Usted está aquí: miércoles 2 de mayo de 2007 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

La desesperación ya despojó máscaras

La Iglesia manda al diablo a las instituciones

Primero de mayo: más miedo que prudencia

Parecía ocioso y hasta temerario sentenciar, hasta hace algunos días, que la máscara del gobierno federal se caería en pedazos en cuanto surgieran los primeros conflictos sociales creados durante el segundo sexenio de la derecha en el poder.

No obstante, todos los signos anunciaban que eso sucedería, el problema radicaba en la temporalidad. ¿Cuánto duraría el juego del engaño? ¿Hasta dónde resistiría el grupo gobernante sin exhibir a pleno sol su odio hacia las clases populares?

El cálculo no resultaba empresa fácil si se considera que en el horizonte de quienes ejercen el verdadero poder está el mantener a sus empleados en las posiciones clave, que les permitan seguir manejando el país a su antojo, y esos grupos saben del manejo político del tiempo, pero esta vez les ganó la desesperación.

El golpe fue terrible, pero abrió la posibilidad de una guerra que ellos, aún ahora, piensan ganar con las mismas armas con las que se cubrió el fraude: el rumor, la maledicencia, la mentira, el odio y los medios de comunicación afines, pero en el Distrito Federal las trompetas de Jericó suenan desafinadas y el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida, aun en contra de todo lo mencionado, ya es ley.

La Iglesia, y en breve la derecha toda, llaman a desobedecer las leyes. El asunto es serio porque debería tener consecuencias legales. Por más que la santa palabrería trató de esconder su verdadera intención, para nadie pasó inadvertido el llamado a no cumplir con lo que las leyes señalan.

Aparentemente el exhorto se lanzó con ese fin, y bajo la protección del secretario del Gobernación, que bien entiende de reprimir a quienes protestan contra el mal gobierno, pero es blando y obsecuente con los de su mismo signo.

Pero todo esto podría ser una trampa más de todos estos señores. Ya es de domino público que el máximo jerarca de la Iglesia católica en México, Norberto Rivera Carrera, enfrenta problemas muy serios en el Vaticano, y según dicen algunos curas indiscretos, Rivera pretende que las leyes mexicanas lo sancionen, y eso le sirva de cobertura para no explicar que se queda en Roma por órdenes superiores, y para evitar un escándalo de niveles mucho más ruidosos, provocado por asuntos que nada tienen que ver con la polvareda que han levantado por la llamada ley del aborto.

De cualquier forma, el hecho es que la derecha está envalentonada, nada más que no tenían en cuenta que con el DF, con su gente, toparon, y quieren continuar una lucha que divide al pueblo de México. Por lo pronto, y en términos coloquiales, bien podríamos decir que el Arzobispo Primado de México mandó al diablo a las instituciones de México, y ni quien diga nada.

Por su parte, Felipe Calderón dejó vacío el balcón de Palacio Nacional, primero, más que por prudencia, o junto con ella, por miedo, porque todos a su alrededor sabían, y por ello le aconsejaron, que se escondiera, que no asomara la tan dañada figura de poder en la barandilla central del palacio de gobierno, porque las manifestaciones en su contra darían por cierta un verdad inobjetable: el pacto entre los trabajadores del país y la Presidencia de la República se ha roto.

Las pruebas del fraude electoral siguen brotado por todos lados, y los supuestos líderes sindicales ya no pueden contener la humillación de sus afiliados, que sufrieron el hurto de su voluntad política y que en ese sector son cuantiosos. Ni aún los más charros pudieron asegurar que la parada que festeja el día del empleo, pudiera pasar con calma y tranquilidad.

Total, el Presidente del empleo se esconde para evitar que los empleados que aún quedan, le dediquen, a su modo, un recordatorio de las promesas rotas, pero más que nada, rompe con el pacto Estado-obreros que la derecha ya no podía sostener, lo que augura que la protección a los trabajadores que durante muchos años ayudo a la clase obrera frente al abuso del patrón, ya no existe.

Y luego, envuelto en una ley que provocó el escándalo, la Iglesia, uno de los bastiones del Partido Acción Nacional, pretende esconder la intención de incrustarse legalmente en el quehacer político del país, para apuntalar a su partido que, día con día, junto con la propia Iglesia, pierde militancia.

Desde luego, con Norberto Rivera o sin él, una lucha que ya había concluido renace con una fuerza insospechada. Ya veremos hasta dónde quieren llegar.

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