Usted está aquí: jueves 10 de mayo de 2007 Cultura El guasón de la tecla y otras consideraciones

Olga Harmony

El guasón de la tecla y otras consideraciones

El excelente actor y músico Mario Iván Martínez ha encontrado en su etapa de cuentacuentos un medio de llevar a los niños a escuchar la música y la palabra en estos tiempos de cultura visual. En su serie ''El niño y la música" incluye su reciente homenaje, en el centenario de su nacimiento, a Francisco Gabilondo Soler, ese inolvidable Cri Cri, cuyos discos siguen siendo disfrutados por muchas generaciones. El título de su espectáculo, El guasón de la tecla, nos remite a los viejos a las horas de nuestra infancia en que esperábamos junto al radio a que el músico, ya convertido en Cri Cri, nos narrara historias en que hilvanaba canciones que pronto, también nosotros, cantábamos. En este tenor Mario Iván -con textos del propio Gabilondo Soler que no todos fueron difundidos, pero que ahora presenta- construye la segunda parte de su espectáculo.

En la primera, narra algunas aventuras de Pulgarcito subrayadas por la música de Maurice Ravel que ejecutan a dos manos el pianista Alberto Cruzprieto y el pequeño Manuel Caso Bercht. La inclusión de niños músicos -Ana Caridad Villeda, soprano y violín y Miguel Angel Villeda, soprano y violonchelo- se da también en la parte medular del programa en que se ofrece el singular homenaje al grillito cantor, con el rescate de historias que nunca habían sido escuchadas y en las que se hilvanan a la manera de los viejos programas de la W de mi infancia, algunas canciones, una de ellas, La negrita Cucurumbé entonada por el Ensamble vocal de México, Voz en punto. Y si es verdad que las canciones de la abuelita ya no se pueden referir a las abuelitas actuales, muchas de ellas cincuentonas rockeras, la gracia de letra y música resultan perdurables.

Mario Iván Martínez, en su modalidad de cuentacuentos desea llevar gracia y belleza a los niños, lo que es una muy buena vertiente del espectáculo infantil, que puede tener muchas variantes. Una de ellas es la de cierta crueldad en las historias que se les narran y que yo rechazo -sin deseos de entablar polémica alguna- porque aunque creo firmemente en la inteligencia de los pequeños (que he constatado a lo largo de los años que me han llevado a ser bisabuela), tampoco ignoro que hay tiempos de maduración y que muchos temas difíciles y actuales pueden ser tratados sin ñoñería pero con inteligencia como lo demuestran las obras de teatro infantil que se han producido en los últimos tiempos.

Aun el muy discutido Ogrito de Susanne Lebeau muestra un arrepentimiento del padre ogro que lo lleva a pruebas que lo acercarán a su familia. De la misma autora franco-canadiense es Salvador en que se muestra con gran ternura la precaria existencia de los niños marginados de Latinoamérica. Si en alguna obra cuyo nombre me reservo se dice que las guerras terminarán cuando todos hablemos el mismo idioma, lo que es una colosal y tonta mentira, en cambio Berta Hiriart hace una bella metáfora en Las niñas de la guerra en que no sólo muestra de manera marginal lo que sufren los desplazados, sino que agrega cómo la música -el arte- ofrece posibilidades de disfrutar la vida en un pueblo en que ello estaba ausente, lo que de alguna manera la emparenta con las propuestas de Mario Iván. Berta Hiriart es también autora de un texto entrañable, ¡Adiós, querido Cuco! en el que hace aceptar a los niños la muerte de los viejos a través del duelo por un perro.

Perla Szumacher trata el caso de la niña que descubre que es adoptada en el monólogo Malas palabras y la rebelión de un pueblo contra el tirano, así como la aceptación hacia los sordos -además de una nada encubierta crítica al consumismo- en El rey que escuchaba pero no oía, en cuyo final los hermanos se reconcilian para Seña y verbo, la compañía de Alberto Lomnitz en que se enseña a los niños a no discriminar al diferente. El divorcio de los padres y la aceptación por un pequeño de que su padre tenga otro hogar, es tratada por Amaranta Leyva, de Marionetas de la esquina, en Dibújame una vaca. El abuso del fuerte, que convierte a la víctima en un abusador hasta que la nueva víctima recupera su propia estima con actos de heroísmo es tratada con elegancia por Robin Kigsland en Mar de silencio en que el Grupo 55 que aquí la escenificó pidió que fuera programada para mayores de ocho años, porque este grupo entiende de los tiempos de maduración de los niños, como ocurrió también con el grupo Alborde Teatro que presentó la estupenda Pacho Villa y los niños de la bola de Antonio Zúñiga.

 
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