pues en la lógica impuesta por Washington calificar así a un grupo armado hace impensable cualquier solución política o legal que no pase por el previo exterminio de los extremistas. Los terroristas son, en esa óptica, individuos sin derechos, no sujetos, llevados por la locura, el odio o la sinrazón religiosa. Mas el terror por el terror no existe. Incluso entre los grupos más dogmáticos existe una "causa", un discurso político mediante el cual se justifican las acciones más atroces y desproporcionadas, no importa si éstas contradicen las necesidades o los sentimientos de la gente común, cuya presencia en definitiva no cuenta. El fundamentalismo se considera el único poseedor de la Verdad y como tal actúa.

Decir que en México funciona el terrorismo, piensan algunos, equivaldría a legitimar la adopción de las medidas de seguridad dispuestas por nuestros vecinos para protegerse del peligro. Por eso es tan importante que las autoridades mexicanas nos expliquen qué pasó en Querétaro y Guanajuato, los antecedentes, sus propias fallas y la estrategia que en teoría anima sus trabajos de inteligencia y, lo que es realmente importante, la renuncia a los métodos de la guerra sucia como forma de enfrentarse al problema. Esto es esencial.

Otras opiniones insisten en subrayar que toda actividad armada presupone o expresa una necesidad social insatisfecha (lo cual no siempre es exacto) independientemente de si quienes la practican son un reducido grupo, un "comando" vinculado por lazos militares e ideológicos, o un movimiento arraigado en la sociedad: en todo caso, conforme a esa visión, la acción armada siempre sería la respuesta a la violencia "estructural" del sistema: el efecto, no la causa, lo cual es, por lo menos, discutible. Sin embargo, suponiendo, sin conceder, un fin justo puede negarse si apela a los medios equivocados. No todos los medios son válidos en una situación determinada. En este punto, el contexto es definitivo. La explosión de una tubería de gas no significa lo mismo en México que en Irak, pero aún allí es posible distinguir entre la resistencia popular y el terrorismo. Si fuera cuestión de "principios" nada sería debatible, salvo la oportunidad táctica de las acciones armadas, pero no es así.

Sería una hipocresía -o peor, una tontería- pensar que los ingredientes que ayudan a dar significado a estos actos violentos ya no están en nuestro horizonte. El desencanto, la desesperanza de millones, la precariedad como destino no contribuyen a sostener el optimismo de algunos segmentos de las elites, tan convencidas -y seguras- de que la época de grandes cambios ha terminado. No aceptan todavía que la confianza en las instituciones (es decir, en ellos mismos) es un bien muy escaso en México, que la democracia no puede ser una rendija intermitente abierta cada seis años para desfogar los ánimos.

La posibilidad de estallidos sociales más o menos violentos no ha desaparecido del México que se quiere democrático y moderno. Toca a las fuerzas políticas, a la izquierda en particular, dar a esa energía un cauce civilizado e igualitario, sin demagogia. La violencia aquí y ahora es condenable.

P.D. El infantilismo de algunos perredistas en relación a la visita de Rodríguez Zapatero parece incurable. Discrepar no es descalificar. Perdieron una magnífica oportunidad de quedarse callados.

 
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