Usted está aquí: miércoles 11 de julio de 2007 Opinión Chichén en el país de las maravillas

Javier Aranda Luna

Chichén en el país de las maravillas

A Heródoto le llevó años, numerosos viajes y mucho estudio la selección de las siete maravillas del mundo que vivió. A un publicista suizo le costó 10 mil dólares, un bussines plan y una estrategia de medios para descalificar las Siete Maravillas registradas por Heródoto, por considerarlas sólo del mundo ''antiguo", y seleccionar las Nuevas Siete maravillas.

A la elección erudita del padre de la historia se opuso la elección multitudinaria más emotiva que informada de la aldea global.

Curiosa sociedad la nuestra. La abundancia de información gracias a Internet muchas veces nos hace actuar como si careciéramos de ella.

Tardamos miles de años en formar la tradición del arte y la cultura y ahora construimos a velocidad inaudita la tradición del olvido que es la tradición de los medios electrónicos. Frente a cientos de años de poesía garabateamos versos tartamudos ''nuevos", ''diferentes", mal redactamos novelas que ninguna novedad encierran, pintamos y exhibimos óleos, acuarelas que habrán de cuartearse en algunos meses.

No descarto que en el futuro inmediato armemos un nuevo canon literario porque ya fue mucho de Shakespeare y Cervantes y los nuevos valores, los valores que no conocíamos, merecen un lugar en nuestro gusto. Y para ser ''justos" incluiremos autores orientales y occidentales por aquello de la geopolítica, cristianos y musulmanes por aquello de las guerras, hombres y mujeres para cumplir con las cuotas de género, y representantes de los que escriben en español, inglés, francés, sueco, alemán, italiano y tal vez en una lengua africana o de América Latina para que no se vea al nuevo concurso como algo excluyente sino al contrario. Y allí votaremos si los sonetos deben ser nuestros nuevos monumentos linguísticos, o las octavillas, o el haikú, o resucitaremos a las sextinas o ponderaremos al verso libre o a la novela ligth más vendida o con mejor campaña publicitaria.

Y en materia de música, ¿meteremos a competir a las pirecuas de Michoacán con U2, a Stravisnky con Nortec, a Bach con Louis Armstrong por aquello de la maestría de ambos en materia de bajos? ¿No pensará algún genio publicista que ya hemos tenido demasiado de la Novena Sinfonía de Beethoven o de los conciertos de Brandemburgo? Y si a eso llegamos, ¿por qué no votar por los nuevos evangelios de la Biblia? ¿Incluiríamos el Evangelio de María Magdalena? ¿Propondremos incluir la correspondencia de Frida?

Para nadie es un secreto saber que cada vez menos editores trabajan en las editoriales, que en los departamentos de publicidad se decide qué libros publicar en función de sus posibles ventas, que en las galerías abundan pintores de brocha gorda y muchos de los nuevos músicos surgen en buena parte por la generación espontánea de los reflectores.

El único sector del conocimiento que se ha salvado de las incursiones mediáticas y de las asambleas globales es el de la ciencia. ¿Se imagina el día en que votemos por Internet por los novísimos premios Nobel a través de una academia alterna y virtual que tenga una bella página web? ¿Votaríamos por los ''científicos" especialistas en ovnis?

Chichén Itzá ha sobrevivido a la erosión de la incuria. Ahora queremos rescatarla a golpe de flashes. ¿Lo haremos? ¿La protegeremos mejor como parte de un mall? Esta nueva maravilla del mundo, que desde que fue construida lo ha sido, ¿necesitará de un Wal-Mart enclavado en la selva para ''direccionarle" recursos que permitan darle mantenimiento? No hemos resuelto el asunto del Wal-Mart en Teotihuacán (esa otra maravilla olvidada) y ya andamos celebrando y felicitándonos por el ''logro" obtenido.

 
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