Usted está aquí: martes 12 de junio de 2007 Opinión El genoma de Watson

Javier Flores

El genoma de Watson

Al iniciarse la segunda mitad del siglo XX se produjo la mayor revolución del conocimiento en las ciencias de la vida. Dos jóvenes investigadores, James D. Watson y Francis Crick, descifraron la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN), que constituye la base para entender las formas y funciones de todos los seres vivos. Pero Watson no sólo fue el primero en descubrir la doble hélice (que es la forma que tiene esta molécula, presente en el núcleo y otras estructuras celulares): hace pocos días se convirtió en el primer ser humano que cuenta con la secuencia completa de su propio genoma.

El pasado 31 de mayo recibió un disco de computadora que contiene toda la secuencia del ADN, a la que se ha llamado el "libro de la vida". Pero en este caso se trata de su propio ADN, es decir, de su propio libro. Podría decirse que es una biografía, y aún más, por la forma en la que su propia existencia ha estado ligada al desafío de desnudar y entender a esta molécula; se trata, en cierta manera, de una autobiografía. A partir de elementos sanguíneos del propio Watson se pusieron en juego las metodologías más avanzadas para descifrar el arreglo de lo más íntimo de la estructura molecular del científico.

Lo anterior tiene importantes significados no sólo de carácter simbólico, por tratarse de uno de los más grandes científicos en la historia y por las relaciones que guarda este hecho con su propio descubrimiento, sino porque con ello se da en nuestro siglo un gran salto para la comprensión de la individualidad biológica.

Cuando en 2003 se anunció que se había descifrado por primera vez el genoma humano, se trataba de la secuencia de una especie, la nuestra (antes se había dilucidado la estructura del ADN de la mosca Drosophila melanogaster y del gusano Caenorhabditis elegans, entre otras). Pero hoy es posible dejar de referirse sólo al nivel de especie para hablar en términos de individuos y, concretamente, de personas. En eso consiste el salto.

Uno de los resultados más sorprendentes de los estudios realizados en diferentes especies es que la estructura del ADN varía muy poco entre ellas. Así, compartimos más de 98 por ciento de la secuencia con el chimpancé. Las diferencias son pequeñas, y más lo son entre individuos de la misma especie. Pero a pesar de la magnitud relativa, se trata de un territorio enorme: es el universo de la individualidad, y en él podrían encontrarse las respuestas de lo que cada uno somos.

El "libro de la vida" es de difícil lectura. No sabemos lo que las secuencias particulares de nucleótidos (formados por bases y azúcares) significan. Es como tratar de descifrar la escritura de alguna civilización antigua de la que sólo pudieran entenderse pequeñísimos fragmentos. Se sabe, por ejemplo, que la presencia de alteraciones en algunos genes (que son partes de la molécula) se traduce en ciertas enfermedades. Es muy poco lo que sabemos, prácticamente nada... Pero al mismo tiempo es mucho. Podemos saber algo acerca de nuestra propia muerte, por ejemplo. No obstante las dificultades, cada nuevo hallazgo que relaciona a los genes con funciones particulares permite no sólo acrecentar nuestro vocabulario, sino encontrar algunos principios que aceleran la comprensión de otras frases.

Hay que tomar en cuenta, adicionalmente, que como en cualquier traducción o lectura pueden surgir interpretaciones diferentes, como las que provienen de un determinismo genético que supone que todo procede de genes particulares (trátese de obesidad, alcoholismo, depresión o sexo), cosa que cada vez es más difícil sostener, ante la complejidad de las funciones humanas y las relación de los genes con el medio ambiente.

Sin embargo, lo que ocurrió el último día de mayo ilustra la velocidad con la que se avanza en este campo. El Proyecto del Genoma Humano dio inicio en 1990 y tardó 13 años hasta la publicación de la secuencia completa. Su presupuesto fue de 3 mil millones de dólares. El avance de las metodologías para la secuenciación ha reducido de manera importante tiempos y costos. El genoma de Watson pudo completarse en dos meses y costó un millón de dólares. Este cambio puede sugerir una tendencia.

Galeno se planteó en el siglo II dC una pregunta muy simple, pero al mismo tiempo de gran profundidad: ¿por qué si un grupo de personas se encuentra bajo los efectos del Sol únicamente algunas sufren insolación? Esa interrogante encierra la esencia de la individualidad biológica... Quizá James D. Watson nos volverá a sorprender.

 
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