Usted está aquí: domingo 6 de mayo de 2007 Opinión Placer renovador

Angeles González Gamio

Placer renovador

Resulta renovador para aliviar los padecimientos que ocasiona vivir en una urbe gigantesca, caótica, contaminada, con tráfico enajenante, acercarse periódicamente a los orígenes. En el corazón del corazón, a un lado del Zócalo, sede ancestral de los poderes político, religioso y económico, se encuentran los vestigios del Templo Mayor, símbolo principal del poderío del pueblo azteca, que llegó a controlar poblaciones que se encontraban más allá de nuestras actuales fronteras.

Sacados a la luz a principios de los años 80 del pasado siglo, hasta los años 15 de esa centuria se creía que el famoso templo alabado por los cronistas españoles, comenzando por el propio Hernán Cortés, se encontraba debajo de la catedral. Fue Manuel Gamio quien, al estudiar los vestigios hallados durante una excavación de la compañía de luz, determinó que en ese sitio se hallaba la portentosa edificación mexica.

A lo largo de los siglos muchas esculturas importantes fueron encontradas en los alrededores, entre otras la Coatlicue y el conocido Calendario Azteca o Piedra del Sol, pero fue el hallazgo en 1978 de una enorme piedra redonda, que resultó ser la Coyolxauhqui, una de las figuras primordiales dentro de la mitología mexica, el que hizo tomar la decisión al entonces presidente José López Portillo de que se expropiaran y derribaran las casas que cubrían el antiguo templo.

Así se hizo y ello nos ha permitido conocer de cerca la grandeza de esa cultura y entender los mitos que la sustentaban, algunos comparables a los de los dioses griegos, como el de la misma Coyolxauhqui, diosa y hechicera que representa a la luna. Hija de Coatlicue (la madre tierra), se enteró de que al barrer el templo en lo alto del cerro de Coatepec, su progenitora había quedado embarazada por unas plumas que llegaron del cielo y que guardó en su pecho. Indignada, llamó a sus hermanos, los 400 Centzon Huitznahuac (las estrellas) y se confabuló con ellos para matar a la madre, por el extraño embarazo que consideraban una afrenta.

Lo que ignoraban era que el ser que crecía en su vientre, era ni mas ni menos que el dios de dioses, Hutzilopochtli (el sol), quien, al acercarse Coyolxauhqui y los hermanos a cometer el asesinato, nació armado con su lanza dardos de turquesa, su escudo de plumas de águila, el rostro pintado con franjas diagonales y los brazos de azul, y una serpiente de fuego llamada Xiuhcoatl, con la que decapitó a su hermana para después arrojarla de lo alto del cerro, desmembrándose brutalmente en la caída; a continuación persiguió ferozmente a los 400 surianos, nombre que recibieron los hermanos por haber huido hacia el sur.

La enorme piedra rosada prodigiosamente labrada, representa a la diosa desmembrada y da sentido al mito de que cada mes, durante el amanecer, la luna es derrotada por el sol. El eminente arqueólogo Eduardo Matos, quien llevó a cabo las excavaciones y realizó el museo adjunto, explica: "el estudio del mundo mítico-simbólico del Templo Mayor refleja, ademas, que si el dios Hutzilopochtli nació para combatir, el destino del mexica era desempeñarse como guerrero". También hay que recordar que el dios tenía que ser alimentado con sangre todos los días, o de lo contrario no volvería a salir el sol. Durante las excavaciones salieron a la luz innumerables esculturas, adornos y decenas de ofrendas con objetos venidos de prácticamente toda Mesoamérica, que habían llegado como tributos.

Para mostrarlos se edificó, junto a los restos del gran templo, un pequeño museo que sigue la estructura del Templo Mayor, el lado derecho dedicado a Hutzilopochtli y el izquierdo a Tlaloc, la deidad del agua, fuente de la vida. La visita es deleitosa e interesantísima, ya que se pueden apreciar desde pequeños objetos, muchos de ellos exquisitos, como la joyería y las máscaras, hasta impresionantes esculturas como la que representa a Mictlantecuhtli, el dios de la muerte, o la de un caballero águila tamaño natural y, desde luego, la pieza principal en el centro del museo: Coyolxauhqui.

La vista desde el ventanal del último piso es impactante: los restos del imponente templo, muestra de la grandeza mexica, la soberbia catedral erigida durante el virreinato, el palacio del Marqués del Apartado, de Manuel Tolsá, que representa la nueva mentalidad racionalista de los albores del siglo XIX y atrás de todo ello, la punta de la Torre Latinoamericana, símbolo del siglo XX.

Así como hay que releer los buenos libros, hay que volver a visitar estos sitios emblemáticos y, por supuesto, coronarlo con un buen festín. Hoy vamos a conocer otro nuevo restaurante, Costa Cantábrica, que acaba de abrirse en Venustiano Carranza 4. En un amplio y luminoso salón, con decoración moderna, se degusta comida tradicional española: fabada, callos, chistorra, morcilla, paella, cocido y los fines de semana hay un buffet económico y abundante.

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