Usted está aquí: martes 8 de mayo de 2007 Opinión Paraíso instante

Teresa del Conde

Paraíso instante

El artista Manuel Marín, matemático, teórico y arte correísta, además, claro está, de dibujante, escultor y pintor, ha realizado más de 80 exposiciones individuales, coordinado varios proyectos de lo que él denomina ''arte alternativo", aparte de ejercer la docencia. Bajo estos últimos parámetros proyectó y concretó a lo largo de años la exposición colectiva Metamorfosis, fincada en las Metamorfosis de Ovidio. El mismo se metamorfosea, a veces actúa como protagonista performático, otras como prestidigitador, unas más como magicien (pero no de la terre) y hay ocasiones en las que se devela como pensador filosófico, sin tomarse demasiado en serio. Le disgusta (precisamente por razones teóricas) el término ''creador" aplicado a los artistas, porque ''nada se crea de la nada".

No obstante no deja de ser un romántico empedernido con ciertos toques rococó que afloran inclusive en su discurso. Realiza verdaderas peregrinaciones para observar obras in situ (cosa que le es en extremo importante) y siempre se ha mostrado muy interesado por las instancias espacio-tiempo.

Son éstas de nuevo las que animan su actual exposición en la Galería Metropolitana de la Universidad Autónoma Metropolitana) el generoso espacio de Medellín 28.

Me parece, sin haber podido comprobarlo, que esta vez se ha inspirado en un texto escrito por la historiadora de la Universidad Católica, de Freiburg, Brigitte Koenigsdorf, quien lleva el mismo título adoptado para la exposición, en el que la autora asevera que ''el paraíso es eterno, pero los bienaventurados no; llegan y se van. Los reciben o los expulsan según los designios de un destino manifiesto".

Hay en este escrito un bosque del cuerpo y la exposición -integrada por instalaciones que en conjunto forman una sola- se inicia con un bosque de columnas caprichosas, todas esbeltas, armadas con base cruciforme, excepto dos o tres de ellas, siempre en metal policromado como lo son todas las piezas planas o en volumen que integran la muestra. Parecen ser trabajos íntimos, que él efectúa no con la intención de ''expresar", sino más bien de colegir y de jugar con lo que puede dar lugar -no a ilustrar un motivo- sino a hacerlo visible de acuerdo con cierto tipo de combinaciones estructurales que le han sido comunes, sin que por ello dejen de ofrecer infinidad de variantes.

Se antoja que alguna o algunas de estas columnas pudieran ser maquetas para piezas monumentales, como aconteció con su proyecto para la Deutsche Belle, Comunicación cruzada, que representa en Bonn al continente latinoamericano. No conozco esta pieza pública más que en fotografías, pero así y todo me provoca la impresión de estar viva, es alegre, transitable y juega admirablemente con el ambiente en el que se encuentra, según asevera Fernando González Gortázar -quien sí la conoce- en el ensayo que le dedicó a Manuel Marín. Por lo que juzgo es a la vez reptil prehistórico, peregrinación que cojea e insecto monumental.

En Paraíso instante, como en otras confecciones suyas, se ejemplifica el dicho de que el artista convertido en adulto guarda al niño que fue, como expresó Paul Klee.

En este mismo espacio de las columnas hay un pequeño ''teatro" de marionetas construido en la mampara, mismas que responden al modo especial que adopta para dar cuerpo a figuras humanas. Hay todo un vocabulario al respecto, diseminado a lo largo de la muestra.

De allí se pasa al siguiente ámbito, previa visión de una jaula en la que está encerrada la luna, esfera con mapa lunar que probablemente rescató de alguna colección siderúrgica. Esa pieza se titula Constelaciones. Una gran plataforma sirve de sostén a los ''muertos frescos" que deambulan alrededor de una construcción complicada, a modo de laberinto, que parece hecha de madera y de papel periódico. Obedece a un diseño que se antoja muy pensado, jugado mediante la estructura de la letra Z intersectada, proporcionando diferentes vistas según el ángulo de visión.

La alacena de Enca, a diferencia de los entrepaños que sostienen las piezas del lado opuesto, está dibujada en la pared, de modo que los adminículos se sostienen por medio de imanes. En otro conjunto, Niobe aparece descabezada con sus hijos representados de perfil o de tres cuartos, sólo uno -como testigo- da la cara al espectador. Tuvo 14, según la leyenda, y todos perecieron a flechazos debido a la venganza de los dioses. No es eso lo que el espectador ve en esta representación contemporánea de los niobidas, de los que hay grupos escultóricos en la época helenística.

Marín los conoce y como es tan culterano decidió proporcionar una referencia moderna del asunto para que no nos olvidemos que las venganzas siguen ocurriendo por doquier. Otros conjuntos presentan a los Nadadores o a Hermafrodita, y en todos los casos la intención es representar un espacio dentro de otro para ofrecer un fenómeno visual concreto, como antes ocurrió espléndidamente al representar en bulto y en espacio real la perspectiva como ''construcción legítima".

 
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