Usted está aquí: domingo 17 de junio de 2007 Cultura Albañil con casco

Bárbara Jacobs

Albañil con casco

Me encantó leer Cómo tramar y escribir narrativa de suspenso, de Patricia Highsmith. Por unas débiles marcas de lápiz aquí y allá sobre las hojas del manual supe que lo había leído antes, pero en vista de que no recordaba nada de él, ni siquiera lo señalado, me pareció que mi lectura de esta semana de junio de 2007 era la primera. Antes de empezar a leer borré las señales anteriores y de nuevo señalé frases con el deseo de que en esta repasada mi memoria sí retuviera lo marcado. Aunque la verdad es que ya no doy importancia a lo que olvido; por el contrario, decidí mejor concentrarme en lo que pretendo recordar y me entretengo haciendo reflexiones, conexiones y digresiones diferentes, importantes o no, pero ciertamente entretenidas. Tras mi lectura revisé lo que esta vez había marcado y no pude evitar sonreír ante el hecho de que lo que al terminar la lectura retenía y quería comentar no correspondía a lo que durante la lectura pretendí destacar y rescatar con mis renovados señalamientos. El ejemplar es de 1983, fecha de su publicación original, y se ve nuevo. ¿Lo habré leído entonces hace un cuarto de siglo? ¿Qué recordaré de él dentro de otro cuarto, si es que vivo y si es que aún me atrae leer y todavía puedo hacerlo con mis propios ojos, que es como me gusta?

Al cerrar el texto, en mi imaginación nos vi a Patricia Highsmith y a mí como dos albañiles o trabajadoras de la construcción, sólo que a ella la vi con casco y a mí me vi sin él. Mi cabeza expuesta, más que simplemente descubierta. Pensé que ésta era la diferencia entre los escritores del primer mundo y los del resto, pero no lo lamenté. Editorialmente hablando, vivir en la cuerda floja no está mal. Enfrentarte a los editores sin protección de ningún tipo es un desafío estimulante. Sin botas, sin guantes gruesos, sin cinturón ni cuerdas ni tirantes que te sujeten del andamio pendiente en las alturas. El amparo versus el desamparo, situación en la que lo que acumulas no es tanto inseguridad como rabia, entre otras cosas, porque sabes que el coraje es otra cosa y que, como también te falta, no es algo que pudieras precisamente ir acumulando.

Highsmith es demasiado inteligente para pontificar, de modo que se limita a hablar de su experiencia. Me pareció muy ilustradora la comparación que hace respecto de la importancia de quitarle a un cuento o a una novela lo que le sobra, lo que los puede hacer aburridos o impedirles avanzar y ser eficaces. "Hay que ser tan despiadados como si tuvieras que deshacerte del exceso de equipaje o incluso de combustible de un avión en vuelo que lleva sobrecarga." Otro buen ejemplo que recoge de cómo mejorar un texto es cuando un editor le hace la observación de que acepta la novela que ella le entrega siempre que la corrija porque, según le dice, "Aguanta un personaje neurótico, pero no tres". No sé por qué puse especial atención en la historia de un cuento fallido que Highsmith intentó sacar adelante desde varios puntos de vista, sin lograrlo. En él, quería contar de una cuarentona que se aloja en un hotel de una estación de esquí para suicidarse. Me sorprendió que la describiera como a una persona en paz consigo misma, pero admite que, como ella nunca había tenido la tentación del suicidio, tal vez no sabía lo que decía. La mujer de su cuento se había separado del esposo y había dejado atrás también al hijo. Sin embargo, a pocos días de su proyectado suicidio, se encuentra de tan buen ánimo que la gente a su alrededor se le acerca atraída por su encanto. Incluso advierte que se le acercan porque intuyen que ya no tendrá nada que darles ni tampoco tendrá ya ocasión para quitarles nada, ni siquiera quitarle a nadie a ella misma. Pero el relato, a pesar de que le parecía completo, no vibraba. Como la autora diría, al leerlo percibía su falla igual que un mecánico que afina un motor y oye un ruido fuera de tono sin que, por más que trate, logre saber de dónde sale ni mucho menos cómo apagarlo. A pesar de su experiencia, no conseguía hacer que el cuento viviera y se preguntaba si sería porque el tema le quedaba grande. Se imaginaba lo que habrían hecho con él Henry James o Thomas Mann y perdía confianza en sí misma. El tema era mejor como tema que ella como escritora; el tema la sobrepasaba. No obstante, de todos los argumentos de su obra que cita en el manual para ejemplificar el proceso de su escritura, este cuento fallido que no señalé con ninguna marca es el que se prendió persecutoriamente de mi memoria.

 
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