Usted está aquí: martes 12 de junio de 2007 Política La historia como maestra

Marco Rascón

La historia como maestra

En estos tiempos predecibles y de determinismo económico es tan poco imaginativo el futuro que el mejor oráculo es el pasado: el entendimiento de la historia. No es que la historia se repita, pues ni el organicismo de Spencer lo admite, y menos aún la dialéctica hegeliana o la marxista. Lo que ha sido poco evolutivo es la naturaleza humana ante el poder, lo que se consagra con el homicidio, la traición aplaudida, construir religiones civiles y santorales a partir de actos de fe y no de convicciones.

La histeria y el paso desenfrenado de la soberbia a la derrota y las frustraciones en masa, son el sentir de nuestro tiempo. Se reclama honor cuando no se usa; se pide lealtad cuando se desprecia; se acusa a todos de lo que se dicta.

El conflicto busca su perfeccionismo técnico y se hace de los sentimientos un mal espectáculo. Por eso la historia es un cuento contado otra vez, una fantasía recurrente, un sueño convertido en pesadilla. Si mucho, cambia la escenografía, pero los cortesanos son los mismos, los villanos también y la nobleza resurge con sus disfraces republicanos y las oligarquías voraces con la piel del cordero filantrópico. ¡Cuántas máscaras y carnavales!

Todo adversario dibujado por la liturgia política y el maniqueísmo de los "buenos y los malos" pierde identidad y nitidez, pues los actos de unos y otros cada vez se parecen más y las lenguas se convierten en sogas hechas con la demagogia y el engaño.

Se busca convencer a los que lucharon durante años contra la "derecha" de que la derecha es mala y está en el poder, pero en contrario se imita de ella, en nombre de la izquierda, todos los vicios, formas autoritarias y centralizadoras, burocráticas, ineficiencias, deslealtades, vicios, demagogias y corruptelas que denunciamos a pesar de todos los peligros, convictos de ser minoría.

¿Dónde quedó la capacidad transformadora, la inteligencia opositora, para hacer de pocas fuerzas vientos que provocaban reformas? ¿De dónde surgía la unidad de pensamiento y de acción, el compromiso para remar en un solo sentido con nuestras diferencias?

Se entregaron las viejas imprentas, porque se creyó que las armas de comunicación del adversario eran nuestras únicas armas. Y no sólo eso, se les hicieron leyes más monopólicas y luego de ser descubiertos gritaron: ¡al ladrón, al ladrón! Cuando se hizo la denuncia contra estas leyes no estaba ninguno de los nuestros entre los que habían denunciado el atropello, porque se pensó en repartir el poder antes de tenerlo, porque pensaban gobernar para el adversario cuando lo tuvieran para ellos; por eso mismo se engañó diciendo que sonrieran, que habíamos ganado, y en vez de llamar al voto y repudiar con el silencio los ataques del adversario (si se iba ganando), se esperó y se regresó a pelear con el contrincante, al que se juraba que se le llevaban 10 puntos de ventaja. Fue como si el maratonista con un kilómetro de ventaja, a 100 metros de la meta, esperara a su contrincante para resolver la competencia, no en una carrera de resistencia, que ya había ganado, sino en una de velocidad. Todo era trampa y mentira.

Hoy el sectarismo creció entre todos y la lucha por el conocimiento propio se azolvó. El rencor, la ineficiencia y el resentimiento se convirtieron en la ideología de la izquierda, y esta tríada es el centro que fundamenta el discurso seudo revolucionario que va por el país insultando en las plazas, eludiendo su responsabilidad y haciendo crecer precisamente al que ataca.

¿Cómo convencernos con tantas suspicacias sobre complots contra el bueno; tanto conocimiento de años de enfrentar el fraude crónico para no suponer que la lucha por el poder estaría en este caso exenta de fraude?

La falta de explicaciones conlleva la idea de ganar todo o perderlo todo, pues no hay convicción de transformación porque sólo existía el objetivo del poder por el poder mismo; por ello ahora 15 millones no tienen representación alguna en el país.

El abandono del campo de batalla y del terreno de las decisiones políticas ha permitido que las minorías se agiganten y que el partido del viejo régimen haya crecido y sea hoy el que conduzca la ¡reforma del Estado! Que sean los hombres del pasado los que dibujen el futuro y hagan las leyes. Es confuso que, luego de decretarse la "muerte de las instituciones", un cadáver revierta leyes monopólicas hechas por los transformadores. ¿Por qué tanta incoherencia que convierte los propósitos en caricatura?

La tarea de la "purificación de la vida política" es una enorme guillotina de la realidad ante la que se posa la mediocridad política para no ser alcanzada por su filo. Mientras en la verdadera realidad monopolios locales se enfrentan al embate de las trasnacionales, restauradores del poder económico oligárquico lo hacen contra ortodoxos neoliberales y ahí no hay armas ni ideas, ni programa ni iniciativas nacionales que intenten cubrirse de gloria.

No se puede transformar un país desde la frustración, la automarginación y el resentimiento.

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