Usted está aquí: lunes 9 de julio de 2007 Economía Alimentos

León Bendesky

Alimentos

El secretario de Agricultura dijo recientemente que el alza del precio de la leche, de 5 por ciento, no afectaría los registros de la inflación, como tampoco ocurrió con el alza de las tortillas.

En México existe desde el último gran brote de alza de los precios con la crisis financiera de 1995 una obsesión con este tema. De ahí que la estabilización se haya convertido desde el gobierno de Zedillo, y hasta hoy, en el principal objetivo de la política económica.

La estabilización es, ciertamente, un instrumento de la política pública, pero cuando se convierte en una finalidad puede acabar siendo un candado más para el crecimiento del producto y del empleo y, por lo tanto, para la reducción de la pobreza, otra meta perenne -e insatisfecha- de los planes sexenales de desarrollo.

La estabilización en México no ha sido capaz de provocar una expansión de la actividad económica, y el largo estancamiento relativo que se registra se ha vuelto inclusive el campo propicio para seguir profundizando la enorme concentración del ingreso. Una vez alcanzada la estabilidad de los precios parece que no se sabe qué hacer con ella.

Con la estabilidad se han enredado las políticas fiscal y monetaria y no hay cómo jalar la inversión, la productividad y el empleo, que son los motores para crecer. Conseguir en cada año el equilibrio fiscal (sin contar las cuentas contingentes como los Pidiregas y las pensiones) compromete la gestión del dinero y el crédito, ámbito en el que se logra su propio ajuste mediante la obtención de divisas.

Esto se ha conseguido mediante el petróleo y las remesas y, en la medida en que esas fuentes se estabilicen o se contraigan sólo quedará bajar el gasto público, principalmente en infraestructura y proyectos sociales. Al final, la partida doble de la contabilidad social no se puede estirar demasiado en el marco de una estabilidad con magro crecimiento del producto.

La inflación, esa meta privilegiada de la política económica, no afecta por igual a todos los grupos sociales. La repercusión del alza de los precios se da en función del patrón de la distribución del ingreso, en el caso de México éste es el referente básico para apreciar los efectos de la estabilización financiera.

El secretario de Agricultura debe tener elementos sólidos para considerar que el alza del precio de la leche no afectará el nivel de la inflación. Una aseveración de ese tipo puede sostenerse a partir de la evidencia, en este caso usa como ejemplo lo ocurrido con la tortilla. Atrás de esa evidencia hay datos que son cuando menos interesantes.

La inflación la mide el Banco de México conforme a un sistema de ponderaciones nacionales de distintos productos, un total de 373, que se agrupan según el objeto del gasto. Los alimentos, bebidas y tabaco componen 22.7 por ciento de la ponderación del índice nacional de los precios al consumidor; la ropa, calzado y accesorios representan 5.6 por ciento, la vivienda (que incluye la electricidad, gas y servicios telefónicos) da cuenta de 26.4 por ciento; los muebles, aparatos y accesorios domésticos 4.8 por ciento; salud y cuidados personales 8.5 por ciento; transporte 13.4 por ciento; educación y esparcimiento 11.5 por ciento, y otros servicios 6.9 por ciento.

Entre los alimentos, los más representativos en el gasto de las familias y en el índice son: bistec de res 1.14 por ciento, cerveza 1.46 por ciento, huevos 0.53 por ciento, leche pasteurizada y fresca 1.86 por ciento, pollo en piezas 1.05 por ciento, refrescos envasados 1.45 por ciento y tortillas de maíz 1.22 por ciento. Así que podría decirse que un aumento de 5 por ciento al precio de la leche no se advertirá en el índice general de los precios.

Pero en el índice de la canasta básica de consumo, que es 33.7 por ciento del total, los precios de la leche y la tortilla pesan mucho más. Por eso dice el funcionario que deberá apoyarse (subsidio) la producción de leche hasta con 40 centavos por litro. La inflación tiene sus recovecos y los consumidores y productores están inmersos en el comportamiento desagregado, más que en las consideraciones macroeconómicas propias del discurso político y burocrático.

El asunto de los precios agrícolas crea más distorsiones en la producción y el consumo. El proceso mediante el cual se forman los precios indica que hay distintas presiones, como ocurre con las importaciones de grandes cantidades de maíz, lo que afecta, por ejemplo, a la cadena de producción alimentaria de la leche y sus derivados y de la carne. Los precios de la leche responden a los cambios en la demanda no sólo en México, sino en otros países, debido al comercio internacional, y en el caso del maíz es ya conocido el efecto alcista que tiene la producción de los biocombustibles.

En el entorno de creciente desigualdad económica y social, la obsesiva atención que se da a los registros de la inflación esconde un "efecto termita" que va socavando la estructura social del consumo y el funcionamiento de los mercados agrícolas. Al final, los que tienen menores ingresos y que son una gran parte de la población resienten en serio las alzas de los precios. Pero quedemos tranquilos, que la inflación y el déficit fiscal siguen bajo un estricto control.

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