Usted está aquí: jueves 31 de mayo de 2007 Opinión Touché o la erótica del combate

Olga Harmony

Touché o la erótica del combate

Tal parece que Ximena Escalante toma un tema y lo explora en sus diversas posibilidades dramatúrgicas como si lo quisiera exprimir hasta su última gota, aunque lo presenta en textos muy diferentes entre sí, nunca repetidos, y todos excelentes. Desde la primera obra que le conocemos, Fedra y otras grietas hasta ésta que se acaba de estrenar, la deprimente idea de los amores nunca bien correspondidos, las traiciones de y por amor y sus secuelas, permea en gran medida su trabajo. Su gran tema es la pasión amorosa, pero nunca edulcorada a la manera romántica, sino visto de manera sombría y sorprendentemente cínica, ayuna del verdadero amor, objeto de muchos desastres. Si, como comentó en entrevista con Carlos Paul para La Jornada, este nuevo texto se hizo recogiendo experiencias, sueños y fantasías de sus actores, -lo que da pie a esos monólogos inscritos en la modalidad de teatro narrativo- la idea central fue propuesta sin duda por la propia dramaturga, lo que hace de Touché o la erótica del combate tanto un nuevo experimento de la autora como la posibilidad límite de su temática.

Juan es el personaje central de la historia, alrededor del cual Dolorosa, su mujer, la vengativa y alocada Celosa y la vecina e indiferente Gata dirimen sus diferencias, con los personajes masculinos, un tanto accesorios, de Débil y Caminante, también enredados en la trama de amores y desamores que conduce a la idea de la imposibilidad del amor. El hecho de que sólo un personaje, Juan, tenga un nombre real y los otros y otras se signifiquen por su rasgo esencial, da cuenta de dos cosas. La primera, que parece decirnos que la promiscuidad es consustancial al hombre-macho y la segunda que Ximena Excalante se propuso un texto no realista, abstracto y casi expresionista, con actantes que son, ante todo, arquetipos de un modo de ser humano, unidimensionales y sin ataduras con los verdaderos personajes dramáticos, lo que le permite llevar al extremo sus acciones al tiempo que da cuenta de un puñado de soledades brevemente compartidas.

En una escenografía de Jorge Ballina -también iluminador junto con Ingrid SAC- consistente en el entrecruce de tres caminos de tablones superpuestos, lo que ofrece varios niveles para el trazo escénico y conserva todo el rigor y la abstracción de texto y montaje, se desarrollan las diversas escenas. Mauricio García Lozano, el director, juega con el título y la idea de la obra para ofrecer duelos con diversas armas en que los participantes, entrenados por los también actores Miguel Angel Barrera y Daniel Martínez, impulsores de la Escuela Mexicana de Combate Escénico y vestidos muy a tono de esgrimistas por la vestuarista Jerildy Bosch, de la que habría que destacar las ropas interiores, casi de gimnastas, de las actrices.

García Lozano hace que a cada escena de la obra lo preceda un toque en el piso y un duelo con alguna arma, mientras los actores y actrices que no participan en la escena de marras se sitúen en la parte posterior, ya de espaldas, ya de frente, inmóviles o en actitud de combate. El diálogo inicial de las dos mujeres rivales, sentadas y quietas, de frente al público, es pronto sustituido por acciones de combate o no, con momentos que bien pueden ser de la fantasía de alguna de ellas intercalados con otros que vendrían a ser realistas como la supuesta llamada a la puerta de Juan por Celosa. García Lozano aprovecha alguna arma, como las varas que ya se utilizaron en un combate, entrecruzadas para sostener a Dolorosa mientras es golpeada por Celosa en lo que muy bien puede ser vengativa ensoñación de esta última y contrasta las escenas de violencia con la gran frialdad con la que se dicen monólogos y diálogos, en un exacto equilibrio que no enfatiza ninguna de las dos posibilidades.

Los diálogos, muchos como dardos ponzoñosos, son parte del combate. Actores y actrices (Irene Azuela como Dolorosa, Miguel Angel Barrera como Débil, Ana Cervantes como La Gata, Américo del Río como Caminante, Daniel Martínez como Juan y Daniela Schmidt como Celosa), aquí como coautores -me parece que Escalante ya había reunido dramatúrgicamente las improvisaciones de los actores en La piel, aunque aquí lleva a extremo la idea- logran revestir de humanidad a sus respectivos papeles, cuando actúan y tienen un formidable desempeño en las escenas de combate en esta excelente escenificación de un texto de una de nuestras más originales dramaturgas (y dramaturgos).

 
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