Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Opinión El desdén de los valores deportivos

Editorial

El desdén de los valores deportivos

Los valores deportivos que dan sentido a la gran mayoría de las disciplinas físicas -el juego limpio, el orgullo de competir, su talante pedagógico, etcétera- significan poco en estos tiempos, cuando el mercado se ha adueñado del deporte mundial, soportado por los medios de comunicación. Ahora es más importante generar atletas ganadores, profesionales de alto rendimiento productores de dinero, que promover el amateurismo, cuna del verdadero espíritu deportivo, o para enaltecer el respeto a la patria.

Este fin de semana coincidieron varios acontecimientos deportivos que ilustran este asunto. En Venezuela, la Copa América de futbol 2007 llega a su fin este domingo. En el torneo participaron jugadores de todo el continente -entre ellos los mexicanos- tasados en millones de dólares, con sueldos exorbitantes. En este tipo de encuentros, generalmente el jugador pierde su identidad: ya no es un practicante de la disciplina que escogió, no importa siquiera el orgullo de representar a su país; es una mercancía en venta. Así, muchos futbolistas no acuden a estos torneos para defender con gallardía sus colores nacionales, sino para exhibirse, como cualquier producto, en un mercado al que asisten directivos de los equipos más ricos del mundo, y eventualmente convertirse en una estrella productiva, para beneficio de empresas y organizaciones internacionales. Por ello no es extraño que la actitud del jugador cambie de un torneo a otro, como pudo verse con el representativo mexicano en este mes pasado: en la Copa de Oro, que genera nulo interés, el representativo mexicano sólo ofreció mediocridad; en cambio, en la Copa América los jugadores -verdaderos privilegiados en una nación mayoritariamente pobre- no escatimaron esfuerzos para mostrar sus aptitudes. ¿Por qué?

La respuesta está en el gran mercado en el que se ha convertido el deporte profesional. Un buen ejemplo es el futbol profesional, controlado de manera tiránica por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), industria que genera anualmente millones de dólares por diversos conceptos que van desde los derechos de transmisión televisiva hasta el pago de cuotas para registrar torneos llaneros. El producto que ofrece la FIFA es muy atractivo para miles de jóvenes que sueñan convertirse en superestrellas. La fama y la fortuna esperan. Así, no es raro que la competencia entre los aspirantes para lograr un lugar en los equipos profesionales sea muy dura; sólo sobreviven los más fuertes, los más dotados o los más ambiciosos. Cuando estos privilegiados superan los filtros que deben pasar y se convierten en profesionales, ya casi ni disfrutan con pegarle a la pelota -placer por sí mismo, que no requiere de la atención de la prensa-; su actividad se vuelve monótona -lo contrario a lo que debe ser un juego-, y su principal motivación es el gran salario que perciben. En este proceso, entre los 15 y los 21 años, los valores deportivos pasaron al olvido.

En contraste está el Mundial de Futbol para menores de 20 años, que se disputa por estos días en Canadá. Por su naturaleza, los jugadores de este torneo se encuentran entre el profesionalismo y el amateurismo, algo que se nota. Mientras la gran mayoría de los representantes de países pobres deben hacer milagros para asistir, otras delegaciones -sobre todo del primer mundo- llegan a la cita deportiva con lo último en tecnología.

Aunque podría decirse que este torneo es el primer escaparate para las estrellas del futuro, los jóvenes mantienen aún las características del niño que se divierte con el juego y que dejan hasta la última reserva de energía en ello, por diversión, por amor a la camiseta y al futbol. Todavía entra en juego algo más que las primas o el afán de mostrarse para atraer a compradores. Es una lástima que una vez que finalice el mundial sub 20 la gran mayoría de esos jóvenes terminen como burócratas del balón.

El mejor ejemplo de ética deportiva, sin embargo, se da en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro. Si bien en la justa se encuentran atletas mercenarios, que están ahí para conseguir sustanciosos patrocinios, el amateurismo está presente con atletas que, con apoyos mínimos, consiguen verdaderas hazañas, dignas de presumir.

Habría que preguntarse qué tiene más valor: el deportista que gana miles de dólares y se conforma con ello o la persona que lucha, contra viento y marea, por realizar lo mejor posible la actividad que le gusta, por representar dignamente a su país, si se da el caso, y que usa la enseñanzas que le dejó ese proceso para convertirse en un mejor ciudadano.

 
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