Usted está aquí: viernes 1 de junio de 2007 Opinión Estados Unidos: masacre y responsabilidad bipartidista

Editorial

Estados Unidos: masacre y responsabilidad bipartidista

Durante el mes que terminó ayer las fuerzas armadas estadunidenses perdieron a 123 efectivos en Irak. El dato indica que mayo de 2007 ha sido, después de abril de 2004 (137 muertos), el periodo más mortífero para los ocupantes en los 50 meses y medio transcurridos desde que el presidente George W. Bush ordenó la invasión del infortunado país árabe. Pero, a diferencia de ese abril negro, cuando los invasores tomaron a sangre y fuego y arrasaron la ciudad rebelde de Fallujah, no ha habido en los 30 días pasados ninguna ofensiva de gran escala capaz de explicar este ritmo de más de cuatro muertes diarias entre las tropas ocupantes, bajas que ascienden ya a 3 mil 474 para Estados Unidos, a 147 para Inglaterra y a 127 para los contingentes menores que acompañan la agresión, lo que hace un gran total de mil 532 invasores fallecidos.

Otros datos que ilustran el tamaño de la catástrofe militar que enfrenta Washington en Irak son los 34 mil 650 heridos o "evacuados médicos" registrados por las fuerzas estadunidenses desde el comienzo de la guerra, los 111 efectivos que en el curso del conflicto han cometido suicidio o se han provocado a sí mismos heridas graves y el número indeterminado (muy superior en todo caso a 400) de "contratistas" -término empleado por el Pentágono para referirse a los mercenarios- que han muerto en el curso de la ocupación.

La propagación mediática de estos números reposa, por otra parte, en una inmoralidad flagrante: el silenciamiento, por parte de los medios y gobiernos occidentales, de los daños humanos causados a los propios iraquíes por la guerra que les impuso el gobierno de Estados Unidos. En este punto, la organización Iraq Body Count calcula entre 64 mil y 71 mil muertos, pero otros organismos estiman que la cifra puede ser de 300 mil. La información de lo que se denomina a sí mismo "mundo civilizado" tampoco suele hacer demasiado énfasis en los 123 informadores que han perdido la vida en el conflicto y que proceden, en su gran mayoría, del propio Irak o de otras naciones árabes, islámicas o asiáticas.

Hasta noviembre del año pasado la responsabilidad central por esta intolerable masacre recaía en los gobiernos de Washington y Londres, promotores principales de la destrucción de Irak. Pero, tras las elecciones legislativas de finales del año pasado en Estados Unidos, el conjunto de la clase política de ese país ha decidido convalidar la guerra, la muerte y la violencia que padece la nación ocupada. En efecto, tras lograr la mayoría en ambas cámaras, la oposición demócrata ensayó algunos gestos de rechazo al desatino belicista de Bush, pero acabó por respaldar en los hechos la ampliada presencia militar estadunidense en el territorio iraquí y, con ella, la tarea de muerte, violencia y saqueo que realizan las fuerzas invasoras.

Hace una semana la Cámara de Representantes y el Senado aprobaron un presupuesto de más de 100 mil millones de dólares para financiar el despliegue de las tropas en Irak. Las mayorías demócratas en ambas instancias legislativas renunciaron, adicionalmente, a cualquier condicionamiento efectivo de la operación bélica y a toda idea de calendarizar el retiro de las fuerzas ocupantes. Todo ello pese a que, a estas alturas, es imposible dejar de ver la relación directa entre la ocupación y la violencia que ha sumido al país árabe en una espiral descendente de desintegración nacional.

En este escenario, es comprensible la exasperación de la destacada luchadora pacifista Cindy Sheehan, madre de uno de los soldados estadunidenses caídos en Irak, y quien ha sido, casi desde el inicio de la agresión, la presencia más visible y efectiva de los opositores a la masacre en curso, y una voz de referencia en la conciencia internacional.

Con su respaldo a las políticas genocidas de la Casa Blanca, se ha desvanecido toda diferencia sustancial entre el Partido Demócrata y los gobernantes republicanos y su camarilla de mafias empresariales, únicas beneficiarias de una guerra que agravia al resto del mundo y que debe terminar ya por medio de la única salida posible: que Washington asuma su derrota y saque incondicionalmente a sus fuerzas de Irak.

 
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