Usted está aquí: martes 10 de julio de 2007 Opinión Peligros en el subsuelo

Editorial

Peligros en el subsuelo

La grieta que se abrió en días pasados en la delegación Iztapalapa debiera enfocar la atención de ciudadanos y autoridades de todos los niveles en el riesgo que existe en el subsuelo del valle de México, y de otros puntos del territorio nacional, por el sostenido maltrato al que se le ha sometido durante muchas décadas. Sociedad y autoridades enfrentan un problema complejo, con diversas expresiones y distintas causas, pero que en conjunto representa un peligro que no debe ser soslayado.

El daño mayor causado al subsuelo es, sin duda, el que afecta a los mantos acuíferos profundos. Sobrexplotados durante todo el siglo pasado, impedida la filtración de aguas pluviales por la proliferación de capas de cemento y asfalto, tolerada la deforestación de importantes zonas de recarga, tales mantos se han ido secando y han dado lugar, a fenómenos tan alarmantes como el hundimiento descomunal -ocho metros en un siglo- del centro de la ciudad de México, la caída general del nivel de la urbe, con los problemas que eso implica para el abasto de agua y el drenaje de aguas negras y, en casos como el de Iztapalapa y otras zonas, agrietamientos de grandes dimensiones como el que se produjo el sábado pasado.

A lo anterior debe agregarse la desbocada y, en no pocos casos, inescrupulosa especulación que domina el mercado de bienes raíces desde los tiempos del desarrollo estabilizador, y al abrigo de la cual se ha construido en áreas por demás inadecuadas para usos habitacionales, como terrenos minados, al poniente y norte de la mancha urbana, y zonas afectadas por fallas geológicas, en el oriente. En muchos casos el poblamiento ha ocurrido sin ningún control por efecto de las oleadas migratorias del campo a la ciudad que tuvieron lugar en el siglo pasado y que generaron asentamientos irregulares, muchas veces con la participación de autoridades y dirigencias políticas corruptas.

En el contexto de la flagrante falta de planificación en que se dio la expansión de la urbe se tendieron, para colmo, innumerables ductos, riesgosos en ciertos casos, como los de Pemex, sin ningún control ni registro. La presencia de estas instalaciones plantea ahora un riesgo adicional de explosiones y de fugas tóxicas cada vez que ocurre un movimiento en el subsuelo.

El país y su capital tienen los elementos de juicio para ponderar el riesgo y están a tiempo de empezar a revertir la peligrosa situación descrita mediante un trabajo planificado y sostenido en el que colaboren autoridades federales, capitalinas, delegacionales, del estado de México, de los municipios conurbados y la población en situación de riesgo potencial. Es necesario elaborar un plan maestro para el rescate del subsuelo que garantice, a mediano plazo, la seguridad de todos los habitantes. Es posible prevenir la mayor parte de las catástrofes derivadas de hundimientos, agrietamientos y reacomodos del terreno y hay que hacerlo ya.

 
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