Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Mundo La Mezquita Roja

José María Pérez Gay /I

La Mezquita Roja

Islamabad, Pakistán. Una manifestación de extremistas islámicos violentos -que exigía la puesta en práctica de la sharia o ley islámica en Pakistán- escapó del control de las autoridades y, en un abrir y cerrar de ojos, dio comienzo una batalla con ametralladoras calibre 50 y misiles tierra-aire contra las fuerzas de seguridad paquistaníes cerca de Lal-Masjid, la Mezquita Roja. La policía federal paquistaní sostuvo desde un principio que los violentos pertenecían al movimiento Harktul-Jihad-e-Islami -prohibido en Pakistán- señalado como un eslabón más de la cadena internacional Al Qaeda. Los clérigos y sus estudiantes islamistas radicales se atrincheraron en la mezquita, donde se encontraban más de mil 800 personas, incluso mujeres y niños; tomaron a muchos fieles como rehenes y los usaron después como escudos humanos. Ningún medio informativo supo bien a bien qué exigían; la madrasa Jamia Hafsa (escuela coránica femenina) se encuentra a un lado, un edificio más en las construcciones de la mezquita y era -hasta dónde se sabe- un nido de muyahidines (militantes de la guerra santa).

Los hermanos Abdul Aziz Ghazi y Abdul Rashid Ghazi ocuparon las instalaciones de la Mezquita Roja, contaban con un verdadero almacén con armas de todo género y un sinnúmero de combatientes; la batalla cobró el miércoles las primeras 30 víctimas, en su mayoría inocentes. El general Pervez Musharraf, presidente de Pakistán, resistió los dos atentados suicidas ocurridos la semana pasada en la frontera noroccidental, el malogrado ataque a su avión y después, sin pensarlo dos veces, ordenó la intervención de los cuerpos élite del ejército. Al día siguiente, Aziz Ghazi -el líder de la mezquita- intentó escapar del cerco disfrazado con una burka, el vestido tradicional de la mujer musulmana, los oficiales del puesto de control advirtieron el engaño, arrestaron Aziz y, al mismo tiempo, mil 200 estudiantes depusieron las armas. Sin embargo, su hermano menor, Rashid Ghazi, opuso una enconada y sangrienta resistencia. El martes 10 de julio el ejército avanzó estrechando el cerco y Rashid Ghazi murió combatiendo en los sótanos de la madrasa. Las fuentes de la BBC en Islamabad calculaban 286 muertos, otra masacre más en la peligrosa frontera con Afganistán. La Operación Silencio, como el gobierno pasquistaní llamó al asalto a la mezquita, dejó además una cantidad desconocida de mujeres y niños heridos y muertos durante los ocho días de la batalla.

La primera parte de la Operación Silencio concluyó el domingo 8 de julio; la resistencia en el interior de la mezquita roja -y en los sótanos de la madrasa- era menor al caer la tarde, su capacidad de fuego casi había desaparecido y las fuerzas de seguridad pusieron en marcha la segunda y última parte de la maniobra: "la demolición y limpieza". "Controlamos prácticamente todas las instalaciones de la Mezquita Roja y la escuela coránica, ahora están retirando los cadáveres de los muertos en combate", aseguró el portavoz del Ejército, general Wahid Arshad. "Tras 24 horas de intensos ataques, el poderío militar y el bloqueo demolieron la fe de los estudiantes radicales amotinados desde hacía una semana, quienes como habían anunciado el primer día, lucharon hasta la muerte como auténticos shahid (mártires)."

Por su sensibilidad y su estilo de vida Rashid Ghazi era, al parecer, un paquistaní proccidental. Había estudiado relaciones internacionales con las mejores calificaciones en la Universidad de Quaid e Azam de Islamabad, hablaba tres idiomas a la perfección, fue director general en el Ministerio de Educación y, unos años más tarde, representante de su país en la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia, la Cultura y la Educación (UNESCO). Todo eso se había ido a finales de los noventa, barrido por el ventarrón de la violencia que comenzaba a estremecer a Pakistán. No es incomprensible, pues, que alguien se pregunte ahora por qué ese gran viraje en la vida de Rashid Ghazi. A principios de 1998 su padre Abdullah Aziz -director de la mezquita y de la madrasa- cayó en el patio de la Mezquita Roja traspasado por la ráfaga de una metralleta disparada por un militante de uno de tantos grupos islámicos rivales. Su hermano ocupó el puesto de su padre y nombró a Rashid "el segundo" en la jerarquía de la Mezquita Roja y, desde entonces, ambos juraron venganza.

Los últimos ataques revelan cada vez más que los muyahidines que lanzan bombas, o se vuelan por los aires con una carga de dinamita en el pecho, son cada vez menos los militantes de Al Qaeda; en cambio son cada vez más los shahid (mártires) que han pasado unos meses y de modo fugaz con los grupos islámicos radicales antes de convertirse en informantes y terroristas. En La nueva red Al Qaeda (Hamburgo, 2006), Yassin Musharbash, colaborador del Spiegel online, experto en informática y operaciones de seguridad, afirma que éste es el caso de los cuatro muyahidines (voluntarios internacionales) que llevaron a cabo los atentados en Londres; sólo dos de ellos habían vivido tres o cuatro meses en la madrasa de Pakistán, los otros dos eran médicos de profesión establecidos en Londres.

Musharbash ofrece una suerte de agenda instantánea 2020 de la red del extremismo islámico violento resultado de la correspondencia intercambiada con los nuevos líderes de Al Qaeda, ante todo y sobre todo con el número tres de la organización, Saif al-Adl. Yassin Musharbash está convencido de que los estrategas de Al Qaeda imaginan su estrategia en largos y ciegos ciclos de tiempo. El primer período sería El despertar: abarcaría del año 2000 a 2006, de modo más preciso: a partir de los preparativos y los ataques del 11 de septiembre -en Nueva York y Washington-, la invasión armada de Irak, los atentados en Bali, Madrid y Londres. Según Saif al-Adl, el resultado de la primera etapa fue un éxito indiscutible. Estados Unidos habría caído en la trampa al invadir Irak, el mundo islámico ha despertado -sobre todo en el Magreb- y la furia musulmana es ahora incontenible. "El campo de batalla se ha extendido; los Estados Unidos y sus aliados se han convertido en un blanco más fácil y cercano. El mensaje de Al Qaeda se ha escuchado en todo el mundo." A partir de 2006, el segundo periodo abarcaría la destrucción del régimen del general Musharraf y, por tanto, la afganización del territorio. El tercer periodo se llama Abrir los ojos -de 2007 a 2010-, los estrategas del islamismo radical esperan concentrar sus acciones bélicas en Israel, Siria -los cuadros combatientes se encuentran ya en Irak- y Turquía.

En el cuarto periodo -entre 2010 y 2013- se habría alcanzado la desaparición de los regímenes árabes, odiados y corruptos, el aumento de la capacidad de fuego de Al Qaeda, el ataque masivo a los campos petroleros, la cohesión última de la comunidad islámica, mientras los estadunidenses derrotados abandonarían Irak y un ciberterrorismo masivo debilitaría su poder económico. En el quinto periodo -entre 2013 y 2018- se lograría por fin el establecimiento del gran Califato -el arco geográfico de Marruecos a Indonesia con mil 300 millones de musulmanes-, el poder de Occidente habría desaparecido en el mundo del Islam, Israel reducida a cenizas y los ejércitos islámicos combatirían contra los infieles.

¿Qué podemos decir de esta visión apocalíptica? La agenda 2020 es, sin duda, un manifiesto del delirio de grandeza. La realidad es otra. Al Qaeda no provocará la tercera guerra mundial, ni mucho menos la lucha final entre las civilizaciones cristianas y musulmanas. Al Qaeda no es la primera organización terrorista que se ha propuesto fines inalcanzables, y sin duda predica una utopía religiosa que sirve de combustible a la imagen del mundo que tienen los yihadistas. Sin esa utopía sería muy difícil, casi imposible, reclutar shahid (mártires) dispuestos a morir; la utopía de Al Qaeda no sólo es una meta, sino también una justificación moral y religiosa.

Sin embargo, Musharbash está convencido también de que la nueva guerra virtual tendrá lugar en el ciberespacio: "E-yihad contra cruzada-ciber". Existen ya miles de sitios en Internet -tanto islámicos como occidentales- en lucha constante por descifrar al enemigo y evitar ser descifrados. El 17 de junio de 2004, Tim Redd se dio cuenta de que la página Web de su compañía de mediciones topográficas, en Silicon Valley, había sido ocupada por los hackers de Al Qaeda. Al principio pensó que se trataba de una broma de mal gusto; después, al ver que le habían colocado un video de excelente calidad, donde aparecía Paul Marshall Johnson, secuestrado en Arabia Saudita y rehén de Al Qaeda, alarmó de inmediato a la FBI. Por el otro lado, los hackers cruzados occidentales también existen. Jon Messner logró entrar, en 2003, a la página web de Yusuf al-Uyairi, uno de los líderes islámicos, depositar un virus y dejar un mensaje: "Asesinos buscados por el gobierno de Estados Unidos".

 
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