Usted está aquí: martes 10 de julio de 2007 Mundo Dos palestinas

Pedro Miguel

Dos palestinas

Antes de cobrar existencia, el Estado palestino se partió en dos. La Palestina del Sur, en Gaza, se ahoga en sus propias carencias, se cimbra con regularidad por efecto de las mortíferas bombas israelíes y se asfixia en la uniformidad musulmana que poco a poco impone el mando de Hamas, pero respira con la sensación de orden, tranquilidad y seguridad que éste ha logrado con el desarme efectivo de los grupos irregulares.

Al noreste, en Cisjordania, en una Palestina del Norte controlada por la presidencia de Mahmud Abbas, florece el caos tradicional: las diversas milicias se niegan a entregar las armas, la autoridad hace como que reprime a los integristas y éstos hacen como que se dan por reprimidos, Al Fatah mantiene firme el rumbo hacia la descomposición total -inició el camino mucho antes de la muerte de Yasser Arafat- y Abbas empieza a ser llamado marioneta de Washington y de Tel Aviv.

Es un horror. Durante los enfrentamientos fratricidas de los meses pasados los combatientes de ambos bandos se dejaron fotografiar a bordo de carros blindados que nunca antes habían sido utilizados, ni siquiera para hacer frente a la sempiterna agresión militar de los ocupantes contra milicianos y civiles.

O sea que los dirigentes palestinos tenían esta clase de juguetes y, en vez de empeñarlos en la defensa de su gente, los estrenaron matándose entre ellos, y el saldo provisional de esa confrontación es el canje de las perspectivas de un Estado por la conformación, en lo que les queda de territorio, de dos feudos inviables en los cuales encarnan dos de los callejones sin salida del mundo árabe e islámico: el integrismo intolerante y el patrimonialismo autoritario e irrefrenable; hermanos musulmanes o Hosni Mubarak, Jomeini o el Sha, Al Qaeda o Mohammed VI. Qué triste manera de aparentar que tienen razón los calumniadores racistas que dirán: "¿Ya ven? Los islámicos y los árabes no sirven para construir países".

Desde luego, las guerras intestinas no son nuevas en el bando palestino. Cuando la OLP fue expulsada de Líbano, en los años 80 del siglo pasado, el fuego en su contra no provenía únicamente de las armas israelíes, sino también de facciones disidentes apoyadas por Siria. Hasta ahora las confrontaciones internas han pasado y los rencores han sido puestos bajo la alfombra. Esta mecánica tendría que imperar ahora y llevar a la superación de esta nueva escisión y al restablecimiento de una autoridad única en Gaza, Cisjordania y -tarde o temprano- Jerusalén Oriental. Pero en Medio Oriente lo provisional tiende a eternizarse y ahí está la ocupación israelí para certificarlo: 40 años ya, y el calendario sigue corriendo.

Por lo pronto, la solidaridad mundial auténtica con la causa palestina se ve paralizada por dilemas irresolubles, porque no es fácil manifestarse a favor de un gobernante palestino que respalda el bloqueo de Gaza y contribuye a matar de hambre a los habitantes de la franja, ni de unos iluminados que reivindican el uso del cinturón de explosivos como instrumento de acción política.

El pueblo palestino se ha sacrificado mucho como para que ahora Mahmud Abbas lo ande vendiendo a cambio de dólares y euros. La sociedad palestina ha empeñado un esfuerzo heroico en su propio desarrollo social y cultural como para que ahora Hamas quiera imponerle la ley coránica. Los palestinos no se merecen esas dirigencias. Ojalá que pronto puedan desecharlas.

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