Usted está aquí: domingo 8 de julio de 2007 Opinión Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

La noche del derrumbe

Al ver las horribles imágenes del camión sepultado por un alud en la Sierra Negra de Puebla, recordé aquella noche que pasamos en vela, gritando y removiendo la tierra bajo una lluvia prolongada hasta el amanecer.

Había neblina y cruzábamos los brazos para protegernos del frío. Las marcas de las llantas dibujaban una complicada cuadrícula en el lodo. Esas huellas y los charcos desordenaban aún más aquel paraje que apenas unas horas antes nos había parecido seguro y tranquilo.

Escuchábamos el canto de los pájaros y los rezos murmurados por las mujeres que esperaban un milagro. Con sus picos y palas sobre los hombros, los rancheros que habían bajado para ayudarnos esperaban la orden de remprender la búsqueda.

Acuclillado, indiferente a todo, mi tío Joaquín desmenuzaba terrones como si el polvo fuera a darle un indicio para encontrar a Hilario, su único hijo. Mi tía Margarita iba de un lado a otro implorando perdón como si hubiera sido la causante del derrumbe. Isaura, la catequista, intentó consolarla: "Cálmese, usted no tuvo nada que ver en esto. Fue la voluntad de Dios".

Erizada, jadeante, Margarita se lanzó contra Isaura. Gracias a mi tío y otros hombres, Margarita no logró su propósito de golpearla. Su dolor y su frustración se convirtieron en una catarata de insultos y blasfemias. Margarita llamó a Isaura "seca, mula, estéril, incapaz de entender lo que significa la pérdida de un hijo".

A cada insulto Isaura retrocedía hasta que al fin tropezó con una piedra, resbaló y cayó en el lodo. Las mujeres se acercaron a levantarla pero ella las rechazó. Llorando se puso de pie y se alejó. La relación con mi tía Margarita se acabó y al poco tiempo Isaura se fue de San Gregorio.

Me la encontré muchos años después por el Eje Dos cuando ella iba entrando en una casa de huéspedes. A pesar de los años transcurridos la reconocí enseguida por el lunar que le abarca la sien y el pómulo izquierdos. Isaura en cambio se quedó mucho tiempo mirándome con desconfianza antes de aceptarme como la sobrina de Joaquín y Margarita. Se persignó cuando le dije que él había muerto de congestión alcohólica.

"¿Y Margarita?" "Se quedó a vivir en San Gregorio. Quisimos que se viniera con nosotros pero se negó: tenía la ilusión de que Hilario reapareciera. Cuando se le acabaron las esperanzas perdió la razón. Vive de lo poquito que le mandamos y de lo que gana por barrer las calles en las madrugadas, junto con las presas que sólo a esas horas pueden salir de la cárcel. A las seis de la mañana ellas vuelven a sus celdas y mi tía a su casa. En cierta forma es también su prisión. Margarita sigue creyendo que Hilario murió por su culpa".

Al despedirnos Isaura me suplicó que no dejara de visitarla. Vive allí porque le queda cerca del templo donde es catequista y ayudante del padre Cebrián. Le aseguré que volvería muy pronto pero desde entonces evito el Eje Dos. Temo encontrármela otra vez y recordar el día en que mi primo murió sepultado en la cueva del paraje San Gabriel.

En el sitio hay una cruz de metal enmohecida con el nombre de Hilario y sus fechas de nacimiento y muerte. Están separadas por la corta distancia de nueve años. Los cumplió aquel domingo en que salimos de día de campo para festejarlo.

 
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