Usted está aquí: miércoles 11 de julio de 2007 Opinión Poetas y editores en París

Vilma Fuentes

Poetas y editores en París

Ver a los jóvenes más jóvenes debe ser envejecer. Miro a Jean-Michel Place tan joven como cuando lo conocí hace tantos años como el Marché de la Poésie existe en París, es decir un cuarto de siglo desde que lo creó y lo organiza. Sin duda porque no he dejado de ver a Place casi cada año, no lo veo envejecer. Otras personas amigas, mejor callo sus nombres, me parecen aplastadas bajo el peso de la edad -como sin duda yo debo parecerles tras el cúmulo de años de desencuentros.

El que no se avejenta es el Marché. Vuelvo después de tres años de ausencia: estuve en México en 2005 y 2006. Su inauguración es el mismo día de la fiesta de la música, triunfo del ruiderazo eléctrico de los aparatos de sonido. Por fortuna, Bellefroid y yo, al tomar el itinerario de callejuelas, caemos sobre un grupo de ''viejos" músicos de blues, que no necesitan de micrófonos y bocinas para hacer bailar a todos: los cuerpos se mueven a pesar de la dignidad o la esclerosis de la edad o la timidez de la infancia.

Encuentros, en los alegres puestos del Marché, alrededor de la fuente monumental de la plaza Saint-Sulpice, con el escritor Dominique Noguez, quien nos habla de su libro de fúubol: un match entre Lautréamont y Rimbaud; con Michel Deguy, poeta y editor; con Paul, encargado de la librería Gallimard: hablamos de la próxima salida de Harry Potter, en octubre, en francés; de la publicación de la traducción al francés de Castillos en el infierno (Actes Sud, la prestigiosa editorial con sede en Arlès, no duda del éxito en Francia de mi novela).

Vuelvo otro día al Marché de la Poésie con Tania Huerta, jefa de redacción de la revista Métiers d'Art. Me presenta con un editor excepcional, Jean-François Manier. Con su mujer, Martine Mellinette, crea algunos de los más bellos libros de la edición francesa. Todo es hecho a mano en la editorial Cheyne: el papel que parece de terciopelo, de pétalos, de seda, de corteza; la tipografía, que puede sentirse con la yema de los dedos, de las letras que se mueven al ritmo de las palabras o duermen a la sombra de sus silencios; el cosido del encuadernado... Libros de colección, objetos de arte, que no impiden el éxito de librería. Matin Brun del escritor de origen búlgaro, Franck Pavloff, ha vendido un millón 125 mil ejemplares: relato de 10 páginas que muestran los peligros de la indiferencia ante las primeras señales del fascismo.

De sus ''libros-libros", Manier escribe: ''un bloque, un pedazo de tiempo habitado con tanta fuerza por un escritor, y tan justamente, que resiste al olvido como a la usura, que nos esclarece y jamás se agota".

A pesar de los aguaceros, el público invade la plaza durante el Marché, cada año más numeroso, para escuchar, en los corredores, en un estrado, con o sin micrófono, los versos de un desconocido como de un célebre poeta.

Las clausuras tienen siempre un dejo de melancolía. Sin embargo, este domingo, sentados en una de las mesas de la cafetería levantada temporalmente para este acto, la conversación con el poeta Jacques Izoard, de origen belga, toma un giro al mismo tiempo epifánico y nostálgico. Sus palabras provocan la aparición de un tiempo acabado. Nos cuenta sus pininos en la entrevista periodística, allá en 1956, cuando no era sino ''un provinciano de Liège, que sigo siendo", a quien su jefe da una lista de nombres que él, con toda ingenuidad, va a seguir en orden. Su absoluta candidez le oculta los obstáculos que hubiesen hecho huir a cualquier persona consciente.

De ahí parte del encanto de sus encuentros, verdadera delicia, con escritores como Jules Romain (enfático, pontifical), André Gide (el mismo que describe Craven con tanto humor), André Malraux (generoso y lúcido), Jouhan-deau (cuya adorada esposa Elisa él hace desparecer de inmediato ante la llegada de esa ''gracia juvenil" que es Izoard -''entonces no me reía como ahora, me moría de miedo ante sus avances"), otros... Los retratos que nos hace de aquellos monstruos sagrados son espeluznantes de risa, tiernos, evocadores. Pero esa es la materia de un libro que toca a Izoard escribir, y no sólo contarnos de viva voz una tarde de clausura del Marché de la Poésie.

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