Usted está aquí: jueves 3 de mayo de 2007 Opinión Orfico blues

Olga Harmony

Orfico blues

En el título de su obra Martín López Brie juega con las palabras, tanto en lo que se refiere al orfismo como a la doble acepción de la palabra blues, como un derivado del jazz y como añoranza o melancolía. El joven autor en éste, el segundo texto que le conocemos y que fue Premio de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo en 1973, ubica en un bar contemporáneo a tres personas de la mitología griega, el vidente Tiresias en algún momento de su longeva vida que cubrió nueve generaciones -aquí la licencia de mostrarlo en una encarnación más-, la siempre fugitiva y culpable Medea y el personaje del título, Orfeo, el músico que inventó la lira, hacía callar a las fieras, que no renuncia a su eterno amor por Eurídice y al único que se le conserva su destino final en su epílogo. López Brie maneja un lenguaje de gran peso literario (a diferencia de otros dramaturgos de su generación que abusan del albur y la leperada) que incluye cuatro cuartetos medidos y consonantes, en la profecía inicial de Tiresias, y la letra de la canción que cada noche entonará Orfeo.

Los personajes hablan de su vida mitológica, recurso del autor para ubicarlos ante un público contemporáneo sin perder de vista las fuentes de que abreva, e inventa una intriga de los dueños del bar para hacer que Orfeo cante, así como enamoramientos, uno muy viejo de Tiresias cuando tenía cuerpo de mujer y el otro, reciente, de Medea, ambos por el cantor que los desdeña. Contra todo pronóstico, el texto dramático es muy teatral, lo que se demuestra al verlo escenificado bajo la dirección de Matías Gorlero, que incursiona en esta modalidad después de haberse mostrado como iluminador y escenógrafo.

En un escenario diseñado por Ingrid SAC -responsable también del vestuario y la menos lograda iluminación- que consiste en dos paneles convexos de plástico duro, que sirven de espejo, al fondo, un bar en un extremo y un escritorio al otro, ambos también de plástico duro, el director mantiene sus áreas casi siempre delimitadas. El escritorio es de Tiresias -vestido de mujer- que no se mueve y el bar será el reducto de una Medea cada vez más alcoholizada, aunque la actriz sí se desplaza en algunas ocasiones. El trazo escénico se complementa con Orfeo casi siempre en el centro de los otros personajes, excepto en algunos momentos en que se sienta en una butaca de espectador para cantar con su guitarra o en el que Medea lo acosa antes del final de la maga. En un muy buen dato de dirección, Orfeo quemará el estuche de la guitarra como símbolo de su muerte inminente narrada en el epílogo por el solitario Tiresias que continuará con su vida eterna.

 
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