Usted está aquí: lunes 2 de julio de 2007 Economía Rato, sólo un rato

León Bendesky

Rato, sólo un rato

Apenas un rato se quedó Rodrigo Rato como director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Tomó posesión de ese cargo el 7 de junio de 2004 por un periodo de cinco años, pero el pasado jueves anunció que dejará su puesto en esa institución en octubre, luego de la reunión anual de la junta de gobierno que se realiza a la par con el Banco Mundial.

La renuncia de Rato se da en un momento muy sensible para los organismos financieros internacionales tras la salida forzada de Paul Wolfowitz del Banco Mundial (BM) por un conflicto asociado con aspectos éticos de su breve administración. Su sucesor, Robert Zoellick, tomó posesión el 1º de julio y era hasta ayer alto ejecutivo del grupo financiero Goldman Sachs y antes subsecretario de Estado y representante comercial del gobierno de Estados Unidos.

Las dos flamantes instituciones, creadas en 1944 con los acuerdos de Bretton Woods, están al mismo tiempo en plena transición y en una coyuntura delicada en cuanto a sus funciones en la economía global y su administración interna.

Rato tuvo que enfrentar una situación complicada en el FMI, especialmente luego de lo mal parada que quedó la institución cuando tuvo que reconocer los graves errores de su gestión en la economía argentina que precipitó la profunda crisis en ese país a principios de esta década.

La imagen del FMI en la región no es favorable, pues se le asocia con los severos procesos de ajuste que se han dado de modo recurrente desde la crisis de la deuda a principios de la década de 1980. El FMI no ha dejado de participar en las principales decisiones financieras y fiscales en la mayoría de los países con sus programas de vigilancia, pero ha ido también perdiendo relevancia. Varios países de la zona, como es el caso de la propia Argentina, Brasil, México y Venezuela, han cubierto de manera anticipada sus deudas con el FMI y eso lo ha ido marginando de la gestión de las políticas públicas y de la promoción de las condiciones de estabilización macroeconómica que por mandato debe promover.

Se ha dicho que el FMI padece una crisis de identidad en cuanto a su papel en la economía mundial. Los diagnósticos técnicos que hace son de corte sumamente ortodoxo y se alejan de las condiciones económicas y sociales que prevalecen en muchas naciones. Políticamente entran en contradicción con los conflictos que se suscitan con las nuevas expresiones democráticas y eso se advierte en sus funciones y en su organización interna, tanto la de corte burocrático, que es muy grande, como en su carácter de entidad supranacional.

Rodrigo Rato fue confrontado por esta situación desde un principio y lo llevó a proponer una estrategia de mediano plazo para reformar a la institución. Hay dos elementos clave en dicha propuesta. Uno atañe a la representación de las naciones en el organismo (las cuotas y la tenencia de acciones) y se liga con las pautas de gobierno. Otro tiene que ver con las políticas de vigilancia que establece el FMI de manera bilateral con los países miembros sobre la evolución del tipo de cambio de sus monedas y, por lo tanto, de los llamados desequilibrios externos que pueden llevar a una devaluación y provocar un ajuste financiero.

Este tema es de relevancia por la interrelación de las economías del mundo debida a las grandes corrientes de inversión que se dan prácticamente sin regulación. Eso hace que los efectos de la inestabilidad en un país se transmitan de modo rápido y en ocasiones severa a otros. Así pasó con las crisis mexicana de 1995 y luego con las del sudeste asiático, igualmente con la caída de índice Nasdaq en Estados Unidos en 2001, y recientemente con las fluctuaciones del mercado bursátil de China.

En el primer caso ya se revisó en parte la representatividad de algunos países que se denominan de economías emergentes: China, Corea, México y Turquía, y el proceso debe seguir con otros, según se acordó en la reunión del FMI y del BM en septiembre en Singapur.

En cuanto a los procesos de vigilancia de la gestión macroeconómica, el FMI se ha propuesto revisar los patrones establecidos hace más de 30 años adaptándolos al nuevo panorama económico multilateral, que es, finalmente, la expresión de los patrones de poder a escala internacional. El FMI tratará de aplicar una "revisión de la salud" financiera de las economías en concordancia con su estimación de la vigilancia multilateral.

El FMI quiere evitar que dicha vigilancia se debilite, pero para ello deberá modificar también sus formas de gestión interna, asunto al que no hace referencia y sobre el cual no hay ninguna autocrítica. Los postulados teóricos de evaluación de la marcha de las economías son muy rígidos y se aplican con el mismo rasero sin tomar en cuenta las particularidades muy diversas de cada país. Es notorio que en el departamento del hemisferio occidental, donde está América Latina, tanto el director, como los principales funcionarios y analistas económicos, ni siquiera hablan español.

El FMI y el BM padecen de los vicios de la política a escala nacional, pueden servir para promover intereses personales y de grupo y hasta como trampolines políticos. No se sabe si éste es el caso de Rato, quien prepara ya su vuelta a España, donde la contienda político-electoral está abierta de lleno.

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