Usted está aquí: miércoles 23 de mayo de 2007 Opinión Recuentos y tenebras electorales

Luis Linares Zapata

Recuentos y tenebras electorales

La temporada siguiente al diluvio electoral va recolectando un amasijo de nuevos datos y revelaciones descarnadas que, al mismo tiempo, ordena los recuerdos de lo acontecido en el dilatado proceso democratizador de México. Una elección, la de 2006, tan trampeada en su desarrollo no puede menos que provocar un alud de consecuencias en todos los ámbitos de la vida organizada del país. Unas, de plano traumáticas. Otras con destinatarios específicos sobre los cuales trabajar en el presente. Las demás servirán para plantear nuevos horizontes, puntos de llegada hacia los cuales se encamina el sistema de partidos. Por lo pronto, hay que pasar revista y sujetar al examen crítico algunos de los acontecimientos recientes que le dan profundidad y aclaran las perspectivas que antes se tenían como aseguradas.

La aparición de la entrevista que concedió Roberto Madrazo y publicada en forma de libro, es uno de esos sucesos que se prestan para el comentario, el rechazo, la adhesión interesada o la polémica. Sus posiciones y dichos han servido para ir ensamblando aquellas partes deshilvanadas u oscuras que todo panorama complejo exige para su precisa descripción. Ya vendrán revelaciones, historias adicionales que le den mejor forma y contenido a todo el proceso electoral vivido con tanta intensidad y diferencias. Un episodio nacional trunco en varias de sus partes medulares y sobre el cual se han vertido hasta actos de fe, libros blancos de apología y puntos de vista contrastantes que hacen imposible la concordia o la misma claridad.

La conjura zedillista, central en los dichos de Madrazo para explicar la expulsión del PRI de Los Pinos, poco aporta para la comprensión de lo acontecido. En cambio, otras de sus afirmaciones sirven para situarse mejor. Héctor Aguilar Camín, por ejemplo, rescata, como esencial, la aceptación que Madrazo hizo de su derrota y lo sitúa en la categoría de un buen perdedor, quizá como diferente a otro que bien podría ser el chico malo. Ciro Gómez Leyva, también columnista, le extiende a Madrazo un pergamino de fe y predica su creencia, basada en algunos datos donde las divergencias regionales, de lo afirmado por el priísta famoso por sus mentiras. En esas votaciones, los senadores priístas superaron, con amplísimos márgenes, a la del candidato perdedor. Ello le sirve a Ciro para adherirse a la conjura de varios gobernadores priístas denunciada por Madrazo. ¿Cómo migraron los votos madracistas extraviados a otros candidatos? ¿A cuál rival beneficiaron? Eso ya no es materia de la atención de Gómez Leyva. Pero el seguimiento ayudaría mucho a situar la extendida versión, sobre todo en círculos cercanos a la crítica correcta de que no se cuenta con dato alguno que solidifique el fraude alegado por otros.

¿Es posible tal acto discriminatorio de esa magnitud entre los electores? Se tiene la evidencia de que fenómeno similar ocurrió, por ejemplo, en el Distrito Federal, donde la diferencia entre Madrazo, los senadores y la candidata Paredes arrojó tajantes diferencias. Pero, ello no ataja la acción de los gobernadores priístas que trabajaron, no cabe duda, contra su propio candidato, tal como lo denuncia Madrazo. ¿Cómo acomodar en esta cadena de supuestos la intervención de Elba Esther Gordillo, pieza destacable y a la que se ha premiado con desmesura total?

Para Aguilar Camín, la acción de Madrazo, al aceptar su derrota fue la mejor aportación que hizo el priísta. Al hacerlo le prestó un gran servicio a la estabilidad nacional, pues ayudó a la sobrevivencia de la democracia. Sumarse a la protesta que hizo, y sostiene Andrés Manuel López Obrador, habría conducido, según aprecia Aguilar Camín, a la anulación y a la protesta incontenible. El escándalo internacional habría cubierto a México, la desaceleración económica habría sido inevitable y el gobierno interino tendría que rehacer, sobre las rodillas, las instituciones negadas de raíz. La incertidumbre, continúa, hubiera sido el signo de los tiempos y, con ella, el río revuelto, las calles tomadas, las instituciones suspendidas, la verdadera ingobernabilidad. La joven democracia habría muerto, tal vez para resucitar después, pues tiene más vidas que un gato.

Aguilar Camín concluye diciendo que, si Madrazo hubiera logrado una votación similar a la AMLO habría impugnado la elección. Su derrota aplastante lo persuadió de no atentar contra todo el proceso. Sin embargo, alejándose de la buena vibra que le predica Aguilar, Madrazo mismo adelanta en la entrevista que lo hizo no porque quisiera legitimar la elección como lo acusan varios, sino porque no pudo hacer otra cosa: ya todo estaba decidido, el sistema lo impuso así concluye. Esa es la pudiente verdad de Madrazo, la de rendirse ante el sistema de poder establecido que, para sostenerse y evitar todo cambio, arriesgó, irresponsablemente, a que todo lo que prefigura Aguilar como posible, realmente ocurriera. La protesta de AMLO y su negativa tajante a conceder la supuesta victoria de Calderón han evitado -por irónico que parezca- que la ingobernabilidad sea una densa presencia entre los mexicanos. Los hechos subsecuentes, ya muy presentes en la actualidad del país, lo irán asentando.

 
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