Ojarasca 122 junio 2007


 

El ocaso kiliwa

Margarita Salazar. Ensenada, Baja California. Un dejo de dolor apenas visible se proyecta en la pantalla. El rostro bronceado por el sol del desierto, casi rojo, refleja un dolor y una dulzura indescriptibles. Teodoro Ochurte Espinoza, de casi cien años de edad y su hermano Trinidad de 72, hablan frente a las cámaras sobre las dificultades que enfrentaron en su vida por no comprender el español, la lengua de la "gente de razón", misma que los despojó de sus tierras y arroyos, destruyó sus cerros sagrados y explotó su fuerza de trabajo, al grado de orillarlos a la extinción.

Pocos años después de la grabación, --que inició un grupo de videoastas hace 15 años-- fallecieron Teodoro y Trinidad Ochurte, considerado el último cantor tradicional ko'lew (kiliwa). Actualmente, sólo uno de sus parientes canta --Leandro Maytorell Espinoza--, mientras que un total de cinco kiliwas, hablan la lengua indígena.

Los kiliwa --"cazadores" o "los que se van"-- son descendientes del árbol genealógico yumano, que durante milenios han habitado el territorio de Baja California Norte, desde la región costera que corre de la Bahía de San Felipe hasta la Bahía de Ometepec, parte de las sierras Las Pintas, San Miguel, Salvatierra y San Pedro Mártir, así como los actuales valles de San Felipe, San Matías y parte del Valle de la Trinidad, municipio de Ensenada.

Los kiliwa que aún sobreviven, son alrededor de 80 personas dispersas en rancherías de la árida sierra de San Pedro Mártir. Según narra Elías Espinoza, hace más de 200 años, este pueblo indígena era integrado por las familias Espinoza y Ochurte, quienes se establecieron en la ranchería Arroyo Grande.

Después de una gran sequía, alrededor de 1840, los Espinoza emigraron hasta el Aguaje del Cuatro y luego una parte de ellos fundaron lo que actualmente es el ejido Arroyo de León, considerado el principal núcleo de la comunidad kiliwa. Los Ochurte por su parte se movieron al lugar que ahora es conocido como La Parra. Ambos linajes claman un origen mítico compartido y con el paso del tiempo, han formado familias que llevan los dos apellidos.

Aislados y sin hablar el español, sobrevivieron durante siglos a base de la recolección de semillas y frutos silvestres, de la caza y la pesca. Alrededor de 1800, sacerdotes de la Misión de Santa Catarina Virgen y Mártir intentaron evangelizar, sin éxito, a los kiliwas de los distintos poblados; los mismo sucedió con los misioneros de Santo Domingo. Elías Espinoza, también se refiere a los "cristeros y fariseos" que querían dominarlos a través del catolicismo pero no lo lograron.

Después de que los kiliwa se establecieron en Arroyo de León, comenzaron a realizar ceremonias propias en la Piedra del Hechicero, a unos 7 kilómetros del ejido. Los misioneros intentaron derribar las enormes piedras para evitar las ceremonias; en la entrada del pueblo construyeron una iglesia pero hasta la fecha en ella no se celebra misa y la gente kiliwa prefiere practicar sus propias creencias. Se dice que la deidad kiliwa es el ser coyote-gente-luna.

Elías Espinoza platica que durante la Revolución Mexicana muchos hombres kiliwas pelearon por sus tierras y esta participación influyó para que la población disminuyera. En aquella época, los terratenientes comenzaron a apoderarse del territorio indígena y sus recursos naturales.

En 1970, un decreto presidencial reconoció la posesión de 26 910 hectáreas a favor de los kiliwa. El uso de las tierras así como otros aspectos del gobierno local eran regulados por el capitán tradicional, figura que funcionó hasta 1986, cuando fue sustituida por el comisariado ejidal, máxima autoridad de la comunidad.

Cuatro años después de estos cambios comenzaron a surgir problemas con la población no indígena, ya que muchos mestizos empezaron a acreditarse como "avecindados", y por lo tanto estaban habilitados para desempeñar cargos dentro de la autoridad ejidal, lo cual dio pie a acciones de presión para la "renta" o venta de derechos agrarios de los indígenas así como la expulsión de ejidatarios kiliwa a través de engaños, presiones y amenazas.

La situación se agravó con las reformas al artículo 27 Constitucional hechas por Carlos Salinas de Gortari, porque legalizaron la posibilidad de vender las tierras que antes eran patrimonio colectivo.

Desde siglos atrás, los kiliwa han vivido al margen de los beneficios de los programas sociales implementados por los gobiernos. La falta de escuelas, clínicas de salud y recursos que ayuden a producir el campo son condiciones que prevalecen hasta nuestros días.

Según comentan algunos kiliwa, esta situación provocó que hace 20 años, los hermanos Trinidad, Jorge, Rodolfo, Teodoro y José Ochurte Espinoza, hicieran un pacto en el que los hermanos menores seguirían el ejemplo de los mayores en el sentido de no casarse ni tener descendientes debido a las difíciles condiciones de vida. De ellos, el único sobreviviente es José Ochurte, quien al igual que sus hermanos, nunca se casó ni tuvo hijos.

A la extinción forzada, se suma la migración hacia las ciudades vecinas o a Estados Unidos donde algunos mueren atrapados en el alcohol o las drogas. La raíz kiliwa también se va perdiendo porque muchos ya se mezclaron y adoptaron las formas de vida urbanas. Las únicas personas que aún hablan kiliwa son Eusebio Álvarez Espinoza, de 46 años, Leandro Maytorell Espinoza, de 48; José Ochurte Espinoza, de 63; Leonor Farldow Espinoza, de 69, e Hipólita Higuera Espinoza, de 90 años.

En abril pasado, durante un recorrido por Arroyo de León, pudimos constatar la miseria en que viven los indígenas. Los habitantes comentaron que después de diez años de haber solicitado la energía eléctrica, apenas esa noche tendrían luz en sus casas. Informaron que fueron ellos los que pusieron el dinero para instalar los postes eléctricos.

Comentaron que en algún momento el gobierno asignó a una maestra, quien tuvo que suspender las clases por la falta de niños. Todos los menores y sus padres salieron en busca de trabajo.

En el ejido existe una cooperativa de aprovechamiento de la planta de yuca o palmilla, cuyo tallo es vendido a empresas que extraen sus propiedades para utilizarlas como medicamentos o espumantes de refrescos de cola, en el caso de la compañía Coca-Cola. Por cada tonelada de yuca reciben 200 dólares, cantidad que es dividida entre todos los ejidatarios.

En los últimos años, en lugar de proyectos productivos que ayuden a los kiliwa a continuar con vida, el gobierno, a través de la Comisión Nacional de los Pueblos Indígenas (CDI) se ha abocado a "rescatar" el conocimiento indígena, lo cual innegablemente es importante pero no detiene su muerte irreparable. De los kiliwa, sólo van quedando los cantos a la vida simple de antes y su amor por la vida a pesar del genocidio.
 

Reportaje original de http://www.narconews.com
diablos_muertos1
 



Foto: Tepextla, Oaxaca
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