Usted está aquí: martes 26 de junio de 2007 Espectáculos Andanzas

Andanzas

Colombia Moya

Gurrola coreógrafo

Ampliar la imagen Juan José Gurrola viajando Juan José Gurrola viajando Foto: Fabrizio León Diez

ES CON EL corazón afligido que recién puedo ordenar un poco las ideas y las emociones. Aún no puedo aceptar, sentir, que Juan José Gurrola ya no se encuentre en este mundo. Vivía a la vuelta de mi casa, muy cerca, y nos encontrábamos frecuentemente con alegría y reconocimiento. Eran otros tiempos.

SU PODEROSA PERSONALIDAD, su gran cuerpo y esa tierna sonrisa infantil, siempre fresca y afectuosa, nunca opacaron la presencia y arrogancia de quien fue parte de lo que él y sus amigos llamaban "la inteligencia de México".

YO APENAS HABIA regresado a México cuando otro entrañable amigo, Mony DeSwan, quien fue el empresario del Ballet Folklórico de Amalia Hernández, me llevó a la colonia Condesa, a un edificio parecido a un multifamiliar, lleno de entradas y salidas, como una enorme vecindad tipo europeo, y allí me presentó con Juan José Gurrola, quien vivía en la letra M, hasta arriba. Ese día, cordial y desafanado, Mony abrió la puerta al actor y dramaturgo a quien le dijo que yo era una gran bailarina, lo que me hizo sonrojar; "¡que padre!, a ver si trabajamos juntos; me encanta el baile", dijo.

EL TRAGO QUE me ofreció Mony se recalentó en mi mano, mientras ellos hablaban de Poesía en Voz Alta, personas y cosas que, como recién llegada a mi país, no había vivido. Aún no sabía que yo también habitaría más adelante aquella mole llena de artistas y locos llamada Peyton Place, the very famous, sólo que en otra de sus calles, donde múltiples destinos se cruzaron y que el día de hoy, (ya no vivo ahí) aquel inmueble es famoso, requerido, sobrevaluado y muy solicitado por su halo europeo, cómodo, casero, informal y bohemio que detesta los departamentos caja de zapatos de concreto prefabricado, pichicatería disfrazada de modernidad cara, mala y chiquita, que invade sin miramientos tan bella colonia.

HECTOR AZAR ME había dado la oportunidad de impartir expresión corporal -desconocida entonces en el país- en el Centro Universitario de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el famoso ECO; allí pude desarrollar una avalancha de teorías y conocimientos, enseñanza y libertad del corsé académico de técnicas y códigos corporales que más bien cerraban el panorama, en lugar de abrirlo, a bailarines y coreógrafos, porque la danza es otra cosa, nunca la memorización exclusiva de rutinas frías y mecánicas, que afortunadamente ya pasaron de moda. Y si bien Juan José Gurrola no era coreógrafo, poseía el secreto de la danza, conocía el espacio y su diseño, sus cadencias, tempo y ritmo, no necesitaba bailotear ni hacer gran rollo para demostrar que sabía exactamente lo que quería en las coreografías de sus obras. La fluidez y naturalidad eran consecuencia continua entre sí.

ME INVITO A trabajar en algunas de sus obras como actriz y "asesora". La danza en el teatro no era una novedad para mí; ésta me había devorado, pero siempre pensé que había mucho trabajo por hacer en este terreno y me encantó participar en Macbeth, como una de las cuatro brujas: Tina French, Martha Aura, Marisa Magallón y yo; Landrú, la inefable obra de Alfonso Reyes, en la Casa del Lago y también filmada (¿dónde estará la película?) eramos Martha Verduzco, Tina, Martha Aura, Tamara Garina (inolvidable) y yo, ese bonche de mujeres que le fascinaba a Gurrola; "mis viejas locas", decía. También La cantante calva, de Ionesco, nos llevó hasta el teatro más importante de Bogotá en breve gira. Todo tenía un aire de informalidad, nada era solemne ni exquisito. Movía a la gente como Dios. Jamás lo vi histérico, molesto o regañando a alguien. Trabajar con Gurrola parecía un juego entre amigos: risas y buen humor predominaban en medio de una gran seriedad y profundidad.

ME DIO LA oportunidad de hacer coreografía para el teatro Jiménez Rueda, donde montó La tragedia de las tragedias, de Henry Fielding, mientras la bella Martha Verduzco hacía la princesa Uncamunca y me ayudaba a pronunciar y hablar mejor en mis diálogos, y aquella reina Dolalola, personificada por la Garina; todo un elenco largo de mencionar... componía el encuadre desenfadado y estrambótico de Gurrola. De pronto se desaparecía y entre nosotros teníamos que llevar el ensayo, todos parecíamos entenderlo, respetarlo, pero yo, con la cuadratura de mi formación en la disciplina de la danza, comprendí aquella idea de desarrollar mucho más ambas disciplinas bajo el manto de Juan José.

TUVE LA SUERTE participar en el memorable El, de E.E. Cummings, que fue un exitazo durante meses. Bailé al estilo Josephine Baker y Franky and Johny, con diseño de Fiona Alexander, bellísima persona, y otros tantos que desbordaron nuestra imaginación y entusiasmo; actuar, bailar y cantar con Gurrola era una gran aventura, una gran experiencia que nos hacía transformarnos en segundos en otros personajes: Tina, Tamara, María Elena Orendán, El Flaco Ibáñez, Garcini, Gurrola, etcétera... Algunas veces Gabo y Mercedes nos visitaron en los ensayos, verdaderamente encantados. Los desadaptados, de Musil, fue lo último que trabajé con el Gurris, la obra, pesada y difícil, ya no era para mí. Me costó mucho trabajo y meses de ensayo sacar una triste y retorcida Miss Mertens. Después abandoné todo y me fui a trabajar a la universidad, la oportunidad que me dio Gerardo Estrada de fundar y levantar el Departamento de Danza estabilizaría en gran parte la agitada marea que significaba dedicarme al teatro y seguirle el paso a un genio, como dicen, al cual nunca podría alcanzar.

HOY QUE YA se fue, recuerdo sus palabras: "ahí los dejo, cábulas, sigan ensayando"... pero ya acabó... tal vez ya esté descansando, relax por fin. Hasta pronto Gurrola.

 
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