Usted está aquí: viernes 11 de mayo de 2007 Opinión El enigma de lo desconocido

José Cueli

El enigma de lo desconocido

La desigualdad sigue ahí... Cuando se le ve por fuera, es decir, en su aspecto objetivo, esa visión externa se une a otra más íntima, difícil de transmitir. Como ver a esa parte de la desigualdad que corresponde a los llamados marginales, como verlos por dentro, cuando están a solas, cuando nadie los ve y surge ese dramático contraste entre esa visión externa, cruel, de la cara de esos personajes excluidos de la vida institucional y la visión íntima del fondo de su ser, melancólica, sin esperanza, sin sentido, una zozobra extraña, una inquietud permanente; sólo calmada con el alcohol, que agita sus espíritus y hace la voz vibrar de rabia acumulada. El despertar de una nueva conciencia, otra luz, otro viento, otra vida, otra idea, antes de regresar a la melancolía que desgarra.

Esas bocas hambrientas que apagadas despiden fuegos infernales. Pieles perfumadas por la desnutrición que aroman a su paso el contacto con los otros. Nada sabemos. Nadie sabe, ninguna voz les contesta. No hay que contestar. La desigualdad sigue ahí en esta calma zozobrante de los días de primavera. Así sobre el vacío por una ruta incierta, hundidos en los charcos de las primeras lluvias. Los marginales arden, ¡cómo arden! De tiempo en tiempo antes de que el tiempo los fije, a fin de ser otros y nuevos, como nacidos del instante, angustiado por lo desconocido. Todo lo que tenían de valioso, fuera de la vida, se desvanecía con el tiempo. No en aromas hambrientos proyectados en nosotros, sino en el vacío absoluto, el vacío sin reparo del panteón de los signos. Todo lo que estuvo y está en curso, ya hecho o por hacer, en un segundo nada más.

Pasados, tragados, abolidos, su computadora marginal se entrega al cerebro. Su información se disipa y queda lo invisible. La vida borrándose de la memoria ¿Qué hacer? La desigualdad sigue ahí... Nada, solos, como ante un espejo, mudos, delante del negro de la imagen de la pantalla ciega. Caleidoscopio de colores y cuerpos desnudos que desembarazan millones de nuevos colores del pasado, como si nos quitaran un viejo saco muy querido.

Me asomaba a la zona marginal y el viento me nublaba la visión de las cosas. Están y no están. No los veo, no los oigo, no los huelo, no los siento. Más ahí están, en busca de la forma de huir hacia el otro lado, al país vecino. Para intentar volver a comenzar. Pero, ¿cómo?, ¿con qué? Cómo recomenzar, si el comienzo no existe más. Entre el viento se perfilaba la silueta de una mujer. Esa mujer paridora y sufrida que nos envuelve. Con sus relieves sutiles de los que no suponemos su presencia.

Así, por relación con lo trazado, estas líneas imperceptibles se arriesgan en el espacio; el esbozo del enigma por nacer: el destino. En el reflejo de aromas marginales creí descubrir la sombra de lo invisible, sin la cual no vería nada, es decir, la sombra de mi deseo; la negra espalda del tiempo, etérea, impasible: el enigma de lo desconocido.

 
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