Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Opinión Lugar de sueños

Angeles González Gamio

Lugar de sueños

Una de las épocas de la vida en que se tienen más sueños es, sin duda, la primera juventud, que es cuando los muchachos privilegiados ingresan a la universidad. Actualmente hay diversas opciones; a mediados del pasado siglo, prácticamente el único centro universitario de importancia en el país, era la Universidad Nacional, para entonces ya autónoma, que se conoce popularmente como la UNAM.

Aquí estudiaban todas las clases sociales, tanto de la capital como de la provincia, e inclusive de países de Centro y Sudamérica. Ocupaba añejos inmuebles en el que era simplemente el Centro, que fue la ciudad de México, hasta mediados del siglo XIX.

Buena parte de los edificios habían sido conventos o colegios religiosos, y aunque la mayoría eran enormes y bellísimos, una corriente de modernidad generó una tendencia de rechazo a las viejas instalaciones del barrio universitario y se adujo que las antiguas instalaciones ya no cumplían con los requisitos de ventilación, luz y espacios que requería la nueva educación.

Eran los años 40 del siglo XX cuando llegaron a México las nuevas teorías arquitectónicas del movimiento moderno, principalmente con las ideas de Le Corbusier. Aquí, varios arquitectos se oponían a la mentalidad tradicional de la Academia y buscaban hacer una arquitectura acorde a las necesidades sociales, aprovechando las nuevas tecnologías.

Todo ello se conjuntó para convencer al entonces presidente Miguel Alemán de construir una ciudad universitaria fuera de la zona céntrica. Tras explorar varias opciones, se decidió levantarla en la zona de pedregales que había formado la explosión del volcán Xitle mil años atrás. Se convocó a un concurso abierto para estudiantes y maestros de la Escuela Nacional de Arquitectura, que ganó un trío de jóvenes, que al paso de los años serían destacados arquitectos: Armando Franco, Teodoro González de León y Enrique Molinar. Su propuesta se incorporó al magno plan maestro de Mario Pani y Enrique del Moral, cuya ejecución coordinó Carlos Lazo. El trabajo de este último constituyó una hazaña, ya que tuvo que articular la labor de un gran número de arquitectos, ingenieros, artistas, artesanos y hasta niños de todo el país, que recolectaron piedras para hacer los murales de la Biblioteca Central. Su construcción se dio en una época en la que teníamos abundancia de talento, creatividad... y dinero; el resultado fue espectacular y la Ciudad Universitaria ha seguido creciendo, sin perder belleza ni funcionalidad. Estudiar aquí es, en muchos sentidos, la materialización de los sueños.

Un reconocimiento significativo ha sido el reciente nombramiento que le ha otorgado la UNESCO, al ser inscrita como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Un excelente texto del arquitecto Xavier Guzmán Urbiola, publicado en la revista Proceso, nos cuenta la historia del desarrollo de la construcción de Ciudad Universitaria, y es realmente impresionante.

El reto era mayúsculo, ya que se iba a construir en un agreste terreno pedregoso. Los directores del proyecto pusieron normas estrictas en cuanto al uso de materiales, sólo se permitían estructuras libres de concreto, la piedra volcánica que se extrajera de las excavaciones, vitro block de color azul y café, y manguetería tubular de lámina doblada; esto dio como resultado una gran unidad y armonía al conjunto, en el que participaron diversas mentes creadoras.

A la impresionante arquitectura se sumó la creación de varios de los mejores artistas plásticos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Chávez Morado, Francisco Eppens y Juan O'Gorman, entre otros.

Llevaría varias crónicas describir todas las maravillas que guarda Ciudad Universitaria, así es que lo mejor es visitarla, verla con nuevos ojos y después ir a comentarla frente a un tequilita, que sirva de preámbulo para una rica comida. ¿Qué les parece la Fonda de Santa Clara, en Insurgentes 1839?

Es auténtica cocina poblana; el mole nos recordó al exquisito que prepara en Puebla doña Concepción Martínez viuda de Arcega, quien a sus 87 años sigue haciéndolo con arte, a la manera tradicional. Antes del plato fuerte es esencial compartir unas chanclas, pero no se asuste, son unos pambacitos rellenos de chorizo, sabrosísimos, que nos descubrieron los queridos amigos Pepe y Angeles Díaz, asiduos del lugar. Si el apetito es grande pida también los molotes y los tayoyos. Tienen chiles en nogada y de postre, con el café de olla, unos buñuelos de viento. El sitio está agradablemente decorado, con finas piezas de Talavera poblana, coloridos manteles y banderitas de papel.

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