Usted está aquí: martes 10 de julio de 2007 Opinión Congreso íntimo

Marco Rascón

Congreso íntimo

La única incógnita a resolver en el décimo congreso nacional del PRD es el nombre del hotel y el número de la habitación donde los dueños del partido -llamados a veces corrientes, en otras ocasiones tribus- negociarán, como en partida de naipes, las resoluciones, mientras a los delegados se les mantiene entretenidos y sólo prevenidos de que serán llamados a votar lo que se les ordene.

La pasada manifestación del 1º de julio fue para los grupos y facciones que están en proceso de nombrar delegados, el ejercicio para mostrar la fuerza y representación que los llevará a la mesa cerrada de negociaciones del congreso.

En la movilización lopezobradorista de finales de marzo, Nueva Izquierda -denominada los chuchos- fue acusada de haber saboteado la movilización, pero ahora fue de los grupos más grandes, disciplinados y organizados, cuyo objetivo era mostrar a las otras facciones y al propio López Obrador la fuerza del aparato con el que disputarán el control del partido en agosto.

Es esta corriente, sobreviviente a todas las presidencias y todas las etapas del partido, la que hoy ejerce por sí misma o en alianzas el control de las fracciones legislativas de diputados y senadores federales y de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Tiene, sin duda, el control de la mayoría de los comités estatales y la mitad del comité y del consejo nacional, incluyendo al secretario general, que disputa directamente a Leonel Cota la presencia ante medios y la opinión pública. Para el lopezobradorismo puro, éste es el enemigo a vencer.

En la pasada manifestación del Zócalo, Andrés Manuel López Obrador volvió a expresarse con su lenguaje de viejo político tradicional y a mandar mensajes. Ahora su interlocutor no eran los poderes fácticos oligárquicos, sino las estructuras del PRD y el Frente Amplio Progresista (FAP); no era mediante chiflidos y abucheos concertados, sino con abrazos.

En la marcha del 1º de julio, López Obrador, sabiendo que el punto ya no es ni Felipe Calderón ni su "gobierno legítimo", sino el PRD y su congreso, desde el inicio de la marcha se lanzó en brazos de Alejandro Encinas para señalar que ése es su delfín y que nadie se equivoque. Que como gran elector, ésa es su voluntad, de la misma manera que impuso a Leonel Cota tras la marcha del 24 de abril, cuando la magia del desafuero no fue para sacarlo, sino para imponerlo como voluntad y opinión única, creador de dirigentes, hacedor de alianzas, redactor de programas, e investirse candidato de facto a la Presidencia y asegurar la derrota.

Las corrientes del PRD, convertidas en tribus, sin la más mínima crítica se sumaron a la ola y, sin embargo, hoy la derrota hace regresar la disputa a los viejos niveles internos por las prerrogativas, el aparato y la interlocución con las otras fuerzas y partidos.

Detrás del lopezobradorismo puro se aglutinan el viejo bejaranismo y su escisión. Es una alianza momentánea con Marcelo Ebrard y tiene a su favor a los diputados y senadores que llegaron por la vía directa de las alianzas con López Obrador, como Ricardo Monreal, figura central del lopezobradorismo; Arturo Núñez, Manuel Camacho y los restos que dejaron Rosario Robles y el grupo de Amalia García, que, pese a las afrentas en Zacatecas, se mantienen en ese bloque.

Nueva Izquierda, de Ortega y Zambrano, tendría más de la mitad del control del aparato y por tanto del registro del partido. Jesús Ortega es la cabeza indiscutible de esta fuerza con objetivos pragmáticos, cuya filosofía ha sido ganar perdiendo, pero asegurando los puestos claves que le permiten mantener la interlocución con los 32 gobernadores, el gobierno federal y las fuerzas políticas adversarias, tanto en el ámbito partidario como legislativo. A ellos iba dirigido el "cero negociación", que le aplaudieron, pero que no duró como consigna ni 24 horas porque al día siguiente lo enderezaron.

Debido a esta posición, López Obrador sin proponérselo ha creado un fuerte acercamiento entre el bloque de Nueva Izquierda y los partidos del FAP. No obstante, no hay rompimientos por parte de López Obrador, pues los recursos para sostener su aparato político provienen de los legisladores y gobiernos estatales, principalmente del Distrito Federal, del cual recela, pero no enfrenta, por estas poderosas razones.

El décimo congreso nacional del PRD decidirá en un cuarto de hotel la propiedad del registro y la composición de la nueva dirección, independientemente de quién sea el presidente. Una posición difícil será la de Alejandro Encinas, pues aun ganando la presidencia estará muy lejos de ser el dirigente real del PRD, que está en manos de las corrientes.

Crecidos todos a la sombra de López Obrador, hoy le disputan el control. Es el pago por el desprecio hacia ellos, donde reina como regla la deslealtad. El décimo congreso es íntimo, no sólo porque se decidirá en un cuarto de hotel, sino porque solamente se verán hacia adentro, sin ninguna visión estratégica, navegando entre la confusión, el absurdo y el miedo.

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