Usted está aquí: sábado 30 de junio de 2007 Opinión Economía regresiva

Ilán Semo

Economía regresiva

Hace unas cuantas semanas, la sociedad mexicana hizo frente a una de las más severas contrarreformas sociales de las últimas décadas. La cancelación (a futuro) de las pensiones a los trabajadores agremiados en el ISSSTE no sólo trajo consigo una hipotética "operación rescate" del gasto público, como suele presentarla la Secretaría de Hacienda, sino una peculiar manera de observar el tema de las finanzas gubernamentales. Quienes promovieron la ley sostenían que el Estado no contaba -ni contaría- con los recursos suficientes para hacer frente a sus obligaciones en el rubro de pensiones, que la quiebra de la hacienda pública era, en unos cuantos años, inminente, y que el único remedio que quedaba a la mano eran medidas drásticas. Bien, la ley fue aprobada y, con ella, ergo, se aprobó una reducción sustancial de las erogaciones que habrá de realizar el gobierno para mantener el equilibrio entre sus ingresos y sus egresos. Tal y como lo pedía la administración hacendaria.

La noticia siguiente fue la reforma fiscal. Uno supondría, como lo señala cualquier manual de economía contemporánea, que si el Estado decidió reducir su gasto -por el efecto de la suspensión futura del pago de pensiones-, la medida lógica sería reducir relativamente el monto de impuestos que la población abona anualmente al erario. La ecuación es muy sencilla y la entiende hasta un alumno de secundaria. Para lograr un mínimo de eficiencia, una economía puede optar por dos caminos: a) reducir el gasto y, simultáneamente, reducir el monto de impuestos que paga la población; o b) aumentar el gasto (por ejemplo, en educación, salud, seguridad, infraestructura, etcétera), pero entonces es preciso aumentar los impuestos. No hay ningún misterio en estas fórmulas. La idea -o el principio- es que la gente tenga suficientes ingresos en la mano para mantener a la maquinaria económica en marcha: si el Estado decide reducir lo que gasta en la sociedad, es preciso reducir lo que la sociedad gasta en él. Así de sencillo. Todo indica que la operación inversa, la fórmula keynesiana, también funciona: si el orden público requiere emprender gastos en pensiones, educación, salud, etcétera, la única manera equilibrada de hacerlo (léase, que no afecte el endeudamiento del gobierno mismo) es aumentando sus ingresos (vía los impuestos, por ejemplo).

Hoy, sin embargo, después de las dos reformas -la del ISSSTE y la fiscal-, nos hallamos frente a una situación extraña, por decirlo de alguna manera, una suerte de oxímoron económico. Si la ley sobre pensiones redujo las erogaciones públicas y la reforma fiscal se propone hacer crecer los impuestos, "aumentar la recaudación", en el lenguaje oficial, ¿de qué se trata? Traducida a una metáfora dietética, la imagen es la siguiente: un Estado que ingiere (mucho) más y que rinde (mucho) menos. Simplemente, desconozco si existe en el orbe semántico algún concepto de eficiencia que resista la prueba de esta homologación.

Cabe la pregunta: si las finanzas públicas recuperarán su equilibrio, ¿para qué entonces aumentar los impuestos? O dicho de manera menos evasiva, ¿por qué debe pagar la población doblemente?: por un lado, ya no le dan, por el otro, le quitan. ¿Por qué además esacamotear estos ingresos al mercado, que según la doxa liberal, es el lugar adonde corresponden? Si alguien conoce el nombre de la teoría que respalda estas acciones, que levante la mano. Debe ser la llamada economía timbiriche (sin ofender al grupo), o la versión de un nuevo y desconocido freak económico.

El argumento que se ofrece para "aumentar la recaudación" es que en los países centrales los impuestos equivalen a una parte sustancial del PIB, y en México no. No se dice, claro, que en las sociedades industrializadas los impuestos son canalizados a un costoso sistema de pensiones, salud y educación públicas, salario de desempleo (cuando queda uno desempleado), subvenciones a la alimentación, a la cultura, a los lectores, etcétera, en Europa y Canadá, o a los costos que reporta una guerra como la de Irak, en Estados Unidos. Ninguno de estos dos prospectos nos aguarda. Nadie creería hoy en día, después de la supresión de las pensiones del ISSSTE, que el PAN tiene el menor interés en la política social o en el combate a la pobreza (como cabe esperar, en cierta manera, de un partido de derecha). Y una guerra, ¿contra quién?

En realidad se trata de una muy antigua fórmula que el PRI frecuentó desde 1982 para enfrentar sus graves crisis, y que es una de las responsables centrales del anegamiento de todos los intentos de modernización de la economía mexicana en las últimas tres décadas. Recargar sobre los ingresos generales, ya sea del trabajo o del capital, los costos de una administración incapaz de hacer de la economía un esfuerzo por desbancar los gastos de una sociedad estamental es la vía más calculadamente segura del estancamiento. Tal vez reditúe a corto plazo para apuntalar cierta estabilidad política, tal vez sólo se trata de redocumentar nuestra habilidad para resignarnos. Lo único evidente es que la sociedad mexicana se resiste al cambio.

 
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