Usted está aquí: jueves 10 de mayo de 2007 Opinión Ratzinger en Brasil

Bernardo Barranco V.

Ratzinger en Brasil

En medio de polémicas y contradicciones, el papa Benedicto XVI inicia su primera gira por América Latina. Según cables de diferentes agencias, el Papa habría ratificado la excomunión "automática" para aquellos legisladores que aprobaron en semanas pasadas la despenalización del aborto en la ciudad de México. Sin embargo, dicho comentario ha sido matizado por el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Información del Vaticano, quien dijo: "Benedicto XVI no ha excomulgado a los políticos de México que han apoyado el aborto". ¿Una nueva imprudencia del sumo pontífice?

Expertos habían recomendado al Papa, seleccionar sus palabras cuidadosamente en esta visita porque en uno de sus últimos viajes, en la Universidad de Ratisbona, Alemania, provocó un delicado conflicto internacional frente al Islam cuando externó mordaces comentarios relativos al profeta Mahoma. En todo caso, la confusión pone de manifiesto la preocupación de Ratzinger de que la despenalización de embarazos no deseados, aprobada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, tenga un efecto dominó en América Latina, donde buena parte de sus gobiernos son de izquierda o, como dicen algunos analistas, "se le parecen".

De confirmarse la declaración de Benedicto XVI, deja muy mal parada a la jerarquía de la arquidiócesis de la ciudad de México. Porque desde Roma corrigieron las posturas extremas que al respecto había asumido Hugo Valdemar, vocero del cardenal, quien se desdijo el 29 de abril pasado y el propio cardenal Rivera recientemente confirmó que ni los legisladores ni Marcelo Ebrard estaban excomulgados. Sin duda el aborto, la eutanasia, la familia y la defensa de la vida son temas ineludibles en la agenda pontificia.

Ratzinger llega a Brasil, en corta estadía, cuyo objetivo primordial es inaugurar el próximo domingo 13, la quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Dicho acto marcará en los próximos años las principales directrices sociales, pastorales y teológicas de los católicos en el continente para poder sacudir la atonía de un catolicismo en crisis.

Fuera de Brasil, resultan sorprendentes las pobres expectativas que ha levantado la primera visita del papa Benedicto XVI. A dos años de su pontificado, la curia romana debe extrañar sinceramente la figura avasallante de Juan Pablo II por la atención que atraían sus visitas y la expectación que generaba en los países en que dejaba sentir su carismática presencia.

Sólo algunas comunidades cristianas han acogido esta visita con entusiasmo; en la opinión pública de muchos países, hasta ahora, hay cierta indiferencia incluso en muchos sectores eclesiales. En comparación con las polémicas de otras conferencias, como la de Puebla 1979, Santo Domingo 1992, la actual asamblea de Aparecida luce pálida y de pobres perspectivas. ¿Será que las notas difundidas desde el avión sobre la excomunión de los legisladores mexicanos busca calentar mediáticamente la visita?

Tarcisio Bertone, secretario de Estado, ha confesado que el pontífice hablará "fuerte" y espera no incomodar a los jefes de Estado en el continente; presumiblemente Benedicto XVI acentuará la aspiración social de la Iglesia católica para incidir en las políticas públicas y en la toma de decisiones de los poderes temporales del continente.

El Papa también ha declarado en vísperas de su viaje que una de sus principales preocupaciones es el sólido éxodo de católicos hacia las denominaciones evangélicas. Principalmente Brasil, donde en 1940 se profesaba católica 95 por ciento de la población; dicho porcentaje cae de manera dramática hasta 73.89 por ciento en 2005, según un estudio difundido recientemente por la Fundación Getulio Vargas.

Este hecho social ha provocado mayor humildad de los obispos brasileños, quienes históricamente no estaban acostumbrados a vivir en el espacio de tal pluralismo y diversidad de verdades y valores. Por ello la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil es una de las más abiertas y progresistas del continente, pese a los nombramientos de Roma tan inclinada a designar obispos conservadores y dóciles corderos de la curia.

Otro dato es que la mayoría de esta derrama católica pertenece a los sectores más pobres y excluidos de la sociedad. Habría que preguntarse en esta pérdida de católicos, por tanto, sobre la responsabilidad de Roma y del propio Ratzinger, quienes a finales de los años 80 reprimieron las diferentes pastorales populares tan pujantes en el continente.

Bajo la sospecha de la teología de la liberación muchas experiencias creativas y novedosas en los campos de la liturgia, la vida religiosa, la educación, la pastoral, reflexión teológica, fueron canceladas y suprimidas porque representaban "amenazas" a la identidad y ortodoxia dictada por Roma y un regreso a la tranquilidad serena de la uniformidad, alejándose probablemente del espíritu conciliador de la Gaudium et Spes, uno de los documentos conciliares más importantes sobre la relación Iglesia-mundo. Recordamos el lejano trabajo del vaticanista Giancarlo Zizola, La restauración del papa Wojtyla, 1985, en el que nos dibuja a un cardenal Ratzinger muy tentado por operar en la Iglesia una especie de contra aggiornamento ante la crisis cultural de la modernidad.

Los discursos del Papa nos indicarán cómo entiende América Latina. Especialmente existe expectativa en los círculos clericales por su mensaje en la sesión de apertura de la quinta asamblea del CELAM. Los optimistas esperan sorpresas de un pontífice que es ante todo un intelectual agudo; los pesimistas pronostican un Papa académico y eclesiocéntrico.

La Iglesia en América Latina afronta enormes transformaciones que el propio Benedicto XVI ya ha detectado en diferentes alocuciones: el cambio cultural, los flujos migratorios, con tantas repercusiones en la vida familiar y en la práctica religiosa; la globalización, la secularización, la pobreza creciente y la exclusión social; el deterioro ecológico; violaciones de los derechos humanos; las mutaciones sociales en las grandes ciudades; la violencia y el narcotráfico. Benedicto XVI, el tercer papa que visita la región, ¿ayudará a discernir el papel de la iglesia en este complejo cuadro o asumirá la cómoda postura de la condena y el fomento del miedo?

 
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