Usted está aquí: domingo 17 de junio de 2007 Opinión Belleza imbatible

Angeles González Gamio

Belleza imbatible

En muchas ocasiones hemos hablado de la nobleza de la arquitectura de épocas pasadas, que a pesar de padecer incuria y maltrato, conserva siempre una belleza decorosa y es totalmente recuperable, como lo hemos visto en innumerables ocasiones en que ha sido objeto de una buena restauración. En la ciudad de México hay muchas colonias que preservan este tipo de construcciones. Una de ellas es Santa María la Ribera, que fue una de las primeras que se crearon a mediados del siglo XIX, cuando se inició el crecimiento de la vieja urbe, que hasta entonces abarcaba lo que hoy llamamos Centro Histórico.

Fueron los emprendedores hermanos Flores quienes fundaron la primera empresa inmobiliaria de la capital para desarrollar los terrenos de la Hacienda de La Teja y los ranchos de La Verónica, Santa María, Los Cuartos y Anzures, según nos cuenta Berta Tello Peón en su libro sobre Santa María, de Editorial Clío. Comenta que los primeros años no fueron fáciles: aunque la traza fue excelente y los lotes de muy buen tamaño (de 900 a 1,500 metros cuadrados), carecía de servicios públicos.

El ayuntamiento se mostraba reacio a instalarlos, principalmente por carecer de recursos, por lo que poco a poco, con la colaboración de los colonos, se fueron estableciendo. La venta de los terrenos estuvo dirigida a una población de clase media que pudiera "adquirir y hacerse de una propiedad raíz, en la cual disfrutar las delicias del campo sin desatender sus ocupaciones de la ciudad". Un atractivo era la estación de ferrocarril y no lo eran menos los nombres de las calles que evocaban verdor, perfume y color: Ciprés, Naranjo, Heliotropo, Sabino, Magnolia, Fresno, Olivo, Alamo, Camelia y demás flora; estos apelativos afortunadamente han sobrevivido.

En 1861, a pesar de los difíciles tiempos políticos y económicos que se vivían, ya había 100 casas; su población era de tres mil 372 habitantes, contaba con 81 pozos y todavía se mantenía ganado en vastos terrenos. Había una ladrillera, una manufactura de seda, una fábrica de chocolates, la famosa Pasamanería Francesa y un buen número de artesanos y comerciantes: tintoreros, zapateros, carpinteros y demás oficios.

En general, prevalecía homogeneidad en las familias que se fueron a vivir, en su mayoría pertenecientes a la clase media acomodada, lo que se reflejó en la arquitectura. Aquí se desarrolló un estilo más nacional, a diferencia de la Juárez o la Roma que trataron de parecer colonias de París. Eran comunes las casas de un piso con su patio, balcones con linda herrería, techos altos, cómodas, acogedoras y sin pretensión, bellas y elegantes en su simplicidad. Claro que no faltaron extravagancias, pero fueron las menos.

Muchas de estas hermosas construcciones sobreviven, aunque buena parte de ellas están deterioradas pero, como ya comentamos, son perfectamente rescatables, y es lo que le da identidad a la añeja colonia. Precisamente de este tipo de casas son las que el gobierno capitalino expropió, en su operativo para desmantelar las redes de delincuencia y venta de drogas que está llevando a cabo en distintas partes de la ciudad.

Siendo loable la idea, los métodos son discutibles y, desde luego, el hecho de que las edificaciones confiscadas van a ser destruidas; en casos como la Santa María son una aberración, ya que esas valiosas y dignas construcciones se pueden adaptar para que funcionen como estancias infantiles, biblioteca de barrio, centro de reunión para personas de la tercera edad y, desde luego, instalaciones para que los jóvenes a los que se quiere salvar de la drogadicción con estos operativos, tengan la opción de acudir a un agradable lugar a jugar ajedrez, aprender guitarra, computación, escuchar una buena plática, en fin, hay miles de ideas para dar un buen uso social a esas casonas, que por su valor artístico e histórico están catalogadas.

No queda más que ir a tomar un copetín para disminuir la preocupación y, de paso, echarle un ojito a la vanguardista construcción de fierro y cristal que aloja al Museo del Chopo. A unos pasos, en la esquina de Héroes Ferrocarrileros y Buenavista, está situado el Tijuana, que originalmente era una cantina de carácter popular, pero que en los años 80 del pasado siglo se remodeló, tornándose en un restaurante-bar de cierto abolengo y muy buena comida.

Se especializan en pescados y mariscos, así es que hoy vamos a botanear con unos camarones al ajillo e iniciar la comida formal con un caldo de habas, y si no quiere perder la línea marina, una sopa de jaibas y de plato principal el pámpano empapelado al epazote. Como no se nos quita lo barroco, de postre hay crepes suzette.

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