Usted está aquí: lunes 7 de mayo de 2007 Cultura La desnudez reivindicó su potencial subversivo en la instalación del Zócalo

Conforme caía la ropa surgían consignas contra el aborto, Norberto Rivera y el fraude

La desnudez reivindicó su potencial subversivo en la instalación del Zócalo

Las mujeres fueron superiores en una proporción de cuatro a uno, según estimaciones

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Ampliar la imagen La falta de ropa motivó la camaredería cómplice La falta de ropa motivó la camaredería cómplice Foto: Daniel Aguilar/ Reuters

La instalación de Spencer Tunick en el Zócalo rescató fugazmente la desnudez humana de la banalidad mediática en que se halla inmersa, y le devolvió parte de su antiguo potencial subversivo. Por sus circunstancias, por sus efectos, el hecho adquirió significados múltiples, diversos e incluso contradictorios. Y fue, en más de un sentido, un retrato sin retoques de lo que es esta sociedad.

La muchedumbre traía a flor de piel -la imagen es precisa como pocas veces- una serie de temas, agravios, reclamos, inconformidades de índole variada, y aprovechó la ocasión para hacerse escuchar. Lo que Tunick planteó como un hecho artístico, la muchedumbre -irreverente e ingeniosa- le otorgó una clara dimensión política: dirigió consignas contra la pederastia y contra el excelentísimo cardenal Norberto Rivera; mostró su apoyo a la despenalización del aborto en el Distrito federal; exigió la liberación de los presos políticos de Atenco; renovó el reclamo contra el "fraude electoral" en las pasadas elecciones presidenciales.

Desde las tres de la mañana empezaron a llegar los participantes en la mayor escena de liviandad sin pudor que se recuerde en la ciudad y, sin duda, en el país. Mucho antes de la hora límite marcada por los organizadores, las calles de acceso -Madero y 16 de Septiembre- se congestionaron con los miles y miles de cuerpos que horas después le servirían a Tunick para bordar el tapiz monumental que cubrió casi en su totalidad la plancha de concreto.

Jóvenes la mayoría, mujeres la mayoría, llegaban con ánimo festivo, sonrisas nerviosas, miradas expectantes. Ansioso, más de uno quiso botar la ropa antes de tiempo pero fue reconvenido por los organizadores. Según estos, la relación aproximada entre mujeres y hombres fue de cuatro a uno.

Atragantados de emoción

A las cinco, la fila de cuatro en fondo que empezaba en la esquina de Palma y 16 de Septiembre, llegaba hasta el Eje Central y ahí se prolongaba hacia el sur hasta Venustiano Carranza. La masa anticipaba que, en términos numéricos, serían rebasadas las expectativas de los organizadores.

¿Quién dice que los mirones son de palo? A los mirones con gafete que se amontonaban como podían en la azotea de un hotel que colinda con la esquina noroeste del Zócalo, se les atragantó la emoción cuando, allá abajo, pasadas las seis y media de la mañana, se disparó la estampida que daba comienzo a la instalación.

A la distancia y con un poco de imaginación, las diminutas figuras desnudas que corrían de una orilla del Zócalo hacia el centro de la plancha semejaban marmotas frágiles y graciosas correteando por la pradera. También algo había de hormiguero en ese desplazamiento tumultuoso hacia el corazón del corazón político del país, entre la Catedral Metropolitana y el Palacio Nacional, sedes de dos de las instituciones más poderosas de este país: la Iglesia y la Presidencia, respectivamente.

Al centro del hormiguero, el asta, también desnuda, despuntaba fálica y gris hacia el cielo, donde la Luna menguante y su corte de nubecillas despeinadas se desplazaban curiosas, cediendo su lugar al Sol venidero. La ausencia -"por respeto"- del lábaro patrio no fue obstáculo para que se diera un acto que cobró un notorio significado político: atraído por ese singular gesto con que se saluda en México a la bandera, el artista pidió a los participantes que lo reprodujeran así, desnudos y de espaldas al Palacio Nacional.

Tunick ni lo imaginaba, pero los mexicanos sabemos de la carga que esos detalles adquieren en este país de las formas y el protocolo.

A los oídos de los mirones con gafete de prensa llegaba el chacoteo gozoso que se traían los nudistas. Se percibía lo bien que se la estaban pasando.

Los que reconocían la instalación como un acto de libertad pero no como una experiencia estética, fueron rebatidos contundentemente cuando Tunick distribuyó a una persona por cada cuadro de la plaza.

Desde la perspectiva de los mirones con gafete, los cuerpos dispuestos en líneas diagonales emulaban en su conjunto uno de esos cuadros de Vicente Rojo pertenecientes a la serie México bajo la lluvia.

Desde un punto de vista estético, quizá la parte más lograda fue aquella en que los cuerpos quedaron acomodados a lo largo, formando largas filas ondulantes, como cordones de estambre de un textil monumental.

Atavismos al descubierto

Sin embargo, hacia las ocho de la mañana, la confianza generada entre hombres y mujeres participantes, la fraternidad establecida, la libertad ejercida, el respeto mostrado, la civilidad alcanzada, fueron ensombrecidos por un error de cálculo de Tunick: en la última etapa de la instalación, cuando ya había efectuado todas las tomas fotográficas previstas, decidió improvisar y pidió a los hombres que se retiraran de la plancha y comenzaran a vestirse. El número de mujeres superó al que Tunick ha tenido en otros países. El artista neoyorquino quería hacer algo especial con ellas. Quizá pensó que el nivel de civilidad era como el de otros países que ha visitado. No contaba con que los hombres, ya vestidos, volverían a la plancha como mirones, con celulares en mano para fotografiar a las mujeres con quienes tan cordialmente habían convivido.

Desde la azotea del hotel, la imagen era impactante: un cordón de hombres empezó a envolver al grupo de mujeres denudas. Se oyeron entonces gritos de enojo y rechazo de ellas, "¡Fuera!, ¡Fuera! ¡Fuera!" Los interpelados no acataron la invitación a retirarse. La utopía estaba fracturada.

La desnudez había igualado a hombres y mujeres. Cuando ellos se vistieron, ellas quedaron vulnerables y exhibidas.

Ahora Tunick sabe de los atavismos que aún perduran en México.

 
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