Usted está aquí: jueves 3 de mayo de 2007 Opinión La educación, la cultura y la ciencia en los tiempos del PAN

Soledad Loaeza

La educación, la cultura y la ciencia en los tiempos del PAN

Como dos pistolas a un Cristo le sienta a Vicente Fox la dirección de un centro de estudios. Pocos presidentes tan ajenos hemos tenido al mundo de las ideas y de las letras como él. Es posible que Adolfo Ruiz Cortines se le acerque, pero, a diferencia del muy locuaz ex presidente panista, aquél mantenía discreto silencio sobre asuntos que no le competían, al mismo tiempo que respetaba la tradición de mecenazgo del Estado en el ámbito de la educación, la ciencia y la cultura. Fox, en cambio, se percata de la importancia de las ideas apenas ahora, ya que ha dejado el poder desde donde debió promover la generación de conocimiento y la formación de capital humano. Con esa convicción recientemente adquirida bajo el brazo se ha lanzado a la caza de fondos de apoyo para su empresa, con una falta de pudor que a muchos nos resulta incómoda. Después de todo, se trata de una persona que fue presidente de la República. Peor aún, no sólo se traiciona a sí mismo cuando habla de ideas, sino que sigue causando rubor cuando ostenta su persistente ignorancia en foros internacionales.

La notable incultura del primer presidente panista era una especie de ironía histórica. Cuando Acción Nacional se fundó la prensa hablaba del "partido de los intelectuales", que miraban con abierto desdén a los miembros del partido cardenista en el poder, como una colección de salvajes a la que oponían sus conocimientos y sus grados académicos. Esta imagen del primer panismo no era de ninguna manera falsa. Manuel Gómez Morín, quien había sido rector de la Universidad Nacional, había logrado reunir a su alrededor a un grupo de distinguidos profesionistas, sobre todo abogados. Muchos de ellos fueron "pirateados" por Miguel Alemán desde 1945. A partir de ese momento la calidad intelectual de los panistas empezó a decaer sin remedio, hasta que Carlos Castillo Peraza inició esfuerzos verdaderamente titánicos por recuperar algún tipo de brillo intelectual para su partido, con poco éxito, por cierto.

Muy bien, esa es la historia del PAN, pero no hay ninguna razón para que extienda al resto del país su propia experiencia. Sin embargo, la indiferencia y la desconfianza que los panistas han expresado hacia la participación del Estado en el ámbito de la ciencia y de la cultura podría tener ese efecto, es decir, con sus decisiones -concretamente, por ejemplo, los presupuestos recortados-, los gobiernos panistas están difundiendo en el ánimo de la opinión pública la noción de que la ciencia y la cultura son irrelevantes, o por lo menos, que no son un asunto público. A aquellos panistas que se rebelan contra "las geometrías políticas" habría que aclararles que la reducción de los presupuestos públicos para esas actividades es una política típica de la derecha. No hay más que mirar las acciones de los gobiernos de Thatcher en estas materias para reconocer el antintelectualismo característico de esta familia ideológica.

La renuencia de los panistas a apoyar la ciencia y la cultura tiene un sólido fondo ideológico. Hasta antes de que Elba Esther Gordillo sedujera a Vicente y a Marta Fox, el sindicato de maestros fue una de las bestias negras del PAN. Para este partido el SNTE representaba el instrumento más poderoso de que disponía el Estado para ejercer el control ideológico que imponía -o impone aún, en opinión de muchos de los panistas- el artículo tercero constitucional, y al cual la tradición católica se había opuesto en forma vehemente desde 1917. Más aún, para los panistas todo el sistema de educación pública era desconfiable (quizá lo sigue siendo), porque lo consideran un aparato de control ideológico del Estado. Como si Jaime Torres Bodet y Agustín Yánez hubieran sido agentes de Stalin. Por esa misma razón miran con suspicacia que se destinen recursos públicos a las universidades, a las artes y, en general, a toda empresa cultural y científica, y prefieren mantener en ayunas a los museos, las editoriales, o cualquier iniciativa que desde su muy particular punto de vista será mejor, "más libre", si la apoyan dineros privados. Mucho más mezquino es el argumento de que en una situación de escasez de recursos estos rubros son secundarios.

Habría que preguntarles a los fieles opositores del intervencionismo estatal dónde estarían la educación nacional, las letras, el cine, la museografía, las ciencias sociales, las universidades públicas, si el Estado no hubiera promovido el conocimiento y las artes en los años del PRI. La única inversión de largo plazo que seguro rinde frutos es la que se destina a la generación de conocimiento y a la formación de capital humano. Así lo prueba la historia de países que lograron reconstruirse después de grandes devastaciones, gracias a que su población estaba educada. Miremos la experiencia de los grandes institutos de investigación en todo el mundo que, incluso en Estados Unidos, se sostienen con recursos públicos, porque el Estado es el único agente que está realmente comprometido con una visión de largo plazo de la sociedad.

La educación es uno de los grandes problemas nacionales. También lo son la ciencia y la cultura. Relegarlos a un segundo o tercer plano en la agenda del gobierno revela una notable cortedad de miras, o la pérfida intención de dejar estos asuntos en manos de los Fox.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.