Usted está aquí: miércoles 18 de julio de 2007 Política El futuro comprometido

Luis Linares Zapata

El futuro comprometido

Dos fenómenos concurrentes marcan la actualidad mundial: el final de la era de los alimentos baratos y la continuidad de los altos precios del petróleo. En ambos sectores la estructura productiva del país se halla peligrosamente desajustada, incapaz de responder con la urgencia que la oportunidad exige. Fruto de políticas públicas de ínfima eficacia y nula previsión de las administraciones dominadas por el fundamentalismo neoliberal del priísmo tardío, la fábrica nacional no podrá, al menos en el corto y mediano plazos, extraer de ellas las derivadas productivas y de calidad de vida que pueden esperarse. Más aún, todo apunta a que el desgobierno del presidente del oficialismo panista pondrá su granito de arena para favorecer a los privilegiados de siempre y se olvidará de aquellos que, además de requerir apoyos comprensivos, podrían colaborar en las salidas que tales fenómenos dibujan a las claras.

Los altos precios de los alimentos han empezado a mostrar sus devastadores efectos para los dos polos de la cadena alimentaria en México: los micro y pequeños productores por un lado y, por el otro, el perjudicado de siempre: el consumidor final. En medio de este enjambre de decenas de millones de personas se descubre, de nueva cuenta, a los pocos villanos de la serie: el mal apreciado, por conocido, intermediario. Es este agente distribuidor, financiero, acaparador, comercializador, almacenista, industrial e importador el que se quedará con la tajada que ya viene sacando ante la mirada y la permisividad interesada de la autoridad.

El desmantelamiento de las redes de protección y balances que aportaban las agencias públicas, principalmente Conasupo, pero también los bancos de fomento, centros de investigación y otros auxilios varios, harán que la fábrica nacional quede atorada en la estratosfera de los deseos patrióticos frustrados. A los milperos, las comunidades indígenas, los micro y pequeños agricultores que, por millones, bien podrían convertirse en los beneficiarios de esos efectos de la globalidad, les espera una extenuante lucha para aproximar al país y sus pobladores a eso que se dejó arrumbado en el rincón de las cosas molestas: la soberanía alimentaria.

Tres factores aseguran la continuidad de los altos precios de los alimentos. La primera es el crecimiento exponencial de la demanda con motivo de nuevos consumidores. China e India contribuyen con su bonanza económica, pero, además, hay 30 millones de nacimientos adicionales en el resto del mundo que habrán de ser alimentados. Después se agrega la pugna por tierras y cosechas para dedicarlas a energía alternativa, los famosos biocombustibles. Y, por último, el efecto que sobre las cosechas tendrá el calentamiento global (ya inevitable) Alrededor de 25 por ciento de reducción en las cosechas se le deberá cargar a la elevación de sólo 2 grados de temperatura, según estudio de la Carnegie Institution en Stanford, California, y en el Laurence Livermore Nacional Laboratory.

En lo que corresponde a los precios altos del petróleo la situación mexicana no puede ser más desalentadora. Por enésima ocasión, los tecnócratas menores que han cercado los círculos decisorios de Pemex y cuerpos relativos, avizoran la continuidad privatizadora como salida única a los males de una abundante tesorería dedicada a financiar los impuestos no pagados por la plutocracia mexicana y el alocado cuan costoso ogro burocrático que han impulsado los panistas, ávidos de poder, lujos y privilegios de clase.

No se tienen las cadenas que conecten a la extracción de hidrocarburos con sus refinados secundarios, con la petroquímica y con los proveedores de partes, materiales, tecnologías o servicios, que bien podrían sustentar un enjambre de industrias adicionales. Todas con altos salarios, capacidad reproductora y numerosos empleos.

Un ejemplo de cómo el petróleo genera riqueza en múltiples y variados sectores de la actividad económica la muestran los Emiratos Arabes Unidos. Con una economía 20 veces más chica que la mexicana, una población también 20 veces menor y 2 millones de barriles diarios de petróleo y gas (reservas para 100 años) han construido un sistema que cobija a 5 millones de personas con alto nivel de consumo y producción. Han diversificado su economía a ritmo sorprendente. De una dependencia petrolera de 70 por ciento han pasado a 30 por ciento en tres décadas.

Se tiene que recordar que partieron de la nada. Había sólo unos cuantos recolectores de dátiles, nada de agua, dilatadas playas y arena ardiente. Además de los horrendos dispendios en que caen por la súbita bonanza, muchos de ellos debido a sus elites y poca preparación de su sociedad, de todas maneras les alcanzó el talento y los recursos disponibles para desarrollar una compleja estructura productiva. La calidad de vida llega a niveles comparables con la de cualquier nación posindustrializada. Aquí, en Abu Dhabi acaban de emprender la aventura de construir un desarrollo turístico, con aspiraciones culturales de alto refinamiento, que los llevará a levantar un conjunto similar al del actual Cancún, pero con museos y centros para las artes espectaculares. La infraestructura incluye supercarreteras, planeación urbana de altísima calidad, desaladoras gigantescas, conjuntos habitacionales que exigen contar con 40 por ciento de las grúas del mundo, nulos impuestos, edificios de 100 pisos, ventajas y rentas varias para sus pobladores originales. Tienen, eso sí, una política poblacional clasista e injusta para con todos los extranjeros, principalmente asiáticos. Absolutamente todo lo que aquí se palpa, salió de los pozos petroleros en apenas 30 años de explotarlos. En México se llevan más de 100, con mayor producción diaria y poco es lo que se puede argumentar a favor que no sea el gigantesco derroche foxista y el desesperado intento privatizador para regalar Pemex a los extranjeros de los fundamentalistas nacionales.

 
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