Usted está aquí: domingo 3 de junio de 2007 Opinión Navegaciones

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Pedro Miguel

El concilio horrendo

Preludio a la Pornocracia

El resistente cuerpo de Formoso

Ampliar la imagen Formoso y Esteban, papas enemigos Formoso y Esteban, papas enemigos

Ampliar la imagen Le Pape Formose (detalle), Laurens Le Pape Formose (detalle), Laurens

Me escoció la ignorancia sobre la historia del Papado, indagué y acabé pergeñando estas notas con los resultados de la búsqueda sobre algunos antecesores célebres, reales, mitológicos o mita y mita, de nuestro amadísimo Benedicto. Les iré dando curso, si no tienen inconveniente, este y los próximos domingos, de ser posible con un soneto anexo alusivo, y a ver qué sale.

Boguemos por los años inmediatamente anteriores a la llamada Pornocracia (dicho en español, gobierno de las putas), cuando las amantes de los príncipes y altos cargos clericales romanos ponían y quitaban papas a voluntad. Mujeres aristocráticas e influyentes como Agiltrude, Teodora o sus hijas Marozia y Teodora la Joven podían hacer pasar a un hombre de la cuna a la cama, de la cama a la silla gestatoria y de ésta al ataúd, o sea: parirlo, fornicarlo, volverlo papa y, qué horror, retirarlo del cargo con ayuda de un puñal nocturno o de un chorrito de veneno subrepticio.

Pero todo a su tiempo. Estamos en el año de 891, el papa Esteban V acaba de morir y el obispo de Porto (ciudad romana situada en la orilla derecha del Tíber), de nombre Formoso y nacido en Ostia en fecha indefinida, se interesa por el cargo. A Formoso se le conoce por su virtud y su austeridad -atributos escasos entre los altos eclesiásticos de aquellos tiempos, y de estos-, pero también por su vasta sed de poder: "Fue elegido pontífice al mismo tiempo que otra parte del clero y del pueblo elegía a Sergio para el mismo puesto; los dos pretendientes se presentaron en la iglesia, y ambos exigían ser consagrados. Ahí se inició una batalla cruel. El partido de Sergio fue vencido y Formoso, pasando por encima de los cadáveres, subió todo ensangrentado al altar y fue consagrado papa."

En su currículum previo destacan la conversión de los búlgaros y la participación en un par de conjuras que le valen una excomunión y el destierro temporal de Roma. Ya pontífice, conspira contra la dinastía de los Spoleto, dueños por entonces de la Ciudad Eterna, y permite la entrada a ella de Arnulfo de Alemania, a quien proclama sucesor de Carlomagno. Pero el germánico enferma, abandona Italia, y en 896, en un día de Pascua, Formoso muere "de muerte violenta" (no son más específicas las crónicas); Bonifacio VI es puesto en el Papado, dura en él sólo dos semanas, pues fallece sin que se sepa cómo, y es sucedido por Esteban VI. Con ayuda de este nuevo sucesor de Pedro, los Spoleto, y en especial Agiltrude, viuda de Guido y madre de Lamberto, aspirante al trono del Sacro Imperio, deciden ajustar cuentas con el difunto ostiense.

Y ocurre el célebre episodio: a nueve meses de la muerte de Formoso, en febrero de 897, Esteban reúne a un sínodo, lo erige en tribunal y le aplica al difunto la vieja ley romana damnatio memoriae, o condena de la memoria, castigo póstumo contra enemigos del Estado. Acto seguido, se ordena la exhumación del cadáver, se le adorna con el manto y las sandalias papales, se le coloca una tiara en la cabeza, se le pone el cetro pontifico en las manos y se le sienta y amarra en el trono lateranense para que responda a las acusaciones.

De súbito, las crónicas se vuelven generosas en detalles e informan que el imputado se encuentra en partes momificado y en partes podrido, que una gusanera pulula en sus cuencas oculares y, sobre todo, que de él se desprende una pestilencia insoportable que abruma a los presentes. Pero Esteban no se amilana y como Formoso se niega a hablar, le designa a un diácono adolescente en calidad de defensor y vocero; el infeliz muchacho, impresionado por el espectáculo, no se muestra mucho más locuaz que el propio acusado y, tembloroso y balbuceante, apenas logra hilvanar unas cuantas respuestas a los señalamientos del furibundo Esteban, quien echa en cara al muerto su ambición desmedida, las irregularidades con las que accedió al Trono de Pedro, el perjurio, la ilegitimidad...

Tras muchas horas interminables se dicta la sentencia: el tribunal anula todos los actos pontificios del acusado, prescribe que éste ha de ser borrado de la historia, como si jamás hubiese existido, y ordena la destrucción de cuanto escribió. Luego se procede a la degradación de Formoso. Para ello le son arrancados al cadáver todos los ornamentos y las vestiduras ("excepto una camisa de cuero que tenía pegada a la carne seca" y "el cilicio que el infeliz llevó siempre en vida y en la muerte como penitencia voluntaria y que estaba demasiado adherido al cuerpo putrefacto") y se le cortan los tres dedos que le servían para impartir las bendiciones. El cuerpo desnudo y maloliente de Formoso fue arrastrado por las calles de Roma, luego puesto en una fosa reservada a los condenados a muerte y a los extranjeros y, por último, arrojado por la chusma a las aguas del Tíber.

El 13 de agosto una sublevación popular depuso a Esteban VI y un día después las mismas muchedumbres que meses antes se regocijaban con los despojos del ostiense acudieron a la prisión en donde se encontraba su sucesor y alguien hizo el favor de retorcerle el pescuezo. Esteban fue sucedido por Romano, el cual duró en el cargo cuatro meses, al cabo de los cuales murió, probablemente envenenado. Siguió Teodoro II, quien logró ser Papa durante 20 días de diciembre de 897. Lo único que ha trascendido de su pontificado es que anuló todas las decisiones de Esteban VI, recuperó lo que quedaba de Formoso y ordenó que lo devolvieran a su tumba en la Basílica de San Pedro.

Envenenado Teodoro, asciende Juan IX, quien consigue ejercer por dos años, qué éxito, y en ese tiempo rehabilita en forma definitiva a Formoso. Lo sucede Benedicto IV (900-903), luego llega León V (julio-septiembre de 903), quien es depuesto y recluido en un convento por su confesor, el cardenal Cristóbal, el cual se hace nombrar papa y se mantiene en el cargo hasta que en enero de 904 Sergio III, con el apoyo del jefe militar de Roma, el senador Teofilacto, se hace pontífice, declara antipapa a Cristóbal y lo manda ahorcar junto con el infortunado León V. Alguna fuente sostiene que Sergio exhumó una vez más el perseverante cadáver de Formoso, lo decapitó, le cortó otros tres dedos y lo arrojó por segunda ocasión al Tíber.

Con Sergio III -de quien el cardenal Baronio, bibliotecario vaticano del Renacimiento, decía que había sido "esclavo de todos los vicios y el más infame de todos los hombres"- se estableció de manera sólida la Pornocracia en Roma. Pero todo a su tiempo.

No descansa el pontífice Formoso

en tierra de cristiana sepultura:

abandonada va su carne impura

por las aguas del Tíber caudaloso.

Esteban: lo declaras sospechoso

de usurpación de cargo y de conjura

y en el trono de Pedro por montura

lo exhibes, putrefacto y horroroso.

Al coronar su testa macilenta

con la tiara papal, pues lo has devuelto

al cargo que dejó por unos meses.

Con esta payasada truculenta,

a tu rival, estúpido, lo has vuelto

único papa que lo fue dos veces.

Posdata: a título experimental se me ocurrió prescindir de los tradicionales hipervínculos, porque estorban la lectura en papel y no le sirven de nada a quienes no usan la red. Quienes sí la usan podrán hallar los links en el blog de esta columna. ¿Estáis de acuerdo?

[email protected] * http://navegaciones.blogspot.com

 
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