Usted está aquí: domingo 20 de mayo de 2007 Opinión Llámenme Pura

Bárbara Jacobs

Llámenme Pura

¿Y por qué no puedo hablar con Pura López Colomé? Ya va a ser un año desde la última vez que la vi, todavía más menuda que antes, más blanca, más delicada y entrañable. ¡Qué adjetivo, entrañable! Cuando ella lo usa suena aún más cargado de afecto, o debería decir, cuando Pura escribe "entrañable" todo su afecto se desborda de la palabra y al que la dirige, inmerecedor, el amor de Pura se le escurre entre los dedos como arena o como agua, porque es incapaz de contenerlo y atraparlo, es así de verdadero, es así de grande.

Pura llegó a la librería a presentar su selección de ensayos de Seamus Heaney, también traducidos por ella. Sonreía, igual que cuando la conocí hace más de 20 años. Ella estaba sentada ante la mesa de redacción de un suplemento cultural de la ciudad de México, y no estoy segura de si la luz que iluminaba los papeles que ella tenía enfrente irrumpía a través del vidrio de la ventana a su espalda o si más bien emanaba de la mirada de la propia Pura que, después de todo, ya era poeta.

Iluminaba y sonreía desde que la conocí. La mesa era larga y blanca. El pelo de Pura, un triángulo oscuro, abundante, rizado, que enmarcaba su cara y descansaba en sus hombros angostos. En julio de 2006 salté de la butaca del auditorio a recibirla, pero hasta el saludo más leve se me atoró en la garganta. No pude ni siquiera despegar los labios. Si le escribo se me retachan las cartas, es como si se borraran o, mejor, como si me las regresara el eco en anticipo del silencio. La imagino en la intimidad de su estudio en el bosque frío, rodeada de hileras de estantes llenos de libros, conjuntos solapados por fotografías de escritores o por otros amuletos cuyos orígenes, cuyas implicaciones, no se revelan sin clave.

Esté en Dublín o en Cuernavaca, en Indonesia o en Escocia, Pura está frente a su máquina de escribir. Cuando aterriza se pellizca para cerciorarse de que no está soñando. Se asoma por el balcón y ve un incendio, la cabaña de su amiga al lado de la suya se encuentra en llamas. El tribunal cita a Pura a declarar como testigo involuntario de un asesinato. Repite lo que ella atestiguó. Vio a los hijos pequeños de sus jóvenes vecinos, científicos respetables, alejarse de la casa y adentrarse con el papá pedaleando sus bicicletas de llantas gruesas, de excursión, entre los árboles.

En otro momento vio al papá regresar solo a la casa familiar y minutos más tarde volver a salir y alejarse entre los árboles. Antes de ver el fuego, Pura lo oyó. Era un ruido perfectamente distinguible, es decir, diferenciable del que provocaban sus dedos al teclear el tablero de su máquina portátil; era un sonido grave y a su modo rítmico, melódico y armonioso, pero ciertamente diferente del de El pájaro de fuego de Stravinsky, apasionado, atormentado, violento. La casa ardía con la dueña adentro, amordazada y atada en una silla. La atónita Pura llamó a los bomberos. Interrumpió el estallido de un poema para atender esta otra emergencia. Se pellizcó; no estaba soñando.

Tampoco era ésta la primera vez que Pura atestiguaba una catástrofe. Para entonces ya era huérfana, después de todo, y por más que sí hubieran pertenecido a un sueño suyo los "vientos apacibles que hincharon las velas del barco que trajo a (su) madre, después de un viaje muy largo, hasta estas tierras de miseria adánica".

¡Lo que no tiene que presenciar un poeta! Padecer, aguantar. ¿Incluso un poeta menudo? "Sí", dicta la vida, inalterable, impertérrita. La menudencia no excluye la fortaleza. Los títulos de uno que otro de los volúmenes de poesía de Pura hablan de la intemperie en la cual la misma aurora nace desconsolada y desprotegida; del éter que hay que inhalar para convertir la vida en quimera y sobrellevarla. En cuanto a los poemas, ¿qué efecto tienen? Ciertamente, no sólo el de atorar el llanto en la garganta, porque asimismo transforman al lector en pájaro que canta aferrado con sus tres pesuñas de un cable de alta tensión.

Pura escribió un poema titulado Acaso Borneo. Busqué la isla en el mapa y al verla entendí a qué se refiere Pura cuando canta de la selva interior de flores de pétalos rayados de la que emerge el siglo de oro. Pero tres versos me explicaron por qué no puedo hablar con Pura. Los transcribo : "Lo innombrable te mantuvo a distancia, en reverencia", a pesar de que en el idioma ngaju hay "miles de maneras de distinguir, en este mundo, un color blanco de otro", un sollozo, la lluvia, el miedo.

 
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